30 de abril de 2013

#JornadaPeriodistasMx


Publicado como «Sí, la próxima vez», en Milenio-Novedades de Yucatán, el  30 de abril de 2013.

La tarde del 28 de abril de 2012, Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en Veracruz, fue encontrada en la tina de su casa asesinada. La demanda de que su homicidio no quede impune, en medio de la simulación de un gobierno en cuya administración la desaparición y el asesinato de periodistas no parecen tener fin, abandera ahora la exigencia nacional por la defensa de la libertad de expresión y el derecho a la información, por un lado, y el respeto a la vida de sus mensajer@s, por el otro.
Leyendo testimonios de colegas, familiares y amig@s, uno encuentra que a Regina no le gustaba decir de sí misma que era periodista; prefería el sustantivo de reportera, queriendo con ello restarle presunción al oficio y enviar los reflectores a donde tenían que estar: las historias de aquellas y aquellos otr@s a quienes se les ha arrebatado la voz y el rostro; hacia los márgenes. Así que uno puede imaginar el enojo de Regina si se viera a sí misma siendo la noticia.
En efecto, quienes están de este lado de las cámaras, las libretas, las grabadoras y los micrófonos no deberían ser la noticia: son l@s mensajer@s, no el mensaje. Y, sin embargo, Regina, como muchas y muchos otr@s compañer@s de los medios de comunicación, quedaron ellas y ellos mism@s en los márgenes, a la sazón de un modo de producción económica criminal que en su fase más reciente ha devenido en un necropoder que todo lo arrasa en su ilimitada ambición.
Por eso, cientos de periodistas, acompañad@s de defensoras y defensores de derechos humanos y otr@s ciudadan@s, salieron a las calles de trece ciudades mexicanas y una estadounidense el domingo pasado bajo el paraguas de un par de demandas fundamentales: cumplimiento del marco jurídico que les brindaría un protocolo de seguridad y castigo a los responsables intelectuales y materiales de las ya cientos de amenazas, desapariciones y asesinatos en su contra.
Catorce ciudades cuy@s mensajer@s apagaron las cámaras y las grabadoras como símbolo del silencio que impera en buena parte de sus propios medios y en el resto de una sociedad que no termina por dimensionar lo que significa que le arrebaten por completo la voz.
Pero, quiero pensar, se trata sólo del comienzo y la próxima vez, quizás, otr@s nos sumaremos a la inaplazable exigencia de velar por la calidad del mensaje y por la vida de quien lo porta.
Sí, la próxima vez.

19 de abril de 2013

#LibertadPatishtán



Versión corta: Milenio-Novedades, 16 de abril de 2013.
Versión larga: La Jornada Morelos, 19 de abril de 2013.

Del 1 al 7 de abril, el Colectivo escénico El Sótano llevó a cabo, desde la plataforma logística y operativa de Tapanco Centro Cultural, en la ciudad de Mérida, Yucatán, México, la segunda edición de lo que han bautizado como Encuentro Inter-escénico; un espacio convivial (Jorge Dubatti dixit) en el que participaron, por llamarles de algún modo, creadorxs, investigadorxs y espectadorxs provenientes de Colombia, Brasil, Argentina, Ecuador, España y diversos puntos de la así llamada República mexicana.

El Encuentro, caracterizado por las tres columnas vertebrales en que El Sótano aborda su quehacer y reflexión escénicas: lo pedagógico, lo académico y lo estético, fue clausurado con la doble participación de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe mediante una charla-conferencia sobre su trayectoria como artivistas y la presentación-representación de El Sexto Sol, espectáculo cuyos pre-textos son el Popol Vuh y Una vieja historia de la mierda, de Alfredo López Austin.

En México, la relación entre creadorxs artísticos y trabajadorxs de la cultura, por un lado, y el Estado en su carácter de ogro filantrópico como lo desvela Octavio Paz, por el otro, siempre me ha parecido fascinante y repulsiva a un mismo tiempo, adquiriendo a veces dimensiones que rayan en el esperpento; así las cosas, no es extraño ver a miembros de la informe “comunidad artística” que han colaborado con los regímenes caciquiles más autoritarios apropiándose de discursos políticos radicales para terminar descafeinándolos.

La clausura del Encuentro Inter-escénico de El Sótano me pareció, en relación con lo dicho líneas arriba, un excelente botón de muestra: era delicioso (el uso del adjetivo puede tener algo de ironía) escuchar los aplausos y los gritos de “¡bravo!” de espectadores en su mayoría priístas, mientras Jesusa y Liliana blandían alusiones contra el régimen que le hacían, a ése público, lo mismo que lo que el viento a Juárez.

No obstante, en un momento dado, Liliana se puso de pie y mostró la playera que llevaba puesta; al centro, el rostro en serigrafía de Alberto Patishtán Gómez sirvió de pauta para llamar la atención del respetable sobre el caso del profesor indígena bilingüe que este 19 de abril cumple sus 42 años de vida injustamente preso en el Centro Estatal de Reinserción Social de Sentenciados No. 5, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

Actualmente, el profe Patishtán es integrante de La Voz del Amate, colectivo de presos políticos adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN; pero, en 2000, año en que fue apresado, juzgado y sentenciado, era priísta y, según Hermann Bellinghausen (La Jornada, 24/03/2013), tenía una jefatura magisterial y organizaba una sociedad productiva oficialista con apoyo de distintos barrios del igualmente oficial ayuntamiento de El Bosque.

