9 de febrero de 2016

Buen viaje, don Javier.

Siempre he creído que mi madre y mi padre me durarán toda la vida; quizás por eso cada vez que alguien cercano fallece, aunque le quiera mucho, hago como si no se hubiera ido. Eso es más fácil cuando le sucede a amigos o familiares que no he visto en años: les he extrañado tanto y por tanto tiempo que sus muertes no son muertes sino tan solo mudanzas a tierras lejanas donde la distancia es tanta que por ahora no podré verles. Mi duelo no es entonces por su partida, porque esa partida no la siento; sino por la distancia, la cual me cala hondo porque mi ser querido se ha ido con todo lo que es a un lugar un poco más lejos. Así me pasa, por ejemplo, con dos de mis tías, la tía Elvia y la tía Martha, cuyas partidas no han sido más que distancias que cuando caigo en cuenta de lo que son se me quiebra la voz y se me nubla la mirada, hasta que voz y mirada me llueven desde adentro.

Hoy, 9 de febrero, al final del día, mientras escribo estas líneas me llueve adentro de nuevo. Quien ha partido a otras tierras es don Javier Álvarez, esposo de doña Yolanda Mondragón y papá de Ivonne, Fátima, Diana y Berenice. ¿Por qué me llueve adentro su partida, si no conviví con él poco más de dos o tres fortuitos encuentros? La respuesta es simple, me digo: porque mi lluvia es, de algún modo, reflejo de la lluvia que imagino en sus hijas y en su esposa, a quienes también quiero y extraño; pero, sobre todo, porque don Javier es uno de esos hombres que son raros para su tiempo, un tiempo de hombres que no sabemos ser hombres y a duras penas alcanzamos a ser sólo machos. ¿Que cómo lo sé si apenas lo conocí? La respuesta es, de nuevo, simple: conociendo a sus hijas.

Conocer a Ivonne, a Fátima, a Diana y a Berenice, es saber quién es don Javier. No digo que don Javier haya sido sólo papá, que en estos tiempos de hombres que no sabemos ser hombres no sería poca cosa; pero, ¿no es verdad que se dice aquello de que por sus frutos los conoceréis? ¿Qué mejor fruto de un hombre que su hijo? ¿Qué mejor fruto de un hombre raro para su tiempo, un tiempo de hombres que no sabemos ser hombres, que sus hijas?

Conocí a las Álvarez Mondragón en el segundo taller, el primero de herramientas teatrales, que impartí para Cultura Joven, A.C. El taller se había aplazado porque me dio varicela o viruela, no recuerdo bien, y, valga el oxímoron, terminamos comenzando el 17 de marzo de 1996: mi cumpleaños 21. Ivonne, quien trabajaba entonces en una maquila; Fátima, quien estudiaba inglés y japonés en el Centro de Lenguas de la UAEM; Diana y Berenice quienes estudiaban, no sé, la preparatoria y la secundaria y ayudaban, como las dos más grandes, en el negocio de comida de doña Yolanda frente a Urgencias de la clínica del IMSS; las cuatro, vivían con su papá y su mamá en la colonia Primero de Mayo, en Cuernavaca, Morelos.

Cultura Joven se había formado unos cuantos años antes, luego de que tras el fallecimiento de don Sergio Méndez Arceo la Pastoral Social y, creo, la Pastoral Juvenil (o al verés) se habían desdibujado. Cultura Joven era, pues, una especie de mezcla ecuménica entre las Comunidades Eclesiales de Base que quedaron de pie tras la muerte de don Sergio y las organizaciones de la sociedad civil que, promoviendo la defensa y la protección de los derechos humanos en el estado, se enfocaron en el trabajo con jóvenes. Uno de los lugares donde trabajaban sus profesionales era, justamente la colonia Primero de Mayo; en particular, con las y los jóvenes que se acercaban a la parroquia de San José Obrero.

