30 de julio de 2013

Camino rojo a Barataria / II.

Serían cerca de las 10:30 de la mañana cuando A llegó a la Prefema y se sentó en la jardinera que estaba justo a un costado de la prefectura alargándose hasta la dirección y la biblioteca, que estaba a un lado. Lo acompañaba una mujer, joven como él, delgada como él y morena como él, con la mirada entre seria y sonriente, como la de él. Lo identifiqué casi de inmediato; no hacía ni una semana que lo había visto entre los organizadores del evento en la Primero de Mayo, así que no fue difícil acordarme de él. Me levanté de la jardinera en que yo estaba sentado, atrás de la sala audiovisual, «cuartel general» del grupo de teatro Compañeros, y, aprovechando que Laura aún no salía al receso, me acerqué a saludarlos y hacerles plática.

─Creo que Adela no vino hoy a la escuela ─adelanté queriendo parecer atento─; pero si sí, no tardará en aparecer: acaban de hacer sonar el timbre para la hora del receso.

─¿Cómo estás, tú? ─dijo A como si no hubiera oído nada de lo que le dije.

─Eh... Bien ─a lo mejor y no me había oído, insistí─: Adela...

─No venimos para ver a Adela ─atajó.

─Venimos para verte a ti ─terció la mujer que lo acompañaba.

─¡A mí! ¿Por qué?

─Pues, nos llamó la atención ─dijo A tomando la batuta de la conversación─ que cuando el evento del 1º de mayo te tomaras en serio lo que se conmemoraba.

─Bueno, nos habían invitado; ¿cómo no me lo iba a tomar en serio? De hecho, yo fui de colado, a quien invitaron fue a Adela y ella me invitó a mí, porque sabe...

Me quedé callado. Era como si, de pronto, me diera cuenta que estaba siendo estudiado en mi manera de hablar, en mis gestos, en mis respuestas.

─Porque sabe, ¿qué? ─preguntó la mujer que lo acompañaba retomando la conversación.

─Porque sabe que esas cosas me interesan.

─¿«Esas cosas»? ─inquirió.

─Sí, la política.

─¿Te interesa la política, entonces? ─intervino A─ ¿Y, para ti, qué es la política?

─Es dos cosas: que se pongan de acuerdo quienes no están de acuerdo y la lucha por el poder.

─De acuerdo, ¿para qué? ─continuó.

─Para lo que es mejor para todos.

─Pero, entonces, si se trata de ponerse de acuerdo, ¿para qué es la lucha por el poder?

─La lucha por el poder ─dije sintiéndome más en confianza─ es porque no a todos les interesa ponerse de acuerdo en lo que es mejor para todos; a algunos les interesa hacer su voluntad pasando por encima de los demás: tener el poder de decidir qué es y qué no es mejor para todos, aunque a veces, en realidad, no sea lo mejor.

─Entonces, más que ser una misma cosa, parecen dos formas de hacer política, ¿no? ─preguntó A ajustándose los cabellos que se le salían por debajo de la cachucha.

─Parecen, pero no. Lo ideal sería que nos pudiéramos poner de acuerdo por un bien común, de todos; pero es difícil saber qué es el bien común, sobre todo, cuando lo que está bien para unos no está bien para otros.

─¿La democracia? ─preguntó la mujer que lo acompañaba con la misma mirada que A: como poniéndome a prueba.

─Si no hubiera clases sociales ─respondí ya encarrerado─, habría democracia: nos podríamos poner de acuerdo; pero como hay clases sociales, donde unos tienen mucho y otros tienen casi nada, lo que sucede porque los otros son explotados por los unos, la política no es ya ponerse de acuerdo, como en la democracia, sino luchar por el poder.

─¿Lucha de clases, entonces? ─preguntó ahora él.

─Sí, lucha de clases: el poder, decía no sé quién, no se pide: se arrebata...

─¿Bebé?

Abrazándome por la espalda, Laura, que recién iba llegando, se había acercado a dónde platicábamos A, la mujer que lo acompañaba y yo sin que me diera cuenta; pero, antes de que pudiera decirle quiénes eran, Elsa, una de sus compañeras de clase, la llamó para preguntarle algo. Estaba, como siempre, hermosa. Aunque llevaba el uniforme y sobre éste su chamarra negra con puños azules, las caderas se le adivinaban debajo de la falda entablillada en cuadros negros y azules.

─¿«Bebé»? ─repitió A con un dejo de burla que compartía en complicidad con la mujer que lo acompañaba.
Sentí de inmediato cómo las mejillas comenzaron a arderme de la vergüenza.

─Este... sí; así me dice: es mi novia.

─Sí, bueno ─dijo la mujer que lo acompañaba─, eso es obvio.

─Tenemos que irnos ─agregó A─, se nos hace tarde y aún nos falta muchas cosas por hacer; pero luego te buscamos de nuevo. ¿Has leído el Manifiesto del Partido Comunista?

─¿El de «Un fantasma recorre el mundo: el fantas...»?

─Europa.

─¿Perdón?

─La cita correcta es ─dijo A, ya sin la sonrisa en la mirada─: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo.»

─Sssí ─respondí.

─¿Sí o no? ─volvió a preguntar como si en mi titubeo adivinara que mentía.

─Nno ─confesé.

─Pues, léelo; la próxima vez que te vea voy a hacerte algunas preguntas sobre lo que Marx y Engels dicen allí.

─¡Sebastián! ─a mis espaldas, Laura se despedía de Elsa y me llamaba para que estuviera con ella─ ¿Vamos por un elote?