Fue Rosemberg Gómez Pérez, hijo del entonces alcalde priísta Manuel Gómez Ruiz, quien lo señaló como uno de los atacantes que la mañana del 12 de junio de 2000 emboscaron a un grupo de policías municipales y de Seguridad Pública en el paraje Las Lagunas de la comunidad Las Limas, municipio de El Bosque, dando muerte a siete de ellos; Rosemberg Gómez, junto con el policía Belisario Gómez Pérez, había logrado sobrevivir gracias a que los cadáveres de sus acompañantes quedaron encima de él.

La mañana del atentado, el profe Patishtán tuvo una reunión con padres de familia en Huitiupán, donde trabajaba; no pudo haber participado en el crimen por el que está preso desde hace más de 12 años. Sin embargo, Rosemberg Gómez ratificó la denuncia contra quien además es su primo. Podemos suponer que lo hizo a cambio de la camioneta nueva que ganó por perjurio; pero la respuesta puede estar también en el calendario unos días antes: Patishtán había marchado a la capital del estado en compañía de un grupo de indígenas para presentar una serie de documentos que demostraban la corrupción imperante en la administración de Gómez Ruiz: Rosemberg buscó, pues, neutralizar a quien fuera el principal crítico opositor de su padre, de cara a las elecciones de 2000.

Casi 13 años después, al determinar que la presunta secuestradora Florence Cassez debía ser liberada por ausencia de debido proceso e inconsistencias en las declaraciones de los testigos que la señalaban como cómplice de la banda Los Zodiaco, la Suprema Corte de Justicia de la Nación abrió la puerta para que Patishtán pudiera alcanzar su libertad, pues, su caso se caracteriza igual por la ausencia de debido proceso al habérsele detenido sin orden de aprehensión y obligado a rendir declaración sin abogado defensor ni traductor; más aún, a diferencia de Cassez, las pruebas que han demostrado su inocencia y la inconsistencia de las declaraciones en su contra son abrumadoras.

Los priístas que aplaudieron a rabiar a Jesusa y Liliana suelen considerarse tanto herederos de Felipe Carrillo Puerto, el emblemático ex gobernador autor de aquella frase que aún hoy marca la paternalista relación entre el Estado mexicano y los pueblos indios de este país: “No abandonéis a mis indios”, cuanto guardianes de la infame memoria que honra a los Montejo, los criminales colonizadores cuyas masacres fueron la piedra de toque para la fundación de la Blanca Mérida.

Una pregunta retórica asalta el teclado: ¿será que los del tricolor club de fans de Jesusa y Liliana moverán siquiera un dedo para exigir la liberación de un indígena tzotzil al que no se le ha podido comprobar nada en los 13 años que lleva resistiendo las lesivas prácticas legaloides de una justicia que será ciega pero bien que siente lo que agarra?

3 de abril de 2013

Hecho en México, visto en Mérida.


Ubicarse en el primer cuadro de la Mérida de Yucatán puede significar colocarse en el cruce exacto de tres o cuatro mundos que conviven mirándose de soslayo entre el rencor, el desprecio y una sui generis tolerancia.

Si se camina hacia el norte, la opulencia irá apareciendo tras la belleza arquitectónica que rinde tributo a quienes sometieron a hierro y fuego a los pueblos originarios de estas tierras o hicieron todo lo posible para que su india pisada no percudiera la blancura de la ciudad durante la Guerra de Castas.

Si se va hacia el sur, la miseria que carcome primero los bolsillos y luego los cuerpos se asoma con impudicia tras las cantinas y las calles cada vez más oscuras y menos pavimentadas, ricas en dignidades que el trabajo multiplica endureciendo manos y miradas a contrapelo de traiciones bajo la ley del sálvese-quien-pueda.

Hacia el oriente, si se atraviesa el parque de Santa Lucía, se pasa frente al Teatro Pedrito de don Wilberth Herrera y se sigue derecho, se puede llegar a la esquina de la casa pintada de rojo que en el nombre no sólo ostenta su domicilio, sino su herencia histórica: La 68.

Allí, uno puede toparse con la gigantura de las mujeres de Indignación, las entrañables «Costureras de Sueños» y sus Monólogos de la máquila o, gracias a las lentes de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman, las familias de Los que se quedan. Y, también, cosas de la pluralidad, con filmes como Hecho en México.

El documental realizado por Duncan Bridgeman es de una mixtura musical y de imágenes a veces deliciosa; una suerte de largometraje turístico políticamente correcto que dice querer ser «una reflexión inspiradora sobre lo que es la ‹mexicanidad› hoy en día»; pero, sobre todo, es una película «bonita» que mira hacia los márgenes de manera melodramática y nacionalista.

En Hecho en México, se muestra lo «bonito» que también puede ser éste país amenazado por el narcotráfico y sus socios en los gobiernos de todos los colores y niveles; pero, igual, se edulcoran y reducen la indignación y la resistencia que en estas tierras se caminan en un pastiche que cierra los ojos para no ver las uñas sucias de la miseria (Benedetti dixit) y aleja la vista del saqueo y la ignorancia promovidos por quienes rescatan centros históricos y producen películas “buena onda”.