28 de mayo de 2008

Entre lo probable y lo posible...


Hace unos días decíamos que la clase política ha hurtado o tomado prestado, o ambos, el lenguaje que, cito: “va y viene de entre bastidores y tras bambalinas [cuando, por ejemplo, hablan] de escenarios y actores sociales, y desprestigian al oficio teatral cuando por su ineptitud y cretinismo la gente los tacha de payasos o comediantes”.
Así, pues, escribíamos también, los payasos y los comediantes mismos, los cómicos de la legua que algunos somos y que a diferencia de las y los políticos sí hemos estudiado aquesto de ser actores y actrices, de subirnos a un escenario u otros etcéteras, tenemos la obligación moral de decirles a quienes hacen de la política su quehacer fundamental que, para construir ése mundo mejor del que tirios y troyanos se jactan de ser sus constructores, no estaría mal que empezaran por demostrar que más que posible, como decimos desde los movimientos antisistémicos, un mundo nuevo y mejor es probable.
En el güeblog, un lector, enésimo anónimo que nos tildó de “vendepatrias”, “panistas” y “salinistas”, amén de los que nos llamaron “zapatistas traidores” o “perredistas ramplones”, según fuera el caso, nos increpaba en medio tan sesuda y muy creativa adjetivación que posible y probable eran sinónimos. Posible y probablemente, nuestro distinguido y valiente lector (por aquello de esconderse en el anonimato) revisó el diccionario de la versión que posee del Microsoft Office Word que Bill Gates, a través de Carlos Slim o alguien más, le vendió.
Otro gallo le cantaría si desempolvara cualquiera de los diccionarios que tiene en su casa. Por ejemplo, Ramón García-Pelayo y Gross recoge en su Larousse Usual de 1985 como una acepción de posible: “que puede ser o suceder”, y de probable: “que es fácil que ocurra, verosímil”. ¿Son lo mismo? Por supuesto que no.
Puede ser o suceder que Calderón Hinojosa reconozca que se ha sentado en “La Silla del Águila” como resultado del fraude electoral en 2006 y que, en lugar de velar por la soberanía nacional que en caso contrario la Carta Magna le demandaría, no ha sino continuado la vergonzante contrarreforma que sus antecesores neoliberales han empujado hasta colocarnos en las postrimerías del porfiriato; pero no es fácil que ocurra ni, mucho menos, verosímil.
Puede ser o suceder que López Obrador acepte que ha sido partícipe de la traición que la izquierda partidista ha cometido contra sí misma y contra las izquierdas todas al rodearse de salinistas, sumarse al eufemismo de “error táctico” para justificar la puñalada al zapatismo en la aprobación de la contrarreforma foxista en materia indígena y coquetear con la Iglesia y la oligarquía para ganar, cueste lo que cueste, una elección federal por la Presidencia de ésta República del Esperpento; pero no es fácil ni tampoco verosímil que ocurra.
Para quienes hacemos teatro, la distinción entre lo probable y lo posible suele ser muchas veces, no siempre, más clara de lo que lo es para la clase política. Eso es porque, además de que cuando las y los políticos manosean como muchos otros el lenguaje escénico quitándole o tergiversándole de significados, contamos con herramientas como la “Teoría de Géneros” que nos legara la maestra Luisa Josefina Hernández (a quien, por cierto, le mandamos un abrazo por sus 80 años de vida).
José Agustín, lo decíamos en nuestra cita anterior, escribió hacia la última década del siglo pasado un recorrido por la escena política, social y cultural de este país al que, según nuestro modesto parecer, el maese Agustín caracterizó de manera muy atinada como una tragicomedia. Según la maestra Luisa, una tragicomedia es, dicho burdamente por nosotros, aquél drama en que el personaje protagónico va hacia una meta transitando a través de una serie de obstáculos de signo contrario que tiene que librar para alcanzarla.
Las siete décadas del régimen de partido de Estado, el PRI, sirvieron de marco para que la nación mexicana caminara hacia una meta de signo positivo: convertirse en un país democrático; sorteando una serie de escollos de signo contrario: represión, corrupción, clientelismo, miseria para grandes sectores de la población, abandono del campo, pérdida de la soberanía económica, incontables fraudes electorales, participación de la clase política en el negocio del narcotráfico, menoscabo de la vergüenza en medios de comunicación… ponga aquí, por favor, un largo etcétera.
Ése final de signo positivo, que no necesariamente feliz, estuvo a punto de ser alcanzado en el año 2000; pero, como dijimos antes, la carrera electoral por la Presidencia de la República del último año del Siglo XX quedó reducida a casi nada a lo largo de un sexenio que ni siquiera cumplió a cabalidad con el sueño de quienes el 2 de julio acudieron a las urnas con un motivo común: sacar al PRI de Los Pinos.
En lugar de acercarnos a la Utopía de Moro o la Barataria de Cervantes, parajes de lo posible, tocamos tierra en Foxilandia. Teatralmente hablando (y parece que también políticamente) caminamos de la tragicomedia que Vargas Llosa intitulara la “dictadura perfecta” del PNR-PRM-PRI, no al mundo de lo probable de un México democrático, como hubiera sido lo lógico y, sobre todo, lo ético; sino al imposible de un país “gobernado” por gerentes de la Coca-ColaSabritas y Pan Bimbo; donde nada extrañan la campaña mediática del Gordito Telmex, alterego de Slim, y la de González Torres con sus botargas del Dr. Simi, que son lo mismo pero más baratas.
Ya antes dimos muestras de cómo en éste contexto sólo pueden reinar el absurdo y lo grotesco, dejando como género por excelencia a su majestad la farsa. Algunas otras cosas se nos han quedado en el tintero, como explicar porqué aseguramos que la historia reciente de nuestro país podría contarse cual si fuera un cuento de los hermanos Grimm o una fábula de Esopo (como nos lo demandan nuestros anónimos y pugilísticos lectores); pero por ahora nos hemos extendido demasiado en aclarar aquesto de lo probable y lo posible, así que lo dejaremos para nuestra próxima cita.

