31 de julio de 2012

La pinche estridencia postelectoral.


El analfabeto político es tan burro
que se enorgullece e hincha el pecho
diciendo que odia la política.
No sabe, el muy imbécil,
que de su ignorancia política
nace la prostituta, el menor abandonado,
el asaltante y el peor de los bandidos
que es el político corrupto y el lacayo
de las empresas nacionales y multinacionales.
Bertolt Brecht.

A poco más de un mes de la fecha que legalmente marca el límite de la calificación del proceso electoral por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), todo parece indicar que la estridencia poselectoral que tiene harta a buena parte de los opinadores profesionales en los medios de comunicación irá in crescendo. No es extraño que sea así, aunque no se haya ido a la escuela, somos una sociedad repleta de expertos en todo: futbol, cuidado de bebés, relaciones erótico-afectivas, plomería, religión, consumo de sustancias tóxicas, electricidad, trastornos mentales y de comportamiento, mecánica; pero, por sobre todas las cosas, de política. «Hoy todos hablan de política –dice Hermann Bellinghausen–. Hasta los que no lo hacían».

Confieso que a mí mismo, que no soy un opinador profesional, también me resulta cansino. Sin embargo, veo que a cambio de eso quienes fueron a las universidades del país y consiguieron becas para estudiar en el extranjero hasta convertirse en los especialistas que hoy, como dice la frase rimbombante del lugar común, gobiernan los destinos de la nación, no parecen tener la más mínima idea de nada sobre nada: ante la crisis económica global, hablan de “catarritos” financieros o del espléndido poder adquisitivo que se tiene con un salario mensual de 6 mil pesos; para resolver un problema de salud pública, incendian el país esgrimiendo razones de “seguridad nacional”, o se saluda la labor de las telenovelas y El Chavo del 8 en eso de elevar el nivel de educación de jóvenes y niños.

Que la gente que los cretinos llaman de a pie sea todóloga no debería sorprendernos; para sobrevivir han tenido que ser, como Tránsito López, el personaje encarnado por Héctor Suárez en la película que dirigiera Roberto G. Rivera en 1981, milusos, y, al ritmo del eslogan ochentero de la campaña publicitaria propatronal que antecedió a la ahora inefable de ser Pepe & Toño, se han empleado a fondo en todo lo que se pueda, incluyendo la venta de su voto siempre burlado y ninguneado (dicen que las cosas se parecen a sus dueños) al mejor postor. Pero, ¿cómo se explica la ineficacia de quienes integran los expedientes que dejarán libre al delincuente y mantendrán al inocente pudriéndose en prisión; de quienes firman leyes que ni siquiera leen, otorgándoles poderes prácticamente ilimitados a empresas como Monsanto, Televisa-TV Azteca, Minera San Xavier o Elecnor; de quienes creen que para “combatir” al crimen organizado hay que dejar en manos de militares las instituciones de seguridad pública y sacar al ejército a las calles como si de llamar a un exterminador que acabe con las cucarachas de la casa se tratara?

Ante una sabiduría popular que no puede articular argumentos que la sustenten porque apenas y se aprendió a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir en un modelo educativo que se debate entre los intereses de Elba Esther Gordillo y sus secuaces y las inmorales exigencias de las empresas que en nombre del progreso y el desarrollo demandan una educación por competencias, la ineptitud que campea entre los profesionales de la economía, la política, el derecho y la administración pública y privada que trabajan en el servicio público, la iniciativa privada y no pocos organismos del tercer sector no puede sino producir sospecha e indignación. Nos es imposible creer que estamos ante un simple muestrario de desafortunados ejemplos de estupidez humana, es más fácil suponer e inclusive asegurar que estamos inmersos en una compleja operación de recursos creativos, materiales y humanos que en su crueldad y su ambición alcanzan grados de irresponsable criminalidad: no es que nuestros disfuncionales funcionarios públicos, y sus pares en la IP y la sociedad civil, sean tontos; son perversos.