Volví la vista para despedirme de A y de la mujer que lo acompañaba; pero, sin darme cuenta, ya se habían ido. Salvo una hoja de papel algo desgastada en los dobleces, no había un solo rastro de que hubieran estado allí, sentados en la jardinera. Al no obtener respuesta de mí, Laura se me acercó especialmente cariñosa y repitió su invitación formulada a modo de pregunta.

─Bebé, ¿vamos por un elote?

─Sí ─dije, entre avergonzado por saberme descubierto por A y la mujer que lo acompañaba en mi modo de ser llamado de cariño por Laura y destanteado porque no pude despedirme de ellos.

─Y, ¿ése papel?

─¿Eh?... No sé, creo que se les cayó a mis amigos con los que estaba platicando.

─¿Tus amigos?

─Sí...

─¡Mira! ─me interrumpió─ ¡Es una copia de los volantes que mandaste imprimir recién entrando al consejo!

─¡A ver!

Era verdad, se trataba del primero y único comunicado que había mandado a fotocopiar para repartir entre el alumnado anunciando que el consejo estudiantil se constituía, a partir de ése momento, en una especie de comité de apoyo a las y los maestros que habían emplazado a huelga a la sociedad de padres de familia de la escuela. Pero, ¿qué hacía esa hoja en la jardinera?

─Ven, deja de pensar en el consejo y en lo que pudo ser y lo que no pudo ser, y vamos por mi elote ─me dijo Laura dándome un beso en los labios; sabía que el sabor de su lápiz labial me hipnotizaba y no me hacía pensar en nada, más que en ella. Fuimos a los elotes; en su lugar, encontramos al señor de los raspados... ¿cómo es que se llamaba?... «¡Sale una úlcera!», gritaba cada que preparaba el raspado de su especialidad: de tamarindo o mango con salsa y toneladas de chile piquín... creo... no lo recuerdo bien; a pesar de que era el favorito de Laura, no recuerdo haberlo probado nunca. Mi mente, sin embargo, no estaba en el puesto de los raspados, sino en explicarme cómo es que había llegado aquél volante a la jardinera y quedado justo donde habían estado A y la mujer que lo acompañaba. ¿Acaso lo habrían traído ellos, como le dije a Laura? Y, de ser así, ¿lo habían olvidado, se les había caído, o lo habían dejado intencionalmente? Y, si lo habían dejado adrede, ¿cuál era su intención?, ¿qué pretendían con ello? Laura, mientras tanto, comía su raspado; al verla, sus ojos grandes y casi siempre tristes y sus mejillas redondas enmarcadas en su largo cabello oscuro, me fui olvidando del papel y de A y de la mujer que lo acompañaba. El receso hizo lo suyo y regresamos a nuestros respectivos salones de clase, no sin antes pasar a la jardinera a recoger nuestras mochilas. Un largo beso, de esos que me habían ganado el mote de «Chan Hot», y Laura y yo nos despedimos en espera de volvernos a ver cuando fuera la hora de la salida. De camino al salón, que podría haber sido cualquiera, pues, dependía de la clase que tocara, me metí la mano al bolsillo y encontré en él el volante.

─¡Sebas! ─me gritó Adela, a punto de entrar a su salón, dándose cuenta de que yo caminaba absorto en mis propios pensamientos─ ¡estás enamorado!

Y no se equivocaba, pero mi distracción no la provocaba esta vez pensar en los labios, los ojos o las caderas de Laura, sino aquél volante. Estábamos en el mes de mayo de 1993, ¿qué hacía allí un volante que se escribió y se fotocopió en noviembre de 1991? No podía ser una casualidad, A y la mujer que lo acompañaban lo traían consigo, no había duda; pero, al dejarlo para que yo lo encontrara, ¿qué me querían decir?

En 1991, las y los maestros del sindicato mayoritario de trabajadores de la escuela emplazaron a huelga a la sociedad de padres de familia en demanda del pago de salarios que les venían negando bajo diversos pretextos. Las planillas de alumnos que contendían para presidir el consejo estudiantil tenían ya rato queriendo ganarse la simpatía del resto del alumnado, pero a algunos nos preocupaba más la posibilidad cada vez más real del estallido de la huelga. No recuerdo si la idea de articular un comité de apoyo a la huelga fue anterior o posterior a la conformación del consejo estudiantil, el caso es que cuando llegó el día de la elección de la planilla que presidiría el consejo un grupo de alumnos que también éramos consejeros estudiantiles pero no formábamos parte de ninguna planilla habíamos alcanzado cierta notoriedad justamente porque estábamos hablando de impulsar la formación de un comité así. Fue el maestro Quiñones quién propuso que la elección se hiciera esa vez cartera por cartera y no planilla contra planilla, de modo que cualquiera, sin importar si participaba o no en alguna de las planillas, podía ser electo para ocupar alguna de las carteras. La asamblea votó la propuesta y se aprobó por amplia mayoría. Los nombres de las personas que ocuparían cada cartera fueron apareciendo escritos en el pizarrón por Adela en cinquinas: Becas, Deportes, Medio Ambiente, Prensa... en Cultura quedó la misma Adela... Honor y Justicia, Tesorería, Secretaría y Presidencia. Por primera vez en no sé cuánto tiempo, quizás en toda su historia, el consejo estudiantil de la escuela preparatoria federal por cooperación «Calmecac» no estuvo presidido por un alumno del tercer grado que, al ser de los más grandes, se supone sería quien mejor conocía a la escuela, a la comunidad estudiantil y sus necesidades; no, le tocaría, por azares del destino y decisión mayoritaria de la asamblea del consejo estudiantil, a un alumno del segundo grado que, además de ocupar su tiempo libre de todos los sábados para ensayar con el grupo de teatro de la escuela, solía abandonarse al ondulante vaivén de las caderas de su novia.

