28 de abril de 2011

Irresponsables.


Leo en la prensa las declaraciones que hizo en Yucatán el señor que reside actualmente en Los Pinos, llamándonos irresponsables a quienes estamos «dale y dale en el oficio de cuestionar (la nota de Jesús Aranda y Luis A. Boffil en La Jornada el pasado 27 de abril sugiere que su “plan anticrimen”), de debilitar, de sacar raja política de los temas», y, perdón hijo, pero no puedo evitar pensar que ése señor es un imbécil; no porque necesariamente lo sea, aclaro, sino porque cree que nosotros sí lo somos.

Aranda y Boffil dan cuenta que cuando alguien le dice que su estrategia (si es que hay tal) está equivocada su respuesta es: «¿Qué quieres que haga? ¿Más educación?, pues estamos haciendo más educación», y ofrece cifras. «¿Más hospitales?», y dice nuevas cifras. «¿Cuáles son las propuestas? –pregunta-, o díganlo con toda claridad, ¿quieren que retire las fuerzas federales donde están prestando apoyo?»

Y, bueno, sí; dicho «con toda claridad», las fuerzas armadas, el Ejército y la Marina, pues, deben regresar a sus cuarteles. La multiplicación de la violencia en el país, está documentado, tiene como uno de sus factores la participación de las fuerzas castrenses en el combate a sólo uno de los delitos que comete el crimen organizado: el narcotráfico; pero no sólo eso. Queremos que se formulen, desarrollen y perfeccionen programas de capacitación para que el personal encargado de la prevención, la detección y el control de los delitos (sobre todo las policías) cumplan y hagan cumplir las leyes que nos norman; no que es éste quien termina protagonizando la comisión de dichos delitos.

Y el punto de partida está, como apunta Antonio Attolini, en prevenir y combatir la corrupción de la clase política en todos los niveles de gobierno exigiendo que quienes no puedan o no quieran cumplir la ley sean sometidos a juicio político como primer paso para la formulación de acusaciones y dictado de sentencias judiciales por tráfico de influencias, conflicto de intereses, enriquecimiento ilícito, malversación de fondos, peculado, encubrimiento e instrumentalización y obstaculización de la justicia. Como dice Anabel Hernández, quienes desde las clases política y empresarial están ligados al crimen organizado son los verdaderos señores del narco, y muchos de ellos son colaboradores y socios cercanos al señor que despacha en Los Pinos; incluyendo, por supuesto, a muchos gobernadores.

Algo más, nuestra petición de cumplir y hacer cumplir la ley no es, de ninguna manera, patente de corso para la implementación de un estado de excepción en el que sean suspendidas las garantías individuales y el respeto a derechos humanos consagrados en nuestras mismas leyes; de allí, además de otros muchos detalles que la limitación de espacio no nos permite abordar ahora, nuestro rechazo a que sea aprobada la Ley de Seguridad Nacional en los términos que proponen la Sedena, el PRI y el PAN. Por el contrario, tales derechos y garantías exigen que se articulen una serie de medidas de prevención social del delito como las relativas a garantizar una educación y una salud dignas; pero, también, trabajo y acceso a la cultura igualmente dignos.

Eso es justamente lo que, por decir un ejemplo, dota de significado a la propuesta de Sergio Galindo y su Compañía Teatral del Norte, quienes bajo el lema de «Menos Balas, Más Teatro» que sirvió de bandera a quienes empujaron la creación de un estímulo a la producción teatral mediante la adición del artículo 226 Bis de la Ley del ISR nos llaman desde Sonora a hacer del teatro una herramienta para recomponer el tejido social. Sin embargo, dichas medidas no funcionarán si, en principio, insisto, el cumplimiento de la ley sigue siendo discrecional y respondiendo a los acuerdos propios de la corrupción; pero, más aún, mientras la educación, la salud, el trabajo y la cultura continúen “funcionando” bajo la lógica criminal de un modelo de producción como el capitalista que, en nombre de la obtención de la ganancia por la ganancia, desprecia olímpicamente toda forma de razón y de vida.