Por eso no podemos creer que este proceso electoral se ha organizado y arbitrado, ni que será calificado, conforme a los principios de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad que la Constitución demanda; no, cuando los partidos políticos, distanciándose cada vez más de su deber de representar a la ciudadanía, a la hora de repartirse el pastel electoral decidieron cuál sería la conformación del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) y qué personajes integrarían el TEPJF; no, cuando por lo menos los dos candidatos punteros a la presidencia iniciaron su carrera para ocupar la Silla del Águila mucho antes del banderazo de salida que marca la ley y aún así conservaron sus registros; no, cuando por lo menos las coaliciones que protagonizan el actual conflicto poselectoral se niegan a esclarecer sus respectivas estrategias y fuentes de financiamiento para saber si sí o si no, y por cuánto, rebasaron los topes en gastos de campaña; no, cuando se nos ha mostrado sistemáticamente que los profesionales de la política, la propaganda, el derecho y la economía no representan más los intereses de la sociedad que dicen representar, sino los ulteriores deseos de empresarios legales e ilegales que dicen no representar.

Creo que tiene razón Sabina Berman cuando escribe que el juicio electoral «debiera ser un juicio de la verdad contra la mentira», pues, la justicia, «hazaña aún superior [,] depende de la existencia de la verdad»; pero (otro “pero” más) como la verdad y la justicia parecen pertenecer más al ámbito de lo moral que de lo ético, mucho me temo, porque mis posiciones abrevan más de la ignorante sabiduría popular que de la especializada y muy inteligente ineptitud de quienes nos desgobiernan, que la verdad que se impondrá “arriba” parecerá una gran mentira vista desde “abajo”; ése “abajo” que, cuando no vende su voto porque en el capitalismo premoderno donde otros venden su historia o miles de cuerpos destrozados es casi lo único que puede vender, guarda románticamente su pedacito de dignidad para juntarlo con las otras piezas de un improbable rompecabezas de dignidades que “arriba” nadie ve ni escucha.

¿Sueno reduccionista o groseramente simplista? Puedo sonarlo aún más, nací y crecí en ése “abajo” que lleno de no menos contradicciones del “arriba” que lo ignora cae unas veces en la «melancolía reaccionaria de la resignación» y otras veces se sube a los sueños que “otros abajos”, de la mano de “medios” y “arribas” honestos, tejen contra las imposiciones y manipulaciones de todo tipo. Ése “abajo” que seguirá siendo frívolo, cursi y estridente para desgracia de buena parte de los opinadores profesionales y para beneplácito, paradójicamente, de la clase política que no le representa; pero que, por lo mismo, aún no ha dicho su última palabra.

20 de julio de 2012

"Despriizar" la democracia.

Imagen: Nosotros 132 (gráfica), #yosoy132.

Que el Movimiento #YoSoy132 someta ante su Asamblea General Interuniversitaria los acuerdos emanados de la Convención Nacional contra la Imposición que, junto con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), convocó a celebrarse en San Salvador Atenco, debe, a mi parecer celebrarse. No porque se crea que dichos acuerdos signifiquen la radicalización del #YoSoy132 que tanto desean los medios de (des)información que cubren los pasos del movimiento con el mismo vomitivo estilo con que el periodismo rosa da cuenta de las alcobas de personajes del espectáculo; sino porque con ello el #YoSoy132 refrenda su carácter democrático y levanta la voz claro y fuerte para abrazar su autonomía en la mar de luchas que sorora y fraternalmente se encontraron en Atenco.

Apenas se hicieron públicos los acuerdos de la Convención, el desprecio y la burla se dieron cita lo mismo en los chistes de las charlas de café adultocéntricas que, como dice Rossana Reguillo, saludan al movimiento tratando a l@s jóvenes como «bellas durmientes que esperaban el beso de fuego de la realidad sociopolítica del país» para salir de la apatía y la indolencia que supuestamente les caracteriza, que en los sesudos análisis de comentócratas (Luis Hernández Navarro dixit) donde se les acusa de «acarreados, ‹fresas›, cortos de miras, peones en un juego de ajedrez que no entienden» y, por ende, de ingenuos y manipulados, ora por la pseudo-izquierda partidista, ora por los revoltosos macheteros («sarcasmo», dijera Sheldon Cooper) de Atenco.