28 de julio de 2013

Camino rojo a Barataria / I.

No recuerdo que esa tarde hiciera mucho calor; en realidad, no recuerdo muchas cosas. Mi atención estaba centrada en una treintena de fotografías y artículos de periódicos, fotocopiados las unas y los otros, que supongo habían sido pegados en la pared para el evento de esa tarde. ¿El año?, 1993 ¿El día?, creo que 1 de mayo. El lugar era una colonia con ése mismo nombre: Primero de Mayo. Habitada en su mayoría por familias de trabajadores mineros, la Primero de Mayo convive con el tizne en las paredes y techos del plomo que cae de las chimeneas del complejo metalúrgico de Peñoles, el ruido del ferrocarril que todos los días a las 2 de la mañana tiene una salida a la ciudad de México con un viaje de unas 24 horas de recorrido y las camadas de turistas nacionales y extranjeros que atraviesan la colonia para subir el cerro del Cristo de las Noas y desde allí mirar el centro de la así llamada «Perla de la Laguna».

Ahora, ésa colonia debe estar imposible de habitar con tanto pinche narco hijo de puta.

Bueno, ¿y qué culpa tienen las putas?

Ya, se me olvidaba que...

Ése no es tema de esta charla.

Es una charla contigo mismo; todos los temas, son temas de esta charla y de todas tus charlas...

Pero ése no.

¿No?

No.

Como quieras.

...

Entonces, era el 1 de mayo de 1993 en la colonia Primero de Mayo...

Ya ni sé si era 1 de mayo ó 15...

¿Podría haber sido el 15?

Podría haber sido cualquier día.

Sí, bueno, eso es una perogrullada: «podría haber sido cualquier día»; pero, ¿por qué dices que el 15 y no otro?

Por las fotos y los artículos de las fotocopias pegadas en la pared. Aunque el evento parecía tener como tema central el día del trabajo, las fotos y los artículos parecían ser exclusivamente de manifestaciones de maestras y maestros, y de la represión a que habían sido sujetos. 1993 fue el año de la lucha de las y los maestros de Monterrey contra la Ley del Isssteleón, pero el punto álgido de esas manifestaciones no se alcanzaría sino hasta el mes de octubre. Estaba relativamente cercano en el tiempo el momento de la ascensión de Elba Esther Gordillo como secretaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el SNTE, cuatro años atrás, y, por otra parte, la celebración del primer congreso nacional democrático de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE, tres años antes. En 1991 había sido el paro nacional indefinido por aumento salarial y democracia sindical, en defensa de derechos laborales y contra la "modernización educativa" neoliberal... aún recuerdo las tardes que trepado en mi bicicleta llegaba al frente de la casa de campaña que mis maestros habían instalado en la entrada de la secundaria, en Querétaro, llevando la olla de frijoles que mi madre había preparado para que les llevara y tuvieran algo qué cenar... probablemente las fotos eran de aquellos días.

De pronto, sentí que alguien detrás de mí entraba a esa suerte de capilla de iglesia extrañamente aderezada con aquellas fotos y textos. Una mujer, bajita de estatura, como metro y medio de alto o quizás un poco más, con la mirada seria pero en absoluto grosera, se había parado justo en la entrada del lugar mirándome como preguntando por la razón de que estuviera yo allí.

─Perdón...

No, no te preocupes. Puedes seguir viendo, para eso se pegaron: para que las viera quien quiera.

─Gracias ─dije; pero la mirada un tanto cuanto escrutadora no dejó por eso de interrogarme por mi estancia allí─... Nos invitaron a un acto cultural para hoy en la tarde... Aquí.

─¿«Nos»? Y, ¿dónde están los demás?

─No deben de tardar. Ya deben de venir en camino... Creo que se me hizo un poco temprano.

─No ─dijo mirando su reloj-, de hecho fuiste puntual. Tus amigos, más bien, ya van a ir llegando tarde.

─Y, ¿se hará el evento?

─Sí que se hará; pero, como verás, no sólo tus amigos están llegando tarde.

─¿Son maestros? ─dije, preguntando por las fotos y los artículos.

─Sí, son maestros, y también maestras.

─Mi abuelo, el papá de mi papá ─dije a manera de comenzar a tener un tema de conversación con aquella mujer que no paraba de interrogarme con la mirada quién era yo─, también era maestro... Bueno, creo que mi abuela también lo era; pero quien ejerció como tal fue mi abuelo... Mi abuela, aunque era maestra normalista con título y todo, sólo lo hizo unos cuantos años.

─¿Y tu abuelo estuvo en la disidencia?

Ésa era la pregunta de los 64 mil, como dijera Pedro Ferriz Santacruz. Yo había soltado la confidencia de que mis abuelos habían sido maestros también para ganarme la confianza de aquella mujer que, sin duda, era una de las organizadoras del evento de esa tarde y, de pronto, estaba a punto de ganarme su animadversión. ¿Cómo decirle, después de que puntualizó que en la lucha magisterial las mujeres habían participado codo con codo con los hombres para dejar claro un rasgo de radicalidad que va más allá de la mera lucha de clases, que había soltado la pregunta que iba al centro de mi genealogía política y que la respuesta era: no?

─Tu abuelo ─dijo interrumpiendo mis pensamientos como dándome tiempo para pensar mejor mi respuesta─, ¿«era» maestro? ¿Ya no lo es?