Cuando uno habla de los seres humanos, uno puede enfocarse en dos cosas: la miseria de su alma, puesta de manifiesto en la mezquindad y la ruindad de sus acciones, o la amorosidad de todo su ser, evidente en todas aquellas y todos aquellos a quienes su vida toca. Hablar de don Javier, a quien probablemente el apócope de “don” le resultaría algo chocante, es, en parte, hablar de su sonrisa; una sonrisa que se proyecta en las sonrisas de doña Yolanda, de sus cuatro hijas y su nieta y su nieto. Hablar de don Javier es hablar de doña Yolanda, una mujer cuya claridad para decir las cosas, heredada a sus hijas junto con el uso de las gafas, no estaba reñida con el brillo en sus ojos traviesos y su sonrisa al escuchar cantar a Óscar Chávez, el lúdico, por simbólico, papá (no tan secreto) de las Álvarez Mondragón.

Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Ivonne y sus manos endurecidas por el trabajo arduo y enternecidas por las caricias a los suyos, de su seriedad de hermana mayor que sabe estar atenta de sus hermanas más pequeñas sin perder la alegría, de su practicidad al hacer las cosas y emprender los proyectos, de su disciplina en el trabajo sobre la escena, de su vocación de defensora de derechos humanos. Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Fátima y su encuentro con otras lenguas y, a través de ellas, con otras culturas, de su rebeldía sesentayochera y zapatista, de su ser Mamá Champiñón (porque don Javier, además de papá, es un amoroso abuelo), de su encuentro con la Filosofía, de su buscarse en otras formas de salud.

Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Diana, quizás la que tiene la mecha más corta de las cuatro, de su disciplina en el estudio, de su ser a veces tan cerebral que es difícil seguirle el paso, de su ironía que, como todas las ironías, no es sino reflejo de su aguda inteligencia y de muchas cosas más que yo ya no conocí porque como a Berenice la traté menos del tiempo que hubiera querido. Porque, sí, hablar de don Javier también sería, por ejemplo, hablar de Berenice, la más pequeña de edad de las cuatro, y esa actitud observadora que todo lo analizaba tras el halo un tanto ingenuo y otro tanto caprichoso de ser la más pequeña que se llevó consigo cuando se fue de aquél taller que un día adquirió el también ingenuo y caprichoso nombre de "taller permanente de artes escénicas": el Mitote.

Seriedad, alegría, disciplina, practicidad, capacidad de indignación ante las injusticias, curiosidad por conocer los otros mundos que hay afuera y los otros mundos que hay adentro, rebeldía, ironía, picardía, inteligencia, sabio silencio para escucharlo y mirarlo todo siempre de nuevo; en una palabra: amor. Ingredientes todos que uno descubre en las miradas tras los anteojos de las cuatro Álvarez Mondragón, miradas a las que no se les escapa nada; en las manos que lo rehacen todo de nuevo con cada toque suyo; en las palabras que no se callan, a menos que hieran; en su dignidad que como todas las dignidades es sólo eso: dignidad nada más, pero como todas las dignidades tampoco nada menos. Ingredientes todos de ese ser amoroso que es, porque sigue siéndolo, Javier Álvarez; contagiando de amor a doña Yolanda y contagiado por ella, y, juntos, contagiando de amor y respeto y presencia a sus hijas, a su nieto, a su nieta.

Adiós, don Javier. Que tenga usted un buen viaje a donde quiera que hoy le lleven sus pasos y sus miradas. Muchos hemos sido testigos a la distancia, distancia espacial y distancia temporal, de su caminar en estas tierras, las de este mundo, las de esta otra virtualidad que llamamos realidad, y, aunque poquito, algo le hemos aprendido o, por lo menos, algo hemos intentado imitarle. No le extrañe que un de repente una o varias lágrimas… como ahora… acuda a la cita que nuestro corazón tiene con los ojos nuestros; es porque, como en todos estos años, algunos le seguiremos extrañando un chingo y nos lloverá adentro cada que nos demos cuenta que ora sí va estar cabrón verlo de nuevo.