El #YoSoy132 encaja a la perfección, no obstante, en lo que Roger Bartra mencionando a John Keane nombra la monitory democracy: «nuevos y poderosos mecanismos de escrutinio no parlamentario […] que permiten vigilar a los poderes establecidos e informar a la sociedad sobre su funcionamiento [dado que] la maquinaria tradicional de la democracia representativa no es capaz de impedir que criminales políticos ocupen el poder, ni puede promover una cultura de respeto por la sociedad civil, el estado de derecho y la confianza en el gobierno». Con todo, creo que para que lo sea a cabalidad es de suma importancia darle vuelta ya a la página del conflicto post electoral, para entrarle de lleno a las luchas y discusiones que el país necesita de verdad.

Las elecciones en México, lo venimos diciendo por lo menos desde hace seis años, están viciadas de fondo. Lo están no porque su organización convoque a una panda de gente perversa y malvada que supo cómo colarse, ya no digamos como consejeros electorales en cualquiera de sus órganos, desde el Consejo General hasta los 300 consejos distritales, pasando por los 32 consejos locales, o como funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE) en todas y cada una de sus vocalías de organización, registro y capacitación electoral y educación cívica, sino como capacitadores-asistentes y, sobre todo, personajes de baja estofa que, por un lado, filtraron el sistema (al fin se le caía a Bartlett y lo vendía Hildebrando) para que resultaran insaculad@s (sin albur) hombres y mujeres de dudosa reputación que no tenían nada mejor qué hacer el domingo 1 de julio y quedaran como funcionari@s de casilla a lo largo y ancho del país y, por otro lado, apagaron los despertadores del 35 por ciento de representantes de casilla de la Coalición Movimiento Progresista que brillaron por su ausencia el día de los comicios («sarcasmo»); lo están porque el órgano electoral se encuentra copado por una panda, ésta sí, de personajes harto impresentables que operan desde las mafias en que se han convertido sus partidos políticos (si es que no lo han sido desde sus respectivos orígenes) y, bajo un modo muy particular de hacerlo todo, no sólo la política, han puesto las reglas del juego electoral a su gusto y conveniencia.

Enterada de ello, ya que parte de estos operadores militan en sus filas, la pseudo-izquierda partidista le entró al juego de Juan Electorero y, como vemos, juega su juego. Hoy, sabiendo que de principio eso era imposible, exige la limpieza de las elecciones o, de lo contrario, que se anulen. Ahora resulta que quienes nos trataron con burla y desprecio por decir que debía anularse el voto para no hacer el caldo de la farsa electoral más gordo y que habría de llevarse la participación ciudadana a las calles, las fábricas y el campo, en lugar de derrocharla en las urnas, son quienes quieren anular la elección entera llevando a la ciudadanía al desgaste y dejándola a merced de los aparatos represivos.

¿Por qué ese afán de invertir todo el capital intangible de los movimientos sociales y políticos en una pugna que además de no ser suya, sino de la clase política, terminará por desarticularlos entre sí y fragmentarlos en su vida interna? Entiendo muy bien que el FPDT y la Otra Campaña hagamos todo lo que esté en nuestras manos para impedir que Enrique Peña Nieto, a quien con toda razón llamamos el «El Chacal de Atenco», despache desde Los Pinos; cuando lo hacía en Toluca ordenó, con la venía de Vicente Fox y la no muy tímida complicidad de los ayuntamientos perredistas de Texcoco y San Salvador Atenco, la represión que los días 3 y 4 de mayo de 2006 tuvo su punto más álgido y que se prolongó hasta la liberación de nuestr@s compañer@s y que hoy asoma en las amenazas que ha recibido nuestra compañera Valentina Palma. Lo entiendo y, aún así, sé que impedir su arribo a Palacio Nacional será prácticamente imposible, a menos que recurramos a los métodos violentos e ilegales que siempre hemos rechazado.