─No, murió en 1985.

─El año de los sismos en la ciudad de México... No murió en los sismos, ¿verdad?

La idea de que hubiera podido tener un poco de falta de tacto pareció avergonzarla y suavizó su expresión por un instante.

─No, el falleció, si no mal recuerdo, en mayo de ése año... Y, no.

─¿No?

Estaba a punto de confiarle que no, que mi abuelo no había estado en la disidencia porque siempre, o casi siempre, fue priísta; que, inclusive, había sido uno de los hombres fuertes de Gonzalo N. Santos en Matehuala, su tierra natal, independientemente de que, como dicen en la familia de mi padre, el hombre de verdad fuerte de «Don Gonzalo» en la «Perla del Altiplano potosino» era Pablo Alderete; pero la voz de Adela, saliendo con toda ella del auto en que recién acababa de llegar junto con Raúl, Manuel y no sé quiénes más, me cortó la intención.

─¡Sebas!

Tras el grito de mi nombre, o lo que quedaba de él, vinieron los saludos y las presentaciones, allí supe que la mujer con quien hablaba también era maestra, y luego vino la preparación del numerito que presentaríamos. En menos de lo que pude darme cuenta, el reducido lugar, la pequeña capilla, se llenó con nuestra presencia y la de algunos hombres y mujeres, vecinos todos, o casi todos, de la Primero de Mayo. Uno a uno, se sucedieron los numeritos de cada uno de los invitados. Yo di la segunda función de un unipersonal que había articulado con poemas y canciones de Ángela Figuera Aymerich, Mario Benedetti, Bertolt Brecht, Gioconda Belli, Daniel Viglietti y Víctor Jara. Comenzaba haciendo como que llegaba a mi casa, con el rostro aún maquillado de las supuestas presentaciones de ése día: era un mimo callejero. Mientras buscaba algo donde calentar un poco de agua para café y me disponía a comerme un trozo de pan que había conseguido quién sabe en dónde, el desánimo me llevaba a rezarle-escribirle a Jesús de Nazaret con el texto homónimo de Figuera; en distintos puntos del rezo-carta, iba intercalando fragmentos de canciones de Viglietti y Jara con fragmentos de poemas de Brecht y Belli, para jugar un poco con distintos niveles de patetismo y, casi para terminar, me decantaba por el rezo con un poema de Benedetti para, finalmente, cerrar de nuevo con la carta de Figuera.

Poco a poco, todo aquello se iba cargando de una afectación panfletaria que a Raúl, sobre todos, y un poco menos a los demás, pero también, le provocó a risa. Sin embargo, yo ya era más parte de aquél artificio que del ánimo incrédulo de mis amigos y cuando uno de los compañeros de la maestra nos repartió unas hojitas con la letra de La Internacional para, como acto último, cantarla entre todos, aunque hice como que también me daba risa lo acartonado del formato con todo e himno obrero de cierre, no hice sino cantar a voz en cuello la traducción en español de aquellas letras originales de Eugène Pottier con música de Pierre Degeyter.

Arriba los pobres del mundo
En pie los esclavos sin pan
y gritemos todos unidos:
¡Viva la Internacional!

Removamos todas las trabas
que nos impiden nuestro bien,
cambiemos el mundo de base
hundiendo al imperio burgués.

Agrupémonos todos,
en la lucha final,
y se alcen los pueblos,
por la Internacional.

Agrupémonos todos
en la lucha final.
Ya se alzan los pueblos ¡con valor!
por la Internacional.


Sí, más o menos así era la letra. No lo recuerdo bien. En realidad, no recuerdo muchas cosas.

22 de julio de 2013

Enrique Ballesté en la ESAY.

(Publicado en su versión reducida en Milenio-Novedades de Yucatán, el 23 de julio de 2013).

Hace 40 años, el dramaturgo Héctor Azar dirigía los destinos del teatro que se hacía con recursos públicos tanto en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) cuanto en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, desde ése su coto de poder, censuró por la vía de imponer trabas administrativas de todo tipo la puesta en escena que estudiantes del Departamento de Arte Dramático de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma UNAM habían llevado a cabo a partir de El canto del fantoche lusitano, original de Peter Weiss, con la dirección del venezolano Carlos Giménez.

La cerrazón de Azar, que incluyó la expulsión del país de Giménez, propició que las y los estudiantes llamaran a la toma del foro que burda y sistemáticamente se les había negado, el Foro Isabelino, y con ello fundaran un movimiento teatral independiente que tuvo como punto nodal la creación del Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA). Enrique Ballesté, también estudiante universitario, había hecho la música para la puesta en escena de la obra de Weiss dirigida por Giménez y, para ser consecuente con aquello de «hacer cultura con el pueblo» (Primer Informe Crítico de CLETA-UNAM, agosto de 1973), fundó el grupo Zumbón y junto con sus cómplices de tablas dejó la selva de asfalto chilanga para emprender un trabajo de creación colectiva en pueblos indígenas de Yucatán.