No le extrañe tampoco si, con esas mismas lágrimas lubricándonos el alma, una sonrisa asoma en nuestros rostros al pensarlo; es porque nos hemos quedado con un montón de muestras de su amor por aquellos lugares y aquellas gentes que en su estar en la presencia usted ha tocado; usted, hombre extraño para su tiempo, que con su partida nos deja un poco más huérfanos en este tiempo de hombres que no sabemos ser.

4 de febrero de 2016

De ajolotes y sanguijuelas.

No hacía mucho que “Mitote”, el Taller Permanente de Artes Escénicas “Mitote”, se había subdividido entre quienes se quedaron el nombre del proyecto y quienes nos hicimos a la mar de una nueva aventura… Sí, bueno, hay para quienes ir a la mar es una aventura en sí misma y para quienes, como nosotres, la aventura misma es la mar… Nosotres, sí; no, nosotros; no, nosotras: nosotres… Aunque nos salgamos de las reglas ortográficas de la RAE; aunque les parezca a algunos y algunas, ellas y ellos sí, un despropósito… ¿En qué iba? ¡Ah, sí!: en la división de “Mitote”. Habíamos montado un collage de pequeños textos al que nombramos Amar, morir y soñar (Una pura y dos con sal), que estrenamos en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; ése lugar rebautizado por el turismo buenaonda como “Sancris”.

Las funciones en San Cristóbal habían sido un desastre; aún así, cuando por oficios de Jorge se abrió la posibilidad de que acompañáramos a la enésima ONG que entraría a territorio zapatista (o neozapatista, como dice Carlos Aguirre Rojas), nos lanzamos al todavía Aguascalientes de Oventic entusiasmades de presentar nuestro trabajo a las y los compas bases de apoyo del EZLN que allí se estaban con sus familias. Era el año de 1997. Las funciones en Oventic, a las que no se pudo quedar Jorge porque tenía que presentarse en un viacrucis representación de La Pasión, en el pueblo de su abuela materna en el Estado de México, salieron mucho mejor de lo que habían salido en San Cristóbal; era como si la montaña y sus hijas e hijos nos hubieran cobijado y, también, por decirlo de algún modo, bendecido: después de allí, cada función de Amar, morir y soñar… fue mejorando más y más.

Así llegamos a Valle de Xico, Estado de México; conocido también como Valle de Chalco; ése lugar rebautizado por el priismo neoliberal salinista que hoy habita en todos, o casi todos, los partidos políticos con registro legal, incluyendo, por supuesto, al PRD y a Morena (del PAN y el mismo PRI, ni hablar; fueron los primeros), como Valle de Chalco-Solidaridad. Allí se había llevado a cabo el experimento político-electoral del salinismo para desmantelar poco a poco la base social del cardenismo, o neocardenismo, aglutinado en el PRD: Valle de Chalco (o Valle de Xico, como prefieren, o preferían, llamarlo los viejos más viejos, nahuas para más señas) había votado a favor de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y, por ende, en contra de Salinas de Gortari; era uno de los principales bastiones del perredismo, cuando el perredismo todavía era de izquierdas y su base social la integraban hombres y mujeres de muchos de los abajo que se caminan en este país. No fue extraño que allí, justamente allí, se echara a andar el programa social electorero por antonomasia del salinismo: Solidaridad. Sobra decir que en muy poco tiempo el bastión perredista se convirtió en privilegiado centro de operaciones del priismo más criminal… sí, más todavía. El broche de oro lo significó la visita papal de Karol Wojtyla, creo, en 1992: cuando nosotres nos presentamos allí, invitados por el Segundo Encuentro de Teatro Comunitario de la Región de los Volcanes, las calles sin drenaje y sin pavimentar contrastaban con la arquitectura del Centro Comunitario “Juan Diego”, con logotipo de Solidaridad en la fachada, y la réplica kitch de la Basílica de Guadalupe que visitara el hoy santificado Juan Pablo II.