Negar siquiera el debate en torno a la legalización del consumo de una mercancía como la droga, que por seguir prohibida goza de un plusvalor de muerte donde, en lugar de haber un trato de mayoría de edad a las y los ciudadanos, hay un mercado cuyo costo social, económico y político está tasado en miles de vidas humanas, es un signo de tal desprecio; desprecio que se corresponde con el hecho de que el patrimonio de las empresas criminales y de las empresas legalmente constituidas ligadas a organizaciones delictivas siga intocado.

Estas y muchas otras son las propuestas de aquellas y aquellos a quienes ése señor que dice ser presidente de México llama “irresponsables”; ninguna de ellas han sido escuchadas por él y sus colaboradores, todo lo contrario, aunque las muertes de nuestros amigos y familiares continúe siendo la nota principal del día. ¿Quiénes son, entonces los irresponsables?

22 de abril de 2011

Menos balas, más... ¿qué?


A la familia Torres Cruz y su digna lucha.



Hace unos días, hijo, recibí un mensaje de Édgar Álvarez a través de su grupo en Facebook “Teatreros de México”; era un artículo de Luz Emilia Aguilar Zinser precedido de un texto en el que lamenta la mudez de buena parte de la harto difusa “comunidad teatral” ante lo que llama el exterminio abrumador y espeluznante que sucede en México: “Me preocupa mucho –enfatiza- que no estemos todos estremecidos ante este baño de sangre […] ¿Cuántos muertos, cuántas aberraciones más han de venir para que de todos los escenarios del país se escuche un rotundo y eficiente NO MÁS SANGRE, no más complicidades, no más impunidad?”

El mensaje de Luz Emilia fue saludado por el actor Raúl Adalid, no sin aclararle que hay grupos que sí han realizado acciones concretas contra la violencia, pero que no tienen los reflectores; “habría que preguntarse por qué quien [sí] los tiene no hace nada al respecto.” Raúl mismo había leído en Torreón la misma noche que fueron asesinados Julio César, Luis Antonio, Gabriel y Juan Francisco un mensaje en el que cuestiona el papel de nuestro oficio en estos tiempos demenciales: “Es tiempo ya de crear sociedades sensibles y conscientes que den batalla a la mezquindad, al egoísmo galopante y a la impunidad miserable del ‘no pasa nada’. Ha llegado la hora de decir verdades, de no dar crédito a la mentira de gobiernos que han creado seres humanos fantasmales que en su miseria de valores no saben distinguir lo que es bueno y malo.”

En efecto, son muchas las voces que desde el teatro y de cara a la violencia en que está sumido el país han dicho “esta boca es mía”; algunas, inclusive, con los reflectores de los que habla Raúl. Días antes del mensaje de Luz Emilia, Jaime Chabaud recordaba en Milenio que “bajo la leyenda ‘menos balas, más teatro’, un grupo nutrido de teatristas empujamos […] la inserción del artículo 226 bis de la Ley del ISR a favor de la producción teatral nacional” en el mismo espíritu con el que Javier Sicilia “pidió que inundemos con poesía el país en lugar de más Ejército y policía [aunque] a los oídos tecnócratas y gubernamentales esto suene a mafufada inconcebible.”

Tú y yo, mi amor, hemos leído juntos cada una de las notas que José Ramón Enríquez lanza como mensajes en botellas a la mar ciudadana desde su columna “Pánico escénico” en Reforma, insistiendo en que el consumo de la droga sea legalizado: “Difícilmente podría hacerse peor algo que, en principio, debía resultar tan claro: la prohibición produce asesinatos y fortunas ilegales. Pero todo, al paso del tiempo, se ha vuelto extremadamente complicado. Lo suficiente como para tener en jaque a una sociedad que no se merece la violencia que sufre y a un gobierno rebasado, sordo y envuelto en su monólogo.”

Y ahí está también el llamado que desde Sonora lanzó Sergio Galindo al frente de la Compañía Teatral del Norte, recogiendo el lema de “Menos Balas y Más Teatro” para, luego de reconocer que “sí, tenemos miedo”, afirmar que “no podemos, ni deseamos, ni consideramos responder con balas” a las balas; sino con la voz, el cuerpo, la sensibilidad: “preferimos nuestras armas de siempre, las que siembran en lugar de destruir […] Preferimos la verdad del Teatro […] La verdad que da vida, no muerte. La verdad que nos habla de frente, la que nos dice –riamos o lloremos- lo que somos y cómo podemos ser mejores.”