De esa época, 1975, son La familia chumada y La junta nacional de ratones, dos montajes de creación colectiva que fueron determinantes en la praxis estética del Zumbón; una metodología de trabajo que, a decir de Felipe Galván, «dejó un aprendizaje de enorme originalidad que poco se conoce y, por ende, poco se ha estudiado» (Paso de Gato No. 52, 2013). En mi nota anterior, Puente Alto de Enrique Balleste. Notas genealógicas, cito a Galván:
«Durante su estancia yucateca y en trabajo directo con poblaciones indígenas, se encontraron con el problema de la comunicación, pues los integrantes del Zumbón realizaban su trabajo en español chilango y diversas comunidades no los entendían en absoluto. Después de plantearse el problema decidieron desarrollar una propuesta teatral sin palabras, que abordara uno de los problemas de la sociedad a la que iba dirigida el trabajo.»
Trece años más tarde, de regreso en la ciudad de México, Ballesté escribió Puente Alto, obra que con todo y que fue galardonada con el Premio Bellas Artes Mexicali de Dramaturgia en 1988 no se había llevado a las tablas en los 25 años que tiene de haber sido escrita; en ella, el compositor de canciones como Jugar a la vida o Yo pienso que a mi pueblo, referentes en sí mismas de su propia generación, da vida a un personaje que seguramente se gestó en la experiencia teatral en Yucatán: Doña Chita; un personaje que según nota del mismo Ballesté «para comunicarse con los demás usa la expresión corporal, la pantomima y el teatro mudo, [un] teatro que basa su lenguaje en las señas y gestos que normalmente utilizamos cuando nuestros interlocutores se hallan lejos y no escuchan nuestra voz.»

Justamente con Puente Alto es que la palabra de Enrique Ballesté vuelve a estas tierras de la mano del maestro José Ramón Enríquez como antes lo hiciera con la tierna complicidad del maestro Paco Marín en Mínimo quiere saber, y lo hace con una generación de jóvenes estudiantes de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY) que en Puente Altoprimera práctica escénica que, junto con Entre las holoturias de la maestra Elena Novelo, bajo la dirección del maestro Tomás Ceballos, y el auto sacramental La vida es sueño de Calderón de la Barca, con la dirección del maestro Miguel Ángel Canto, la ESAY produce bajo el nuevo mapa curricular de su Licenciatura en Teatro donde se ha incluido para el séptimo semestre el curso de «Actuación: Teatro y Sociedad» con el objetivo de que sus estudiantes reconozcan al teatro como una fuerza de transformación social.

En junio de 2007, como parte de su intervención en el coloquio «El CLETA: Entre la negación y el reconocimiento», Enrique Ballesté, según notas de Millán (sic), opinó:
«En la carrera de teatro debería haber la materia de teatro alternativo [en la que] los muchachos salieran a la calle a crear sus propios espacios donde no los hay [porque] un actor necesita [...] tener presencia escénica, control de su espacio, tanto dentro de su foro como fuera de él, en la calle, [donde aprenderá a] ser breve, sencillo, energético, estético, sorpresivo y, sobre todo, causar desorden: eso es hacer teatro donde no hay teatro.» (Machetearte No. 1213, 2007).
Pienso por un momento en aquellos días en que de manera colegiada el cuerpo docente del Área de Artes Escénicas de la ESAY nos dimos a la tarea de diseñar los planes de las asignaturas que se agregarían a un mapa curricular tildado por sus detractores de neoliberal porque, dijeron, se desaparecían las materias teóricas que harían al estudiantado reflexionar sobre su quehacer en las tablas; lo pienso, sobre todo, mientras observo en ése mismo mapa curricular la existencia de talleres de investigación en Teatro Clásico Griego y Latino, Teatro Medieval y Renacentista, Teatro del Siglo de Oro en español, Isabelino y Clasicismo francés, Teatro Romántico y Moderno y Teatro Contemporáneo, o cursos de Teorías Teatrales y Teorías Dramáticas; todas, asignaturas para pensar, estudiar, analizar, reflexionar.

Lo pienso tras recordar el trabajo invertido en el diseño de una asignatura como «Actuación: Teatro y Sociedad», en cuyas unidades se estudia lo que hemos dado en llamar la genealogía social del actor, pasando por el hypokrites griego, el sannion romano, el balts'am maya y el mitotiani nahua, los cómicos dell' arte italiano y de la legua español y las herencias estéticas e ideológicas que habitan en Meyerhold, Brecht, Boal y el Living Theatre. Todo atravesado por la realización de un anteproyecto social de propuesta escénica que pasa por la discusión del contexto social, político y cultural; el diseño de un esquema general de trabajo con justificación, contenidos, metas y objetivos; la definición de géneros y/o estilos dramáticos y escénicos, líneas generales de acción y efectos finales esperados, y el desarrollo mediante la detección de minorías activas, líderes naturales y oficiales de opinión en la comunidad en aras de la sensibilización y motivación de la misma comunidad para con la propuesta, su puesta en marcha, seguimiento y evaluación.

Es verdad que aún estamos muy lejos de consolidar una asignatura que puede ser demasiado ambiciosa para las 128 horas lectivas con que cuenta; pero eso no es, en absoluto, decantarse a un plan de estudios de corte neoliberal; más bien, todo lo contrario. Creo que a quienes en su momento nos criticaron por los cambios que hicimos al mapa curricular anterior les hizo falta una materia como ésta en sus respectivas academias que les ayudara a informarse bien, reflexionar con sensatez y criticar con rigor y seriedad algo que tacharon sólo de oídas y, sabrán dios y el diablo, motivados por qué intereses.

Por lo pronto, a mí me resulta parabólico, más que paradójico, que en el plan de estudios de una escuela que contra viento y marea se va haciendo de una identidad institucional, pedagógica y estética propias en el sureste mexicano, lo que podría ser la propuesta pedagógica de Ballesté echada a andar en estas mismas tierras hace cuatro décadas encuentre, por fin, resonancia. Y, además de darme gusto que así sea, me siento afortunado y orgulloso de tener la oportunidad de participar en ello.