“Mitote”, el Taller Permanente de Artes Escénicas “Mitote”, o Teatro “Mitote”, como terminamos diciéndole para simplificar diferenciándolo de “Mitote Jazz”, el experimentado y delicioso ensamble musical encabezado por Cipriano Arturo e Isabel III, se había echado a andar con un performance que recuperé de mis años de performancero en Torreón, con “Gresca”, el Taller Permanente de Artes Escénicas “Gresca”: Salud esqueletos. Luego vendría Amar, morir y soñar… y, con ella, nuestro andar solidario con cuanta lucha social, cultural y política nos invitara: la defensa de Tepoztlán contra el club de golf de Klant (¿o era Klandt?) -Sobrino, la caída de Carrillo Olea, la resistencia de los pueblos y comunidades indígenas contra la Autopista Siglo XXI, las elecciones autónomas en Tepoztlán y la recepción, también en Tepoztlán, de loas 1,111 zapatistas que marcharon de Chiapas a Ciudad Monstruo para ser testigos de la fundación del FZLN… Quizás lo de los 1,111 fue después; ya con… el nuevo grupo.

En “Mitote” se habían quedado, entre otros, un muchachito que se convirtió en el principal promotor de la división del grupo; él, junto con los demás que se quedaron, o con la mayoría al menos, argumentó que yo había sido una sanguijuela, sí, ésa fue la palabra que escogieron, que sólo había chupado y, por ende, aprovechádome de su creatividad, sapiencia y compromiso de lucha para beneficio personal. No todos estuvieron de acuerdo con aquél diagnóstico de quien tan pronto vio la ocasión se integró a las filas de un PRD que se caracteriza, justamente, por hacer todo eso de lo que me acusó sin probarlo nunca… bueno, tan nunca lo probó que un día, muchos años después, recibí carta suya para ayudarle en alguno de sus proyectos; yo, la sanguijuela… Me gusta el nombre: un día, cuando haga algún personaje queer, o cuir, para un unipersonal, así me bautizaré… O cuando monte un bar que mezcle lo kitch con lo minimalista en una onda hipster… Eso si no me gana el título Televisa para una de sus telenovelas: La Sanguijuela… ¡Ya sé!: Sanguijuelas & Ajolotes… o, Ajolotes & Sanguijuelas. No suena tan mal, ¿no?; sería un nombre con su toque, digamos, bartriano; culto, pues.

En el nuevo grupo nos quedamos Hernán, quien literalmente había sido expulsado por… aquél otrora muchachito (digamos que aquello de las purgas estalinistas como que se le daban)… Hernán, decía, Jorge, Fátima y yo… ¿se me olvida alguien?... creo que no. Dándonos a la tarea de ver cómo nos renombraríamos un día me topé con el maestro Tirso Clemente, quien impartía, o imparte, las clase de náhuatl en el CELE, creo que así eran sus siglas, de la UAEM… cuya dignidad, por cierto, hoy salió a las calles para encarar, confrontar, al poder de arriba. Habíamos coincidido en las oficinas que entonces tenía la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Morelos en ¿Las Casas?

–Profe Tirso –lo interpelé–, ¿cómo se dice ‘actor’ en náhuatl?

El maestro se me quedó mirando apenas unos segundos y luego contestó de una manera que sólo he vuelto a escuchar, por su modo, en cuando le pregunto por alguna palabra en maya a don José Castro, papá de Malky: «Depende.» No alcancé a preguntarle: ¿Depende de qué? «Lo importante en las lenguas indígenas –dijo– es tejer una expresión que no sólo sea una acepción académica previa, de diccionario, sino que al decirla esté cargada del significado que uno le quiera otorgar. Para el mousieuale –la lengua nahua del pueblo al que el profe mismo se autoadscribe– importa menos tener una traducción de ‘actor’ que luego, como en el caso de ixeuayo, ‘actor’ en náhuatl clásico, nosotros usemos sólo como un sustantivo común que nos dice muy poco o nada; importa más expresar la idea que tenemos de lo que es ser un ‘actor’. ¿Para qué quieres saber cómo se dice?»

