El 1 de diciembre de 2012, Juan Francisco Kuykendall
Leal, actor, director, escritor y maestro de teatro, se sumó a las
manifestaciones que repudiaban la entronización de Enrique Peña Nieto como huey
tlatoani de nuestro devastado país; quizás lo hacía movido por la convicción de
que el proceso electoral que había declarado al heredero del cacicazgo de
Atlacomulco ganador de la contienda presidencial había sido, por decir lo
menos, desaseado; pero, seguramente, lo que lo llevó a estar a las 09:20 horas
frente a la valla de policías federales de la que salió disparada la granada de
gas lacrimógeno que le fracturó el cráneo y lo dejó tendido en el suelo
desangrándose con exposición de masa
encefálica fue la solidaridad.
En general, la solidaridad es una palabra muy cara para
las informes comunidades artísticas; amén del desprestigio que el electorerismo
salinista le imprimiera al concepto, voltear la mirada hacia quienes menos o
casi nada tienen y asumir como tarea propia el caminar a su lado para paliar
las situaciones de desventaja social, económica o cultural en que sobreviven ha
sido una constante de quienes hacemos de las culturas y las artes nuestro
oficio. Por eso, como si no hubiera sido poco inteligente proponer que el hecho
teatral perdiera su esencia fundamental como suceso estético vivo en aras de
discutibles populismos en materia cultural, indigna que gobiernos supuestamente
de izquierdas declaren que es la falta de solidaridad de la comunidad teatral lo
que origina la cancelación de programas como “Teatro en Plazas Públicas”.
Para enterarse de las respuestas que varios colegas han
dado a las hipócritas aseveraciones de la titular de la Secretaría de Cultura
del Gobierno del Distrito Federal sobre nuestra “falta de solidaridad”, les
invito a visitar los enlaces que abundan en las redes sociales por cortesía de
la productora Andrea Salmerón, los dramaturgos Ilya Cazés y Humberto Robles y el
director Édgar Álvarez Estrada; yo, por lo pronto, regreso la mirada a quienes
como Kuykendall siempre ofrecieron la solidaridad de su trabajo a quienes
estaban en la oposición y, ahora, siendo gobierno, prefieren solidarizarse con quien
ordena la violación sexual como tortura, la cárcel como escarmiento y el
silencio cómplice como respuesta.