PRÁCTICA ESCÉNICA EN TEATRO CONTEMPORÁNEO (ESAY-Teatro):
Puente Alto, de Enrique Ballesté. Dirección: Mtro. José Ramón Enríquez.
Reparto Generación 2009-2013: Juan José Chacón, Ángel Fuentes Balam, Munir Bates, Glendy Cuevas, Maritza Figueroa y Aara Moguel.

FUNCIONES:
10, 17 y 24 de julio | Auditorio Silvio Zavala Vallado del Centro Cultural de Mérida Olimpo.
22 y 23 de julio | Teatro José Peón Contreras.

HORARIO:
20:00 horas.

12 de julio de 2013

«Puente Alto», de Enrique Ballesté. Notas genealógicas.

Mi teatro, si es algo, es poesía,
ya que, como ella, responde no tanto a un oficio
como a un arranque intempestivo de amor,
de furia, de impotencia, de rabia y desesperación.
Enrique Ballesté.

Es casi la 1 de la tarde, el calor del trópico meridano invade impunemente el departamento burlándose del ventilador Bahamas Breeze (con ese nombre cómo no burlarse) que cuasi inútilmente mueve sus aspas a un metro de la cama; a un lado, el saco de Orgón del Tartufo de Molière en que me dirigió Miguel Ángel Canto parece encogerse de hombros ante la cabeza de maniquí donde hasta hace unos días estaba su peluca de estopa y cilindros de cartoncillo y ahora se posa la peluca platinada de Doña Chita del Puente Alto de Enrique Ballesté que dirige el maestro José Ramón Enríquez, mientras el dolor de cabeza que me acompaña desde la mañana y que apenas cedió un poco durante la lectura de Imposibilidad… me expulsa de la cama a la ducha y de la ducha al ordenador.

Ya frente al ordenador… la computadora, pues, dejo que el ventilador haga lo suyo y aprovecho para secarme los restos de agua que se me han quedado en el cuerpo…  ¡Cómo me gusta el cielo meridano! Muchas veces he pensado que cuando esté muriendo me gustaría que, como dice la canción, me traigan aquí; además de por joder, como dice el chiste que cuenta José, porque lo último que quisiera ver son estos colores. La primera vez que surqué estos cielos era la tarde-noche del 15 de octubre de 2008, mi hijo y yo arribábamos al aeropuerto de la ciudad de Mérida, la de Yucatán, por primera vez en nuestras vidas. Veníamos de una especie de autoexilio y, por fortuna, llegábamos al abrigo de dos de los tres proyectos que hoy por hoy llamo mis casas: Teatro Hacia el Margen y la Escuela Superior de Artes de Yucatán; el tercero, Tapanco Centro Cultural, vendría cuatro años después.

Si quisiera escoger un punto en específico para comenzar a contar la historia que me trajo hasta Puente Alto, escogería esos días. El Morelos que mi hijo, nacido en Cuernavaca, dejaba atrás era ya el Morelos devastado por gobiernos criminales y autoritarios que es ahora, y las ciudades de que yo me despedía, México, Puebla y Cuernavaca misma, no podían contener más la sensación de inermidad que la represión de 2006 en Atenco y Oaxaca y de siempre en Chiapas me habitaba. Unos días antes de nuestra partida me topé ¿casualmente? con mi tío Eduardo, quien además de ser mi tío es uno de mis maestros de teatro más significativos y entrañables, íbamos a bordo de un camión de pasajeros rumbo a Jiutepec: él, a dar un taller a muchachas y muchachos que no tenían ni la mitad de la más mínima idea de la talla del cómico al que le pagaban una miseria por ser su guía dionisíaco; yo, no recuerdo a qué.

Le dije que me mudaba con Adis a Yucatán y en medio de un apretón de manos que quise convertir en abrazo sin atreverme a hacerlo me dijo que en Mérida encontraría al hijo de Tonino, que trabajaba con José… el maestro José Ramón, dijo él. Tonino, mejor conocido como Antonio Herrero del Rello, había fundado junto con Enrique Ballesté y no sé quiénes más al grupo Zumbón en 1975: el año en que yo nací. Tres años después, el 1 de junio de 1978, Lalo y otros doce carnalitos y carnalitas suyos de tablas, provenientes todos del Grupo de Teatro y Poesía Coral Mascarones, fundaron el Grupo Cultural Zero, colectivo que a decir del investigador Donald Frischmann llegó a colocarse «a la vanguardia del teatro popular e independiente de México» junto con el Zumbón y el Zopilote. Tonino era, pues, al ser como una suerte de hermano mayor de tablas de Lalo, un tío teatral para mí; su hijo, a quien yo no identificaba a pesar de haberlo visto actuar un par de veces, era entonces algo así como mi primo… un primo de tablas.

Lalo una vez me contó que Ballesté le dijo que para ser parte del Zumbón se necesitaban dos cosas: jugar al futbol y tener un hijo. Ignoro si ése fuera el caso de todos los zumbones; pero, definitivamente, no era el de Lalo. Eso no le impidió, sin embargo, actuar en la que muchos consideran la última puesta en escena con el sello característico del Zumbón: Eurídice, canción medio triste en cuatro canciones y un epílogo, escrita por el mismo Ballesté y dirigida por Jesús Coronado; Lalo venía de trabajar con el San Francisco Mime Troupe en 13 Días / 13 Days: How The New Zapatistas Shook The World, producción dirigida por Daniel Chumley con textos de Joan Holden, Paula Loera, Daniel Nugent y Eva Tessler para la que, además de actuar, hizo la música.