14 de mayo de 2008

Algo apesta en Dinocracia.


En 1516, la isla de Utopía se abría paso con la pluma de Moro como el mejor de los mundos, por imposible, hasta entonces soñados. Casi un siglo después, cuando Cervantes publicó la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, recogería el sueño de Moro para ponerlo bajo la tutela de Sancho Panza, quien sin duda ha sido el mejor gobernador que tuviera la ínsula de Barataria. Doscientos años más tarde, Hegel plantearía los fundamentos de su dialéctica en Fenomenología del espíritu, allanando, quizás sin saberlo, el camino a Utopía y el viaje a Barataria porque unas cuantas décadas después Marx y Engels partirían de allí mismo para demostrar que no sólo filosófica ni literariamente, sino también económicamente, es posible.

Hoy por hoy, el conjunto de movimientos antisistémicos que se caminan en todo el planeta tienen como una de sus banderas fundamentales la certeza de que un mundo nuevo y mejor es posible y urgente. Pero en tiempos donde la clase política hurta o toma prestado, o ambos, el lenguaje que va y viene de entre bastidores y tras bambalinas para hablar de escenarios y actores sociales, y desprestigian al oficio teatral cuando por su ineptitud y cretinismo la gente los tacha de payasos o comediantes, estos últimos: los payasos y los comediantes, los cómicos de la legua que algunos somos, tenemos la obligación moral de decirles que para construir ése mundo mejor, habrá que empezar a demostrar en la teoría y la praxis que es, más que posible, probable.

En el mundo de lo posible, este país que actualmente está viviendo la que quizás sea su crisis más significativa de los últimos 90 años, estuvo siete décadas sumido en una tragicomedia que muy a su manera nos narrara José Agustín; pero cuyo final, el de la meta de signo contrario a todos los obstáculos que el régimen de partido de Estado le puso, no sucedió.

Ese final, bien hubiera podido ser la transición verdadera en el año 2000 a la democracia. Pero la carrera electoral por la Presidencia de la República del último año del Siglo XX quedó reducida a casi nada a lo largo de un sexenio que ni siquiera cumplió a cabalidad con el sueño de quienes aquél 2 de julio acudieron a las urnas con un motivo común: sacar al PRI de Los Pinos, y en lugar de acercarnos a Utopía o Barataria, tocamos tierra en Foxilandia.