Voces todas, corazón, que son como pequeños retazos de indignación e inteligencia; que entienden que hay que restarle el plusvalor de muerte a una mercancía que no lo merece… porque ninguna mercancía lo merece… y que saben que el teatro, como las demás artes, de la mano de la educación y la cultura, es un buen medio para fortalecer ése tejido social que Sicilia, el Sup, la señora Wallace y muchos otros hemos dicho que está roto y urge reconstruir. Sin embargo, quiero insistir en que eso no es suficiente. Urge sacudirse el valemadrismo nihilista que caracteriza a artistas y creadores; urge ganar la calle y traducir en insurgencia civil, pacífica y noviolenta la buena voluntad (pero virtual) que campea en Twitter y Facebook; urge hacer que el próximo 8 de mayo, porque nosotros sí tenemos madre y mucha, nuestro grito de que “estamos hasta la madre” se convierta en sinónimo del “que se vayan todos” argentino; urge, como dice Sicilia, devolverle la dignidad a esta nación.

Postdata: Mientras escribía estas líneas Javier Torres Cruz, luchador social, ecologista defensor de derechos humanos, era asesinado en la sierra de Petatlán, en Guerrero; casi nadie recuerda que los primeros Zetas fueron militares enviados a la otrora Escuela de las Américas para aprender a asesinar a hombres y mujeres como Javier; pero, cuando alzamos la voz denunciándolo, pocos, muy pocos, se sumaron a nuestra condena. Hoy, el silencio cómplice de una sociedad entelevisada se ha vuelto el manto de sangre que nos cubre a todos.

12 de abril de 2011

Qué triste es que mi país...


«Qué triste es que mi país
con sangre escriba su historia.»
Los Huracanes del Norte.




























Hijo, he recibido tu carta. Debo confesarte que luego de que terminé de leerla no sé bien a bien qué pensar. Celebro que no seas como otras personas, que cierran los ojos ante lo que ocurre en el país; pero me da tristeza, mucha tristeza, leerte como te leo. Quizás es porque, por una parte, me siento avergonzado de que mi hartazgo, ése estar hasta la madre que Javier Sicilia ha vuelto bandera, vista también tu piel y tu palabra de niño. Supongo que es natural el que un padre quiera que su hijo esté a salvo, lejos de la mierda que hay en el mundo: sigo viendo en ti a “mi pequeño” y mi deseo es que, como dice la gente que va a misa, la paz esté contigo; no la guerra. Pero, por otra parte, imagino que éste estar hasta la madre nuestro, de tus amigos y familiares, de algún modo es también tuyo, y que el hecho de que seas un niño no quita que tú también estés harto de ver, como dices en tu carta, que tu país «con sangre escriba su historia».

He decido, pues, compartir tu carta en nuestra Jornada Morelos. La razón es doble: por un lado, se trata del testimonio de un niño que participó en la fiesta cívica contra la violencia y por la paz que celebramos hace una semana y, por otro, se me afigura que viene a ser una muestra de cuán urgente es que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por reconstruir las redes personales, familiares, comunitarias, institucionales y simbólicas que conforman el tejido social donde sobrevivimos:

«Teatreros, músicos, cineastas, bailarines, dramaturgos, poetas, comerciantes, amas de casa… menciono algunos de los tantos miles de personas, ¿millones?, indignadas por la violencia desatada en México; indignadas por los litros y litros de sangre que corren por las calles; indignadas por los miles de asesinos y asesinados que hay en el planeta pero, sobre todo, por los que hay en este país. Este país que por culpa de los señores del poder se ha entregado al narcotráfico… por culpa de la gente irresponsable que está en el poder.

«Mucha gente está harta, cansada, desesperada y desesperanzada; por eso, una vez más se reunió y salió a las calles a manifestar su desespero, su cansancio, su hartazgo, y a gritarle a los gobernantes, esos que dicen ser democráticos, esos que dicen ser revolucionarios y responsables que, como dice Javier Sicilia, ‹estamos hasta la madre›. Hasta la madre de tanta violencia, hasta la madre de tanta inseguridad.