Yo ya estaba para entonces en el Zero, perderme la función de estreno de Eurídice sería tanto como alta traición a mi genealogía de cómico; así que allí, en mitad de esa vecindad enclavada en la colonia Guerrero de la ciudad de México, vi y saludé por primera vez a Enrique Ballesté y a la plana mayor de los zumbones, Tonino incluido… y, quizás, también su hijo. Jamás olvidaré ése montaje; además de que en su conjunto Eurídice representa uno de los teatros que deseo hacer, porque aquella noche conocí la guarida Zumbón. Años más tarde, Daniel Martínez, a quien con admiración y cariño le llamo apá, en su clase de combate escénico en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM me llamaría: m’ija Violeta por portar orgulloso mi playera de ése color del Zumbón, con aquello de «Volver a los 17…»

Entre la primera y la segunda vez que vi y saludé a Enrique Ballesté pasaron seis años. Yo estaba en la taquilla del Teatro del IMSS en Santa Fe, entonces bajo comodato encabezado por la compañía Perro Teatro, dirigida por mis queridos Ana Luisa Alfaro y Gilberto Guerrero, cuando Ballesté, que había hecho la música para Las aves, obra original de Aristófanes dirigida por Gilberto con la que Perro Teatro se despidió del Santa Fe, llegó a ver la última función. Y, cosas del destino, lo acompañaba el mismo Tonino, a quien yo no veía desde el aciago diciembre de 1997 (estábamos desayunando juntos cuando la noticia de la masacre de Acteal, mancha de sangre en el historial de un Ernesto Zedillo cuya impunidad le permite inclusive ser aceptado en The Elders fundado por Mandela, salpicaba noticiarios y conciencias); habíamos sido invitados a participar en la Cabalgata Gillete (puaj de nombre) de Querétaro ése año.

No obstante, a Ballesté le conozco la voz, la palabra y los acordes desde muy pequeño: en una de mis ramas familiares, el 68 y su 2 de octubre que no se olvida es historia no sólo nacional, sino privada, y Ballesté, que para nosotros es simplemente Enrique, es parte inseparable de ella; aún así, enfrentarme lo que se dice enfrentarme a su palabra para vestirme con ella no lo haría sino hasta 1995 en su obra Un 4, donde un viejo zapatista va contándole a su nieto de camino a un demagógico homenaje a Miliano tres breves historias donde se condensan la resistencia y la memoria de los pueblos que han sobrevivido al saqueo de sus tierras por parte de «los señores del poder y del dinero». El Zero montó dos de esas historias: Paso de madrugada, que con Berta Alicia y Lalo era un poema, y Los fusiles de Zapata. En esta última, Lalo hacía de un veterano zapatista que para resistirse a la enajenación de sus tierras desenterraba un viejo fusil oxidado y enmohecido que había escondido de cuando Gildardo Magaña pactó con Álvaro Obregón la rendición de facto del Ejército Libertador del Sur tras el asesinato de Miliano; yo, del funcionario de la Reforma Agraria que al final, por accidente y no, le daba muerte.

De entonces a ahora, si las cuentas no me engañan, han pasado 18 años. Mucha sangre y mucha agua han corrido por estas calles y ríos nuestros y mis pasos, amén de los capítulos muy personales e íntimos, me trajeron con mi hijo a las tierras donde justamente las y los zumbones se consolidaran como grupo. Aquí, en Yucatán, mientras se presentaban con La familia chumada en pueblos y comisarías ante un público en su mayoría mayahablante, se gestaría Doña Chita, «personaje que –según nota del mismo Ballesté– para comunicarse con los demás usa la expresión corporal, la pantomima y el teatro mudo, [un] teatro que basa su lenguaje en las señas y gestos que normalmente utilizamos cuando nuestros interlocutores se hallan lejos y no escuchan nuestra voz.»

De la experiencia con La familia chumada, escribe Felipe Galván:
«Durante su estancia yucateca y en trabajo directo con poblaciones indígenas, se encontraron con el problema de la comunicación, pues los integrantes del Zumbón realizaban su trabajo en español chilango y diversas comunidades no los entendían en absoluto. Después de plantearse el problema decidieron desarrollar una propuesta teatral sin palabras, que abordara uno de los problemas de la sociedad a la que iba dirigida el trabajo […] El éxito, gracias a la comunicación extraordinariamente rica con los pueblos mayas donde se movió la propuesta, fue enorme; pero, más importante, la praxis metodológica como creación colectiva y teatro social dejó un aprendizaje de enorme originalidad que poco se conoce y, por ende, poco se ha estudiado.»
La familia chumada, se presentó en Yucatán durante 1975; Puente Alto, obra con la que Ballesté recibe el Premio Bellas Artes Mexicali de Dramaturgia, se termina de escribir en 1988: trece años llevaron a Ballesté disponer las cosas para que un personaje como Doña Chita acudiera a su pluma. Yo caminaba de la mano de mi padre por las calles de una ciudad de México que poco a poco se iba poniendo de pie entre los escombros de los sismos de 1985 gritando en las manifestaciones contra el fraude electoral de 1988: «¡20 millones, Ja, Ja, Ja!», contagiado de una indignación que bien a bien no terminaba de entender. 25 años después, Doña Chita regresa a tierras yucatecas y por azares del destino no sólo lo hace en su estreno mundial, pues en un cuarto de siglo Puente Alto no había sido estrenada, sino que lo hace en el cuerpo de un chilango que de niño y adolescente jugó al futbol y ahora es papá y se declara heredero de la tradición estética e ideológica que hermanara a las tres «Z» del teatro popular e independiente de los 80´s: el Zopilote, el Zumbón y el Zero.