Los acuerdos de la Convención Nacional contra la Imposición que, dicho sea de paso, no sólo tienen que ser llevados a consulta por el #YoSoy132, sino por todos los colectivos, organizaciones y movimientos que allí coincidimos, tienen una radicalidad que consiste en mantenernos en una movilización social permanente, más que contra Peña Nieto, contra lo que él y su partido y el sistema de partidos que su partido creó significan y representan; no se trata, entonces, de una radicalidad que se planteé la ilegalidad como motor y razón de ser y que por lo tanto deba asustar o preocupar a nadie, salvo a quienes detentan el poder en este país. Pero es justo en esta salvedad donde está el quid de la cuestión: quienes detentan lo que llamamos los poderes de facto, los«señores del poder y del dinero», dijera Marcos, controlan los medios de comunicación que ya comienzan a hacer uso de sus recursos para justificar la próxima represión que los poderes de jure nos recetarán.

Así pasó en Atenco hace seis años. La legítima resistencia del FPDT ante la represión inicial del ayuntamiento perredista de Texcoco que con lujo de violencia arremetió contra las familias de floricultores del mercado Belisario Domínguez para reubicarlas porque «afeaban» el centro de la ciudad, sobre todo cuando la víspera había dado su palabra de que no haría tal desolojo, tuvo una escalada que salió de las manos del movimiento cuando la policía estatal (enviada generosamente por Peña Nieto) le arrancó la vida a Javier Cortés Santiago sucediendo actos que, si bien no se comparan con la violencia de Estado que vendría después ni con el mismo asesinato de Javier, de ninguna manera podíamos estar de acuerdo en que ocurrieran; esos actos fueron captados por las cámaras de Televisa y TV Azteca y con esas imágenes bajo el brazo arengaron al Estado mexicano para que nos reprimiera con toda la fuerza de que es capaz.

Por eso, tanto ellos como nosotros llamamos al operativo del 4 de mayo de 2006 «Operación Revancha»: el Estado mexicano se cobraba la doble afrenta de que un pueblo de macheteros que no entienden de modernidad ni de progreso, primero, le hubiera impedido la construcción de un aeropuerto en las tierras donde están enterrados sus muertos y, segundo, le dejara en ridículo ante todo el país gracias a la magia de la televisión: 207 pres@s sin órdenes de aprensión, decenas de casas registradas y destruidas sus pertenencias sin órdenes de cateo, más de 30 mujeres torturadas mediante violación sexual, un estado de sitio que amenazaba con alargarse hasta dos semanas después y que fue roto al día siguiente con una manifestación de Chapingo a Atenco que aún hoy me eriza la piel, años de prisión y de huir a salto de mata para escapar de ello; todo eso, y más, mucho más, ¡porque uno de nuestros compañeros propinó una serie de puntapiés a un granadero tirado en el suelo!

Peña Nieto, como dijera Lydia Cacho, no es nada. En cambio, nuestras luchas diarias, grandes o pequeñas, contra un modelo económico de producción que según Sayak Valencia tiene ya todo para ser llamado capitalismo snuff por la crueldad que acusan el necroempoderamiento y el mercado de cuerpos que lo alimentan, lo son todo. ¿De qué se trata esto? ¿Vamos a resistir sin soltarnos en una movilización social permanente que ponga en jaque el retorno al viejo régimen autoritario o, en lugar de eso, vamos a ofrendar la experiencia de lucha y resistencia del FPDT de San Salvador Atenco y la irreverente frescura del #YoSoy132 en una oposición a modo bajo el mando de las andanzas proselitistas de alguien que tiene como proyecto de gobierno una extraña mezcla de mochería nacionalista y liberalismo capitalista, para que luego, ya deshilvanadas las redes que nos articulan y nos dan fuerza, nos negocie al mejor postor mientras el país se nos cae a pedazos?