Así, pues, el mejor de los mundos posibles dejó la tragicomedia para estrechar su distancia, no con lo probable, sino con lo imposible. Y como seguimos empleando el lenguaje teatral que ha usurpado la clase política, hablar del mundo de lo imposible es hablar del género donde reinan el absurdo y lo grotesco: el imperio de la farsa.

En Luces de Bohemia, Ramón María del Valle-Inclán define el que sin duda es el estilo dramático en el cual la clase política mexicana nos ha instalado: el esperpento. Para imaginárnoslo, el dramaturgo, poeta y novelista de la Generación del 98 nos pide que coloquemos al héroe de la Tragedia frente a un espejo cóncavo. ¿Le parece si hacemos la prueba?

Ponga usted, por ejemplo, al personaje protagónico de Hamlet, el príncipe de Dinamarca cuyo padre, el rey, fue asesinado a manos de su tío; quien a su vez tenía amoríos con la reina madre. Quien haya visto representado o, de menos, leído el drama de Shakespeare, recordará que entre todo lo que se mueve en medio de esta pugna individuo-cosmos un ingrediente fundamental es la lucha por el poder. Esta misma pieza del engranaje social la encontraremos acompañada de anécdotas distintas como parte del tema en Los siete contra Tebas, de Sófocles; Las brujas de Salem, de Miller, o Moctezuma II, de Magaña; para hablar de otras dramaturgias, incluyendo la nuestra.

Ahora bien, coloque usted la pugna por el poder en medio del patetismo de quienes manosean hasta el hartazgo el discurso patriotero-nacionalista para después despojarnos de patrimonio tangible e intangible, renovable o no, llámese petróleo y toda la industria energética que el neoliberalismo priista y panista ha ido privatizando a cuenta gotas esperando el momento para dar el golpe definitivo, sean los más de 500 árboles que vivían en el ex Casino de la Selva sirviendo de hábitat a especies de aves en peligro de extinción y toda la obra artística que el panismo morelense destruyó junto con vestigios del período posclásico para autorizar la construcción de Costco-Comercial Mexicana, fueran las más de veinte construcciones que databan del Siglo XVIII en el Centro Histórico de la Ciudad de México y que la izquierda perredista ordenó demoler para levantar los cascarones donde reubicarán a los comerciantes informales que afean el Slim Center.

¿Lo hizo ya? La historia reciente de este país, feudo por feudo, empezaría a contarse como si fuera un cuento de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm o una fábula de Esopo o La Fontaine. Vea, asómese usted mismo, usted misma, a los héroes que tenemos: gobernadores sonrientes, algunos preciosos y piadosos, en Oaxaca, Chiapas, Sonora, Puebla, Jalisco; narcosenadores que llaman a no caer en la provocación de usar el erario público con fines electorales, pero que se mandaron a hacer su camino rojo a alguna playa con las arcas del gobierno (sic); magistrados del toma-y-daca que una mañana declaran inconstitucionales leyes de medios de comunicación y todas las demás afirman que no se violaron suficientemente los derechos de la periodista aquella o de los macheteros esos, y que se vale la usura y el gasolinazo; líderes de la izquierda partidista que cierran Paseo de la Reforma exigiendo respeto al sufragio burlado y que terminan tomando asiento en sus curules y repitiendo al interior de su partido las cochinadas que el Poder les hizo a ellas y ellos mismos. En fin, como dijeran los poetas del esperpento mexicano: puro “héroe de la película, papá”.

Sólo faltaría que el escritor con más regalías entre los ríos Bravo y Suchiate fuera el brillante crítico de arte y muy democrático Chespirito, que en la máxima casa de estudios del país pusieran de coordinador de difusión cultural a un mafioso de la literatura que hubiera acabado con las actividades escénicas que eran la razón de ser de la red de teatros más grande de América Latina y que el PRI estuviera a punto de regresar a Los Pinos. El joven Hamlet, distorsionado hasta ser encarnado por un hijo de Marztita, Jorge Kawasaki o Iván Mouriño, tendría razones suficientes para decir que cuando despertó, mientras sus súbditos practicaban el arte de la escultura con estatuas de ovejas negras que usan pasamontañas, algo apestaba en Dinocracia.