Sí, el de la pluma es un huach que debido a un bomberazo de última hora ha tenido que encarnar a la Doña Chita de Ballesté viviendo más como director adjunto que como actor el «trabajo de experimentación y búsqueda del o de la intérprete y la dirección» que pide Ballesté y que Galván propone estudiar. Por fortuna, lo hago caminando al lado de una generación de muchachas y muchachos que supieron poner oído, corazón, respiración y disciplina a una palabra que viniendo aparentemente de tan lejos en el tiempo hoy sigue siendo tan cercana y dolorosamente vigente como hace 25 años; lo hago de la mano, teniendo el honor y el placer de ser su adjunto, del maestro José Ramón Enríquez, quien en ése su modo muy a lo Juan de Mairena hace de cada proceso de puesta en escena a su lado una verdadera cátedra, y, por supuesto, para que este camino genealógico pudiera estar completo, lo hago con la tierna complicidad de Pablo Herrero, el hijo de Tonino que fundó con el maestro José Ramón Teatro Hacia el Margen y, en tanto coordinador de difusión del área de artes escénicas de la ESAY, es productor ejecutivo de la puesta en escena de Puente Alto, zumbón de nacimiento y, por esa vía, mi primo de tablas.

Cuatro funciones les quedan por delante al Coronel Téllez (Juan José Chacón), al Narrador y a Chiricuto Chi (Ángel Fuentes Balam), al Sr. Encino (Munir Bates), a Beatriz Encino y el Padre Cura (Glendy Cuevas), al Abonero (Maritza Figueroa), al Pariente y la Embajadora (Aara Moguel) y a Doña Chita para seguir caminando la escena meridana; sería un acto de justicia poética que esas cuatro funciones se multiplicaran en muchas más, de modo que Puente Alto se presentara lo mismo en municipios del estado que en comisarías, colonias y barrios de Mérida. Así, los personajes que visitaron a Ballesté hace 25 años y que esperaron tanto tiempo para andar sus primeros pasos por estas tierras podrían terminar de asentarse en nuestros cuerpos y voces de actrices y actores en una experimentación cara a cara con el público y, si pasamos el sombrero, podrían sumarse a la campaña de solidaridad con el juglar que les pergeñó, ahora que Enrique, en eso de jugar a la vida, necesita que sus colegas, amig@s, familiares, camaradas y personajes le echemos la mano y metamos el hombro.


«Yo pienso que a mi pueblo» Letra: Enrique Ballesté. Intérprete: Amparo Ochoa.
(Canción cuyos fragmentos enmarcan nuestra puesta en escena de Puente Alto).

9 de julio de 2013

No es un favor.

(Publicada en versión corta bajo el título «Contradicciones», en Milenio-Novedades de Yucatán, el 9 de julio de 2013).


En mi nota anterior, Suvenires del paisaje global, comencé a hablar de las primeras “respuestas” que el gobierno del estado de Yucatán ha dado a la petición que por escrito y de manera pacífica y respetuosa le hiciera la otrora Agrupación de Artistas Escénicos de Mérida (hoy, de Yucatán) por medio de sendas cartas enviadas tanto al titular de la Secretaría de la Cultura y las Artes (Sedeculta) cuanto al señor gobernador, con copia a la presidenta de la Comisión de Educación, Ciencia, Tecnología, Arte, Cultura y Deporte del Congreso local, desde el pasado 17 de junio.

Siguiendo la misma línea, digamos, argumental de sus primeras “respuestas”, el Ejecutivo estatal ha decidido, por un lado, excluir a la Agrupación de la «Alianza Cultural» anunciada el 21 de junio en el marco de la Reunión Nacional de Teatro, con la cual, se supone, el Ejecutivo local involucrará a instituciones de educación superior, grupos alternativos, colectivos y artistas independientes en el trabajo de la Sedeculta, y, por otro lado, confrontarla en la rueda de prensa donde por fin se daba cuenta del Festival de Teatro «Wilberto Cantón», mediante un discurso paternalista y autoritario que se repitió en petit comité con algunos representantes de colectivos de la misma Agrupación.

No puedo hablar en su nombre, pero me atrevo a asegurar que en la Agrupación de Artistas Escénicos de Yucatán (que convoca desde luego a colegas de todos los municipios a articularse en su seno para la conformación de un espacio de encuentro, reflexión, promoción y gestión de toda la entidad y no sólo de la capital del estado) nos comprometemos a un diálogo permanente con las autoridades en materia de cultura que, insisto, son también muchas veces colegas nuestros cuyo trabajo y disposición reconocemos y saludamos, porque entendemos que son ellas, y no nosotros, quienes tienen la rectoría pública en dicha materia.

Sin embargo, y en esto hay que ser muy claros, la rectoría gubernamental de la política cultural no significa la sumisión ni de quienes somos trabajadoras y trabajadores del arte y la cultura ni de los diversos públicos con cuya complicidad contamos. Nosotras y nosotros no somos trabajadores del Estado, aunque la ausencia de una legislación que regule el mecenazgo haga que la percepción de apoyos a la creación con recursos públicos sea muchas veces la obtención de un pago de honorarios por prestación de servicios.

Producir y gozar del arte y la cultura es un derecho. Nuestra obra, si bien suele ser resultado de un proceso de producción, no es mercancía. Las y los creadores, antes que artistas somos ciudadanas y ciudadanos. Y, finalmente, las autoridades, antes que rectores de la administración y la política públicas, son funcionarios y servidores públicos: ser nuestros aliados en la defensa y promoción de nuestros derechos económicos, sociales y culturales no es un favor, es su obligación.