«Hasta la madre de que los gobernantes nos vean cara de idiotas y crean que pueden hacer esta guerra estúpida en la que muchos están pagando con su vida, jóvenes, niños, mujeres, gente que no tiene nada que ver con este asqueroso negocio del narcotráfico y que, como dice Marcela Turati en su libro Fuego cruzado, ‹el día equivocado, a la hora equivocada, en el momento equivocado, estuvieron en el lugar equivocado› para que una bala o un secuestro cambiaran sus vidas y las de muchos más que están a su alrededor… se arruinara.

«¿Con qué cara se atreven a tener un lema que diga: ‹Para Vivir Mejor›?; debería decir: Para Morir Mejor. ¿Con qué cara se atreven a decirnos que buscan darnos un mejor futuro a los niños, los que ustedes dicen que seremos ‹los hombres del mañana›, si por su culpa nos estamos muriendo; si por su culpa nos están matando?

«¿Sabes, papá?, creo que los señores del poder, como tú dices, no hacen nada porque creen que nada los puede tocar; pero va a llegar un momento en el que esta epidemia que es el narcotráfico se va a salir de control y hasta por ellos van a ir, y entonces va a ser demasiado tarde para que intenten siquiera hacer algo para detenerla. Porque ellos, los señores del poder, aunque digan que no apoyan al narcotráfico, sin pruebas y sin nada puedo decir y asegurar que sí lo apoyan; lo apoyan en la medida en la que no hacen nada para detenerlo. Si de verdad no lo apoyaran, ya hubieran resuelto esto desde hace mucho tiempo y no dirían que todavía puede durar siete años más.

«La opción que yo propongo es la misma que muchos otros ya han propuesto, la mencionan Javier Sicilia y José Ramón Enríquez: la legalización. Ha habido muchísimas muertes en este sexenio que yo, como Los Huracanes del Norte, llamo El sexenio de la muerte, y aunque lo de Juan Francisco Sicilia no creo que sea la gota que derrame el vaso, sí fue un golpe muy duro; por eso tuvo la fuerza para mover masas dentro y fuera de México. Pero, bueno, la respuesta de los narcos y del gobierno a todas esas marchas realizadas el 6 de abril para detener la violencia, ya lo vimos, fueron muertes y más muertes.

«Me siento orgulloso de ser de donde soy: Cuernavaca, Morelos, la ahora denominada ‹Ciudad de la eterna balacera›; pero, la verdad, qué triste… ‹qué triste es que mi país con sangre escriba su historia,/ por unas mentes perversas que ambicionaron la gloria›.»


Foto de Margarito Pérez Retana (detalle), tomada de La Jornada Morelos.

5 de abril de 2011

¿Cuántos más?


«El mundo ya no es digno de la palabra,
no puedo escribir más poesía...
la poesía ya no existe en mí.»

Javier Sicilia.

























Es domingo, hijo, y como hace una semana preparo la carta en que te saludaré el próximo martes (o miércoles) desde nuestra Jornada Morelos. Pero a diferencia del domingo pasado, el día de hoy me parece lo mismo que a Tengo, el personaje de la novela más reciente de Murakami, «una luna deforme que siempre muestra su lado oscuro.» Si me llamara Pablo y me apellidara Neruda, escribiría que «puedo escribir los versos más tristes esta noche»; pero mi trabajo con la palabra, tlatulteketke, es de otro tipo. ¿Recuerdas cómo cerrábamos la semana pasada? El día prometía un final digno de los festejos que habíamos venido realizando con motivo del Día Mundial del Teatro y el goce de haber cumplido a cabalidad con nuestra encomienda sobre los escenarios aún asomaba en nuestra mirada, porque celebrábamos la vida y la esperanza parecía tocar a la puerta.

