24 de enero de 2009

Bebida, racismo y literatura.


Publicado en La Jornada Morelos, en la sección Opinión, el 22 de enero de 2009.

Hace pocos meses que estoy en la ciudad de Mérida gracias a una invitación que pronto se volvió doble. Primero, la Escuela Superior de Artes de Yucatán, en especial la maestra Xhaíl Espadas, directora de Artes Escénicas, me brindó la oportunidad de impartir el módulo de actuación con especialidad en realismo que cursaría la generación de alumnas y alumnos más próxima a graduarse; después, José Ramón Enríquez, quien siendo mi maestro ahora me honra con su amistad, me convocó a ser parte del formidable equipo creativo que dio vida a su obra más reciente: Guerrero en mi estudio, de la cual escribí en mi anterior entrega.

Y, bueno, resulta que la muy otrora T’ho, sobre la cual Francisco de Montejo “El Mozo” fundara hace 467 años la hoy conocida Ciudad Blanca, no sólo se caracteriza por ser, con todo y sus cuerpos sin cabezas y sus cabezas sin cuerpos, exquisiteces propias de estas gerencias vueltas gobiernos, una de las urbes más tranquilas del país; sino, también, por “encarnar” una extraña combinación de racismo, y todos los desprecios y despojos que esto conlleva, con una vida cultural y artística tan rica y vasta que en tan sólo tres meses ha dado cabida a dos festivales atiborrados de espectáculos dancísticos, teatrales y musicales y a un congreso internacional de escritores.

Pienso, como botones de muestra, en dos situaciones; una de ellas surgida precisamente a raíz de que presentáramos Guerrero en mi estudio en el Festival de la Ciudad 2009, y la otra acontecida en el cierre del Congreso Internacional Bebida y Literatura, en el marco del mismo festival. Vamos al primer botón, donde la puesta en escena de José Ramón Enríquez fue recibida entre vítores y reconocimientos por las actuaciones, la dirección, la dramaturgia y los elementos creativos de la música y el video; pero criticada por ser demasiado reiterativa en cuanto a su discurso político: la “denuncia” de una sistemática negación del Otro, en este caso los pueblos indios, cuando resulta que ése Otro es parte consustancial del Nosotros que somos, lo mismo como Nación que como individuos, herederos de un mestizaje que, se insiste, ha sido más violento que amoroso.

He querido dejar entrecomillada la palabra “denuncia” porque Guerrero en mi estudio no me parece que sea tal cosa; al menos no que lo sea a la usanza del vilipendiado “teatro de protesta”, peyorativamente calificado de panfletario. Éste es un montaje y una obra que no parten de certezas, sino de reflejos distorsionados, cual esperpento, que son más bien preguntas; por supuesto, el autor y director tiene una posición muy clara, pero no la pone en la mesa como verdad única, sino para que juntas y juntos la pensemos. Así, por ejemplo, convocó una de las opiniones que más me han sorprendido: “no es verdad que exista dicha negación, la convivencia entre mayas y blancos es fraternal y civilizada, sin victimismos ni rencores”. Puede que sea verdad, puede que no. Yo, que casi todos los días he visto cómo la señora emperifollada con un terno finamente bordado o la vendedora de boletos de lotería vestida pobremente, ambas de piel rosada, empujan e insultan a las “mestizas” (apelativo que en el centro del país equivale al racista “marías”) que venden su artesanía en el centro, pienso que no.

Sin embargo, es el segundo botón el que me parece más indignante. Imagínese usted una sala plena a rebosar de hombres y mujeres pensantes que, por su oficio de escritoras y escritores, suelen ser, se supone, sensibles. Sienta cómo el aroma a café, entremezclado con el olor rancio de la alfombra, entra por su nariz unas veces con cierto toque a tabaco y otras en compañía del sudor etílico que despiden algunos cuerpos de los presentes. Quizás, su mirada llegue a cruzarse con la de Elena Poniatowska, pequeñita e incansable, o con la de Guillermo Samperio, soberbio en el mejor sentido de la palabra, como reza el estribillo de Sara Poot; pero no se detenga o se perderá de Myriam Moscona y Margo Glantz, ocupando sendas sillas en esta suerte de tablado para disponerse a cerrar con broche de oro la apología que aquí se ha hecho sobre las así bautizadas “aguas santas de la creación”.

Escuche cómo la una presenta a la otra, y como ésta, galopante en su “maratónico egocentrismo”, habla de unos sus criados, morenitos y patizambos, tzotziles para más señas, a quienes describe ladrones de su mejor whisky y, siempre según su narración, cogiendo sobre el tapete color marrón en el que su perra defeca sin que se noten las manchas parduzcas de sus excreciones. Pero, por sobre todo, escuche cómo el auditorio, pensante y sensible, no lo olvide, ríe a carcajadas y aplaude las “deliciosas ocurrencias” de la doctora Glantz.

Usted disculpará que ahora no rubrique mis humildes opiniones con alguna frase antilopezobradorista, como las más de las veces, o autocrítica para con el zapatismo, como las menos; pero creo que esta vez simplemente sobran. Además, las ganas de vomitar me lo impiden.

Salud.

8 de enero de 2009

Y peleó como maya entre los mayas.


