11 de enero de 2014

Cartas a Adis: 12 de enero.

A lo mejor te preguntes por qué elegí esta fecha para intitular esta carta que te escribo y, sintiendo un poco de curiosidad, busques “12 de enero” vía san Google; si es así, encontrarás el artículo de Wikipedia que reza eso del duodécimo día del año en el calendario gregoriano, entre otras cosas; pero, lo que la autodenominada “enciclopedia libre” no te dirá es que hace 20 años, precisamente un 12 de enero, miles de hombres y mujeres salimos a las calles para exigir que se detuviera la masacre que de suyo estaba significando la persecución contra quienes con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional le habían declarado la guerra al entonces jefe del poder Ejecutivo federal, el priísta Carlos Salinas de Gortari, y a las fuerzas armadas bajo su constitucional comandancia general.

Decirte que la informe y multimentada sociedad civil mexicana paró una guerra que según las estimaciones más conservadoras en menos de dos semanas ya costaba poco más de un centenar de vidas quizás no te signifique nada, sobre todo cuando 20 años después ves a tu país sumido en una tragedia que habiéndose cobrado cientos de miles de vidas no parece detenerse; pero tengo razones suficientes para afirmar que fue justo ése día, el 12 de enero de 1994, que nuestra suave patria comenzó a enfilarse hacia el rumbo que ha tomado y que lanzando la mirada de vuelta a ese punto podría encontrar la clave para regresar sobre sus propios pasos.

México, hijo, lo sabe hasta don Perogrullo, es muchos méxicos; pero, desde aquél 12 de enero, los méxicos que en México son pueden agruparse sobre todo en dos tipos de méxicos: el de los que tienen por ingredientes principales la represión, el despojo, la burla y la explotación capitalistas de quienes despachan en las gerencias general y departamentales que algunos todavía llaman gobiernos federal y estatales, y el de quienes han apostado por la resistencia y la rebeldía organizadas para tejer experiencias de libertad, justicia y democracia dignas.

Antes de la irrupción del EZLN, los méxicos que en México son, si bien tenían ambas opciones, parecían no tener más alternativa que inclinarse hacia la primera. El llamado neozapatismo descorrió el maquillaje de una nación que celebraba su entrada al llamado “primer mundo” luego de que el virrey neoliberal que despachaba en Los Pinos había conseguido que olvidáramos que iba desnudo y, entre otros trucos de magia y prestidigitación, decretado la inexistencia de decenas de pueblos indígenas cuyos hombres y cuyas mujeres sobrevivían y sobreviven en la más vergonzosa de las miserias.

En medio de la líquida promulgación del fin de la historia, se escucharon fuerte y claro las voces y los pasos de quienes con solidez gritaron un “¡Ya Basta!” que hizo de la posmoderna embriaguez del libre mercado la cruda barroca de la modernidad capitalista salvaje; así que la respuesta del virrey, reducido a lo que en verdad era: gerente del México, S.A., fue ordenar el envío de helicópteros y tanquetas que bombardearon y destruyeron todo lo que pudieron a su paso. Por eso se hizo necesario, m’ijo, que saliéramos a las calles y con aquello de “¡No están solos!” y eso otro de “¡Chiapas no es cuartel, fuera ejército de él!” detuviéramos la primera sangría.

Éramos gente buena y honesta que reconocimos que la demanda del EZLN de un nuevo pacto nacional que incluyera a los pueblos indígenas era justa; no obstante, al tiempo que le exigimos al gerente de la política ficción nacional que parara la masacre, le demandamos al zapatismo que apostara por la vía política y pacífica en vez de la vía armada. El salinato nos respondió con la promesa de una serie de reformas que garantizarían dicho pacto, el zapatismo asegurando que no dispararía una sola bala más; en consecuencia, nosotras y nosotros dimos nuestra palabra de luchar por una democracia, una libertad y una justicia dignas y verdaderas para los méxicos que en estas tierras somos.

Muchos han sido y serán los errores achacables al zapatismo, hijo; pero en 20 años sus mujeres y sus hombres, que nos dieron título de Señora Sociedad Civil, no han cejado en sus intentos de construir experiencias organizativas que buscan garantizar no sólo una vida digna a sus propios pueblos, sino a las y los mexicanos todos; en cambio, el salinato, que nos redujo a asociaciones civiles asistencialistas, continuó con el desprecio, la persecución, la amenaza, el secuestro, el asesinato, la desaparición y el robo y no ceja en su intento de hacer pedazos al país todo.

El zapatismo cumplió a carta cabal su palabra y el salinato no; pero, de algún modo, desde la llamada sociedad civil ya sabíamos que eso ocurriría. Lo trágico de todo esto es que fuimos precisamente la mayoría de esa sociedad civil la que tampoco cumplimos y, hoy, en lugar de parar la guerra como lo hicimos el 12 de enero de hace 20 años, conforme hemos ido traicionando la palabra que empeñamos es la guerra la que nos ha ido parando a nosotras y a nosotros.