Sin embargo, ahora lo sabemos, la realidad sería más terca que nuestra fantasía cursi y edulcorada, pues, no sería la mano de la esperanza la que se posaría finalmente aquella noche sobre nuestro hombro para mirar por encima de nosotros, sino la del desprecio por ésa misma vida que saludábamos con el cuerpo y la palabra, desprecio que tiempo ha camina por estas tierras que llamamos México. Porque al tiempo que yo escribía aquello de no desear ser como quienes hablan del teatro como de un acto amoroso mientras guardan un silencio cómplice con quienes «dejan que portadores de armas y disparadores de bombas sean los guardianes de la paz de nuestro mundo» (Jessica A. Kaahwa dixit), en nuestro Morelos la muerte miraba de cerca a Juan Francisco, Julio César, Luis Antonio y Gabriel de la misma manera como ha venido haciéndolo con tantas y tantos jóvenes de este país.

Tú, mi amor, conoces bien ésa mano; leíste de ella entre las crónicas que Marcela Turati nos cuenta en su desgarrador libro Fuego cruzado. Todavía recuerdo lo que me respondiste de mi anterior carta: «no, papá, los muertos no son sólo personas que trabajan para el narcotráfico; son, sobre todo, sus víctimas.» ¡Qué razón tienes! Y, qué vergonzoso dislate el mío, compartiendo ésa misma certeza: la inmensa mayoría de las más de 40 mil muertes que desde finales del sexenio foxista a la fecha ha causado esta estúpida guerra, son de niñas, niños, jóvenes y mujeres y hombres adultos que en nada tienen que ver ni con las bandas del “crimen organizado”, ni con policías, soldados o marines mexicanos del “crimen desorganizado”: son sus víctimas.
Víctimas que, además, lo son múltiples porque lo son en muchos sentidos. Víctimas del negocio capitalista (que por eso sólo ya es criminal) de un catálogo de mercancías cuya producción, distribución y venta sigue peligrosamente sin regularse; víctimas de las bandas de dichos negociantes, quienes, como dice Javier Sicilia, papá de Juan Francisco, han perdido hasta la dignidad para asesinar; víctimas de quienes desde cualesquiera de los tres niveles de gobierno y sus poderes republicanos se revuelcan en la mierda en que han hundido al país a fuerza de corrupción y negligencia y las hijas de ambas: impunidad y complicidad; pero, sobre todo, víctimas de la también criminal indolencia de una sociedad a la que no hay tragedia que alcance a sacudirla, porque, como dice Javier, «el corazón de México está podrido.»

¿Cuántos niños y jóvenes asesinados, vejados, envilecidos o desaparecidos, hijos de estilistas, albañiles, policías, maestras, empresarios, defensoras de derechos humanos, amas de casa, poetas, necesitamos para que la sociedad salga a las calles y no regrese a sus casas hasta que los asesinos y sus cómplices estén presos y sin poder? Litzy Valeria, Juan Carlos, Juana Diosnirely, Grisel Adanay, Eduin Yoniel, Manuel, Héctor Zenón, Édgar Geovany, Irineo, Víctor Alfonso, Jorge Antonio, Javier Francisco, Rosa Angélica, Brayan, Juan Manuel, René, Óscar Felipe, Daniel Alejandro, Fernando Adán, Luis Daniel, Kristian, Alberto, Luis Javier, Édgar Arnoldo, Fredy Horacio, Alfredo, Brandon Esteban, Juan Pablo, Isaías, Carlos Javier, Liliana, Valeria Jazmín, Samantha Julissa, Alexia Belem, Mireya Montserrat, Alan Alexis, Julio César, Rodrigo, Luis Antonio, José Ángel, Gabriel, Gustavo Alberto, Hugo, Ángel Ulises, Fernando, Mario Magdiel, Anselmo Eloy, Rubí Marisol, Diana Haydee, Daniel Arturo, Gabriela Micaela, Martina, Sotero, Lucía, Claudia, Juan Francisco… ¿no han sido suficientes?

Postdata: Mañana miércoles, en punto de las 5 de la tarde, la familia Sicilia Ortega, junto con un chingo de hombres y mujeres buenos y honestos que están, también, hasta la madre, saldrán a las calles para sumar su palabra y su caminar al grito contenido que exige devolverle la dignidad a esta nación; ¿qué te parece, amor, si nos sumamos?


Foto tomada de: http://universodoppler.wordpress.com/ bajo licencia Creative Commons.