La lucha contra la imposición, oración que quedaba seductoramente abierta en la convocatoria a la Convención porque llevaba a preguntarnos: ¿contra qué nos oponemos?, no puede ni debe seguir siendo contra el candidato priista Peña Nieto y, por consiguiente, a favor del candidato priista López Obrador. Debe ser, creo, contra el presidente priista que gracias a todo el cochinero electoral de la partidocracia ha ganado unas elecciones que como dijo Javier Sicilia serían las de la ignominia. La lucha contra la imposición debe ser, creo, contra el ideario y la praxis de miseria, burla, desprecio, tortura y explotación que reside en él y, también, en sus enemigos dentro de la clase política, inoculados todos con el gen priista del crimen y la corrupción. Se trata de ser congruentes y que la declaratoria antipeñanietista que definió al #YoSoy132 desde su origen no se limite a la democratización de la democracia como la propone Keane y la sueña Bartra, sino que vaya hacia la lucha por la despriización del país, por la extirpación del gen priista que habita en todo el quehacer social, político, económico y cultural de México.

La despriización no está, ni de lejos, en los discursos, programas de lucha y proyectos de (des)gobierno de la clase política, sus partidos, sus sindicatos, sus medios de comunicación, sus socios en la clase empresarial y la jerarquía eclesiástica y las fuerzas armadas que la acompañan; está en las experiencias de rebeldía, resistencia y autonomía de los pueblos, movimientos, organizaciones, colectivos e individuos que no vemos ni escuchamos mientras estamos absortos en la lucha post electoral. El futuro nos pisa la sombra, dice Lydia Cacho, «nuestras batallas siguen siendo las mismas: otros seis años para cambiar las reglas del futuro, para defender, bajo amenaza, a la prensa libre, para evitar los oprobios del poder, para cuidar nuestra integridad sin negociar nuestros principios, para proteger a nuestras familias de la violencia y la corrupción, para construir un país que deje de creer que las elecciones cambian nuestras vidas.»

2 de julio de 2012

Falta lo que falta.



Nadie somos.
Solos estamos y sólo con nuestra dignidad y con nuestra rabia.
Rabia y dignidad son nuestros puentes, nuestros lenguajes.
Escuchémonos pues, conozcámonos entonces.
Que nuestro coraje crezca y esperanza se haga.
Que la dignidad raíz sea de nuevo y otro mundo nazca.
[…]
Vernos, mirarnos, hablarnos, escucharnos hace falta.
Otros somos, otras, lo otro.
Si el mundo no tiene lugar para nosotr@s, entonces otro mundo hay que hacer.
Sin más herramienta que la rabia, sin más material que nuestra dignidad.
Falta más encontrarnos, conocernos falta.
Falta lo que falta.

Subcomandante Insurgente Marcos.


Son casi las 12 del medio día, había apagado el ordenador pasadas las 6 de la mañana pensando en que dormiría sólo un par de horas para ir a votar; sí, era 1 de julio de 2012. Lamentablemente, eran poco más de las 11, las 11:32, cuando vi el reloj del teléfono móvil cuyo plan tarifario no he podido pagar por enésima vez… pero, esa es otra historia.

«¡Carajo! –me dije–, la cola en la casilla va estar de la chingada» A pesar de la premonición nada extraordinaria: he sido consejero electoral distrital del IFE en dos procesos electorales y conozco de primera mano cómo se ponen las cosas en las casillas especiales, tardé todavía un poco más en acelerar el paso hacia la ducha y, de allí, con un titipuchal de estaciones intermedias, el lugar donde el Consejo Distrital 04 del IFE en Yucatán decidió ubicar la Casilla Especial 51.

En la casilla de los foráneos.