Desleída entre los libros de historia y las leyendas que de boca en boca quizás aún puedan escucharse en los pueblos indígenas de aquestas tierras del Mayab, la vida y obra de Gonzalo Guerrero, el soldado ibérico que como escribiera José Emilio Pacheco “Renunció a España / Y peleó como maya entre los mayas” contra las tropas del emperador Carlos I (el mismo que 500 años más tarde diera nombre y rostro a uno de los chocolates más famosos de la Azteca, posteriormente comprada por la Nestlé), parece haber estado guardada en algún cajón de esos que el Poder dispone para cultivo de la desmemoria y el sálvese quien pueda que hoy por hoy ha sentado sus reales por lo menos en México.

Sin embargo, una vez cada tanto la historia del hombre blanco que se enamora de mujer indígena llega a ser retomada con la dialéctica humildad de quien se sabe distante de un mundo que le susurra al oído con voces ora irritadas, ora cordiales, casi siempre incomprensibles, pero vestidas con el compromiso moral de quien viene caminando desde siempre en los terrenos del Otro, y no con la arrogante mirada de quien reduce el encuentro de los que son diferentes a la anécdota amelcochonada de corte clasista tipo El planeta de los simios o a mero folclor maniqueo como la Pocahontas de Disney, es el caso de Guerrero en mi estudio, escrita y dirigida por José Ramón Enríquez.

Cómico de la legua por vocación y oficio, José Ramón se emparenta con Cervantes y convoca a su propio Cide Hamete Benengeli para que dé vida a uno su Alonso Quijano el Malo (Paco Marín), y en un juego de espejos cóncavos reflejar las imágenes de un país que se nos desmorona entre las manos ante la imposibilidad de mirarnos, como sueña Guerrero el Auténtico (Miguel Ángel Canto), “los unos en los ojos de los otros”, en medio de los gemidos que escucha Zazil Ha (Socorro Loeza) “mucho más abajo de los pensamientos y hasta de los sueños […] de quienes sienten vergüenza al verse en los espejos”.

Pero no sólo Valle-Inclán toma a José Ramón de la mano como Virgilio a Dante para guiarlo por el infierno o, mejor aún, como El Falso Guerrero (Pablo Herrero) hace con Alonso para llevarlo “al sitio marcado por él mismo”; Pirandello, en esos andares genealógicos que tanto gustan al autor de Supino rostro arriba, completa el reparto con una Psiquiatra (Analie Gómez) que bien puede ser la Beatriz de un cielo lleno de barbitúricos, ansiolíticos y antihistamínicos, sin saber que está en el teatro “y ahora mismo alguien la actúa sin saber por qué ni para qué hasta el último momento”, ése apenas en el que, para decirlo con Luis de Tavira, aquel que actúa la escena llega a ser aquel otro que no era para un instante después dejar de ser, cada vez; sino, incapacitada también para comprender que no hay fármaco que impida a “cinco siglos de insomnio, de cadáveres creciendo bajo nuestros pies, formar un tejido inmenso que tarde o temprano saldrá a la superficie rompiendo los cimientos de toda ciudad en que habitemos”.

No obstante, cabe advertir que Guerrero en mi estudio es una obra sin concesiones para con cualesquiera de las posiciones reduccionistas que saturan la mirada y la escucha en este 2009 que iniciamos cosechando crisis políticas, sociales, culturales y económicas sembradas de hace mucho. Si acaso, la única cortesía de José Ramón tiene por destinatario al anónimo espectador con quien está interesado en establecer de verdad un diálogo, a quien le abre su abarrocada criptografía ayudándole a descifrar, para decirlo con él mismo, su propio sistema de citas. Pero que no esperen lo mismo ni los paladines a ultranza de un supuesto posmodernismo que todo lo homogeniza censurando lo diverso, ni los nada autocríticos defensores de un mundo indígena al que se asoman haciendo de la solidaridad una práctica usurera.

Guerrero en mi estudio es un diálogo sin máscaras de un cómico que, como él mismo escribe, se avergüenza de la incoherencia fundamental (que en su caso, como se ve, no es tal) de ser mexicano y no poder soñar “nada de sus tierras”, con un país que por su parte se avergüenza con tan sólo pensar la posibilidad de un encuentro entre diferentes sin violencia; el diálogo pánico de un poeta que pareciera estar “nada más interesado en redactar decentemente su testamento” pero que, tras puntualizar que también “nada menos”, distorsiona la imagen que una sociedad y dentro suyo una clase social tiene de sí misma cual falsa heroína de los tiempos nuevos, tan sordos y amnésicos como los viejos tiempos, necesitados ambos de partir simple y sencillamente del principio; imagen que termina siendo, es verdad, un esperpento que no estaría del todo completo si no tuviera como escenografía visual y sonora la vertiginosa mirada de Jorge Carlos Cortazar y Laura Sánchez, en el video, y el aparentemente peripatético oído de Juan Luis de Pablo Enríquez, en la música.



Guerrero en mi estudio
,
escrita y dirigida por José Ramón Enríquez.
 Compañía Teatro Hacia el Margen, A.C. Viernes 9 de enero de 2009; dos funciones: 19 y 21 horas. Teatro Daniel Ayala. Calle 60 x 59 y 61, Centro. Mérida, Yuc.