Supongo que pasaban de las 12:00 i.m. cuando dejamos atrás el parque de Mejorada para llegar por la calle 59 a la puerta del Centro Cultural del Niño Yucateco (CECUNY), donde un cartelón escrito a mano decía: «Casilla Especial». No me equivoqué: la fila de ciudadan@s, buena parte de ell@s aguardando desde las 8 de la mañana según su propio dicho, daba vuelta la esquina de la 59 por la 48 hacia el sur hasta la esquina con la 61, donde unos jóvenes médicos, quizás residentes, parecían marcar su final; no era así: la cola continuaba, cruzando el arroyo, sobre la escarpa norte de la 61 hacia la 46.

Aquella era una situación algo extraña; al menos, una que no imaginaba: más que la casilla especial, ésa era «la casilla de foráneos» y, más pronto que tarde, una cierta sensación de extranjería compartida fue rompiendo las resistencias que, por no conocernos un@s a otr@s, nos distanciaban. Así, unos cuantos metros más adelante y media hora más tarde, ya estábamos platicando con el vecino que venía de Chiapas sobre la lentitud del avance y lo curioso de que en los hasta entonces últimos veinte minutos ya nos hubieran ido a contar dos veces para decirnos hasta qué persona formada en la fila podríamos votar.

Otros dos cuartos de hora después habíamos podido cruzar el arroyo de regreso para avanzar hacia el norte por la escarpa poniente de la calle 48. De las 2 a las 4.30 de la tarde pudimos caminar casi todo el trecho de la cuadra oriente de la manzana del CECUNY, mientras los rumores, junto con el marcador del triunfo de la selección española de futbol sobre su similar de Italia de cuatro goles a cero, comenzaron a sucederse entre la oferta y la demanda de chicharrones, kibis, aguas, bolis y raspados: «ya se van a acabar las boletas», «otras casillas especiales ya cerraron y están mandando a todo mundo para acá», «la señorita que está haciendo la captura no muy bien sabe cómo hacerlo».

Con todo, uno de los dos rasgos más significativos para ese momento fue la iniciativa de un par de ciudadanos, un hombre y una mujer, de preguntar cuántas boletas quedaban realmente y, a partir de allí, enumerar con marcador en mano a cada una de las personas que íbamos en la fila. 510 fue el número total; a mí me tocó que me pintaran el brazo, cual prisionero en campo de concentración alemán, con el #459. El otro, fue una especie de pasarela de una pareja de jóvenes donde ella, embarazada, llamaba la atención de todos los presentes gracias a que aprovechando la redondez de su vientre había pintado sobre éste un disco de prohibición cancelando un signo de pesos encerrado todo en la leyenda: «mi voto no se vende».

Serían las 5 de la tarde cuando, a la altura del portón que da al estacionamiento del CECUNY, me desprendí de la fila para ir a ver qué pasaba en la casilla y porqué estábamos avanzando tan lentamente. Aquello era un galimatías sin pies ni cabeza que me recordó cuando nos reportaban los capacitadores-asistentes electorales que en las casillas especiales del IMSS, Las Palmas o Paloma de la Paz, en Cuernavaca, Morelos, los ciudadanos estaban comenzando a llegar a las manos. En todas y cada una de ésas veces, cuidando de no romper el quorum de la sesión de Consejo, siempre hubo un consejero electoral que hiciera acto de presencia para informar a las y los ciudadan@s la situación siempre delicada de las casillas especiales; aquí no sucedió así.

¿Quién organiza toda esta desorganización?

La demanda más sentida, junto con lo que nos parecía una demora que ya se había extendido demasiado, era entonces la falta de información por parte de las autoridades electorales, incluyendo los propios funcionarios de la casilla. Así las cosas, sin pensármelo demasiado, le entré al toro de recordar a quien quisiera oírlo que la ley establecía un máximo de 750 boletas y que la insuficiencia de las mismas no era culpa de los funcionarios de la casilla, sino de la norma electoral que, eso sí, daba facultades a los consejos distritales de decidir el número y la mejor ubicación de las casillas especiales.

Esto de la ubicación no era poca cosa; en el mismo lugar estuvieron concentradas las casillas básicas de la sección 0458 tanto para la votación federal cuanto para la local, cuya afluencia, al mezclarse con el de la casilla especial sin nadie que pusiera un mínimo de orden en el flujo de personas, hacía de la entrada del CECUNY un cuello de botella.

Fuimos l@s mism@s ciudadan@s, con ayuda de un par de representantes de partidos políticos que pronto se tuvieron que deshacer de sus pins que les identificaban como tales, quienes nos organizamos para hacer de aquello algo más transitable: entre las 17 y las 18 horas pasaron por la puerta del CECUNY poco más de 40 personas que sufragaron en la casilla especial; de las 6 de la tarde en adelante el flujo, ya organizado, fue de casi 100 personas por hora: de haber continuado con el ritmo anterior, mismo que entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde permitió el paso de sólo unas 400 personas, en lugar de las 9 de la noche hubiéramos terminado hasta la 1 de la madrugada.

Gracias a la actitud cívica de buena parte de las y los ciudadan@s hacia el final de la jornada, aquello pudo llevarse sin contratiempos mayores a los que ya habían venido ocurriendo. Durante la jornada sucedieron algunas cosas que pudieran haberse considerado a simple vista como delitos electorales, como el hecho de que por lo menos tres vehículos pasaron frente a la fila con propaganda partidista pegada en sus vidrios traseros: dos con propaganda de Enrique Peña Nieto y uno de Josefina Vázquez Mota, de que no faltó quien expresó públicamente la intención de su voto estando aún formado en la fila o de que, a diferencia del presidente de la casilla básica para la votación local, el de la casilla similar para la elección federal no salió a preguntar si quedaban todavía ciudadanos de la sección que estuvieran por votar; pero difícilmente podría haberse consignado algo de eso como una violación al articulado en materia de delitos electorales del Código Penal Federal, dado que, en el primero y segundo casos, no hubo presión objetiva a ningún elector con el fin de orientar el sentido de su voto y, en el tercero, la no consulta no obstruyó la votación de nadie.

Todos son, no obstante, pequeños botones de muestra de una actitud tanto cívica cuanto organizativa de la propia ciudadanía que deja mucho qué desear; como aquellos otros donde algunas personas, las primeras de la fila, se resistían a que pudieran pasar a votar sin formarse otras de la tercera edad que era evidente que apenas y podían andar u otras con alguna discapacidad motriz que esperar lo mismo que quienes no tenían alguna discapacidad evidente les hubiera significado inclusive alguna lesión. Muy diferente, para decirlo en descargo de quien tiene una actitud de respeto y civismo, del señor que habiendo salido de la formación cuando se percató de que había olvidado su credencial para votar preguntó si podía entrar a la casilla porque su turno ya había pasado y, cuando la gente le dijo que no, aguardó hasta que pasara el último de la fila hasta ése momento, o de la señora que perdió su viaje de regreso a la ciudad de México porque no quiso irse sin haber votado.

La organización en torno a las casillas especiales siempre ha implicado para la autoridad electoral un dolor de cabeza; por una parte, los consejos distritales, en tanto organizadores operativos de la jornada, no parecen darse cuenta muchas veces de que en dichas casillas habrá conflictos y de que será necesario que un consejero esté constantemente dando explicaciones a la ciudadanía; por otra, la información con que cuenta el/la ciudadan@ siempre parece carecer de elementos para normar criterios acertados y asertivos que, sumados a la desconfianza para con el Instituto, hacen de todo aquello un caldo de cultivo para la confrontación muchas veces gratuita.

Si a esto aunamos que, en lo operativo, no faltamos l@s ciudadan@s que habiendo cambiado de domicilio o teniendo nuestros pueblos cerca no actualizamos nuestra credencial para votar ni acudimos a nuestra sección para dejar más boletas libres a quienes estando en la entidad por vacaciones, estudios o trabajo decidieran acudir a la casilla especial o que, en lo ideológico, hay quien tiene por consigna descalificar de antemano el trabajo del Instituto entorpeciendo la organización más que ayudando, las causas por las cuales miles de ciudadanos pueden llegar a quedarse sin votar, ora por insuficiencia de boletas, ora por hartazgo de la espera, se multiplican casi exponencialmente.

Y, luego, ¿qué?

Son las 6 de la mañana del día 2 de julio, el ex presidente Vicente Fox debe estar celebrando en casa su cumpleaños y su segundo triunfo, «haiga sido como haiga sido» (Calderón dixit), contra Andrés Manuel López Obrador: los datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) lo colocan, amén de lo que arrojen los cómputos distritales a partir del próximo miércoles, casi 5 puntos porcentuales por debajo de Enrique Peña Nieto; a este ritmo la distancia en el PREP entre uno y otro podrá llegar a ser de entre 6 y 7 puntos porcentuales, acorde con los datos demoscópicos de encuestadoras como Berumen e Ipsos-Bimsa, y no del 13 por ciento que reportó el Conteo Rápido del IFE a partir de las 8 de la noche de ayer, ni mucho menos de los entre 15 y 20 puntos porcentuales que empresas como Mitofsky, Parametría, GEA/Isa o Idemerc-Harris propagaron en Televisa, la cadena de medios en posesión de Vázquez Raña, Milenio y el Financiero, respectivamente.

Será muy difícil que los cómputos distritales y las diversas denuncias ciudadanas declarando que hubo fraude electoral puedan revertir el triunfo del priísta que al frente del gobierno del estado de México y en connivencia con Fox y Calderón mismos, silencio cómplice del perredismo incluido, reprimió con saña y lujo de violencia al pueblo de Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y la Otra Campaña hace seis años. Tocará, pues, a los pueblos, organizaciones y movimientos de todo tipo hacer frente y resistir un sexenio en el que imperarán, por mencionar sólo tres elementos, la represión sistemática contra la disidencia más organizada, la continuación de una práctica económica lesiva para los más en beneficio de los bolsillos de los menos y la consolidación de un modelo educativo que tendrá en Elba Esther Gordillo y el duopolio televisivo de Televisa-TvAzteca sus exponentes por antonomasia.

No me llamo a engaño: quienes siempre dijimos que ganara quien ganara tendríamos que organizarnos porque en medio del table dance que significaron las campañas políticas la única certeza que teníamos era que ningun@ de l@s contendientes acotaría un modelo de producción económica de suyo criminal como el capitalismo y con ésa misma certeza acudimos a las urnas para anular nuestro voto, dejarlo en blanco o anotar el nombre de nuestras demandas en el recuadro de «candidatos no registrados», sabemos que más allá de la política del arriba está una política muy otra, del abajo y a la izquierda.

Hace seis años una campaña, con más cara de fascismo que de democracia, repetía hasta el cansancio que si no votábamos nos calláramos; hoy, a nuestra posición se le tildó de «voto inútil» porque el pragmatismo y los números, y no las ideas y los principios, suelen marcan el actuar de cuando se juega el juego de la política de arriba. No nos abstuvimos, votamos por lo que creíamos; sólo que nuestros sueños de por sí no estaban en sus urnas. Están en la construcción hombro con hombro de los pueblos indígenas en resistencia, en los movimientos sociales que no se dejan cooptar por los partidos políticos, en las organizaciones honestas de la sociedad civil, en l@s trabajadorxs que luchan por democratizar de raíz sus sindicatos, en quienes resisten con dignidad la expulsión económica de sus lugares de origen, en quienes enfrentan día con día el embate de empresas abrigadas en legislaciones que les permiten saquear y contaminar recursos naturales, en quienes hacen del arte y la cultura vasos comunicantes para fortalecer el multimentado tejido social que el capitalismo pulveriza, en quienes no olvidan a sus muert@s de muerte injusta y desaparecid@s ni lo perdonan.