–Pues, para cuando alguien me pregunte en náhuatl quién soy, a qué me dedico, pueda decirle: soy un actor.

–Al otro, al que nos pregunte qué somos, a qué nos dedicamos, no le interesa un sustantivo común, le interesa saber cómo nos pensamos a nosotros en nuestro oficio; le interesa pensar con nosotros, escuchar lo que pensamos no sólo lo que decimos.

–Entonces…

–¿Qué quieres decir con eso de que eres un actor? Si yo te pregunto, ¿qué es un actor?; tú, ¿qué contestas?

–Un trabajador –dudo– de la palabra.

–¿De qué tipo de palabra? –preguntó–; un locutor, un orador, un declamador, un escritor también serían trabajadores de la palabra; pero, en cada uno de ellos se trata de una palabra distinta.

–No, ninguno de ellos… Ninguna de ellas… Una palabra encarnada; una palabra que se piensa pero al tiempo que se va pensando se va volviendo acción en un espacio de ficción: un trabajador de la palabra encarnada, hecha cuerpo, sobre el escenario.

–Mmm –musitó–. Puede ser Tlatul. Y, ¿por qué ‘trabajador’? –preguntó.

–Porque no sólo quisiera que se me viera como un actor de la escena, digamos, teatral; también aspiro a convertirme en un actor de la escena social… además, para dejar ver que ese ser actor que quiero ser va de la mano de una cierta reivindicación de clase.

Teketke –dijo–; que, además, resuelve perfecto la perspectiva de género, porque teketke se refiere lo mismo al trabajador que a la trabajadora.

Bueno, está bien; eso último quizás él no lo dijo así. Me explicó, sí, que teketke es multigenérico: trabajador o trabajadora o trabajadors: teketke. Y, así nos pusimos: Teketke Teatro.

Y, como Teketke Teatro, Hernán, Fátima, Jorge y yo recibimos a Rita, Azucena, Juan Manuel, Jaime, Lalo y Mayte, y nos fuimos al Tercer Encuentro de Teatro Comunitario de la Región de los Volcanes, que se celebró en Tlaxcala; para el Cuarto Encuentro fuimos a las reuniones preparatorias a Puebla, pero ya no a presentarnos… aunque participamos como espectadores en un Festival de Teatro Latinoamericano, también en Puebla, y yo, por mi parte, acudí a un Congreso Internacional de Investigación Teatral en Cholula.

Pero, antes; mucho antes; justo en el momento en que el profe Tirso parecía que ya no diría nada más, agregó: «Tlatul Teketke. Ese es el tipo de actor que quieres ser: un tlatulteketke

3 de febrero de 2016

Es 29 de enero, aunque sea 3 de febrero.

Es 29 de enero... sí, aunque estos apuntes aparezcan, por decir algo, el 3 de febrero, es 29 de enero todavía. En Los hijos de los días, Eduardo Galeano escribió: «Hoy nació Anton Chejov, en 1860. Escribió como diciendo nada. Y dijo todo.» Estoy en el departamento que rento desde hace poco más de siete años. Es un muladar que, voltee para donde voltee, me deprime. Hoy no leí ninguna noticia… tiene días, acaso semanas, que no lo hago… así que no sé cómo va el mundo. Es como si no me importara nada; como si estuviera anestesiado. Continúo con esta tos de perros que nomás no me suelta: las flemas no dejan de estar pegadas a mi pecho por dentro. Ayer y hoy, el hoy que está a unos minutos de volverse ayer, estuve, como mis flemas (sí, ya las adopté) a mi pecho, pegado al ordenador… sí, me gusta más decirle ordenador que computadora o computador; me vale madres si con ello convoco las risitas burlonas de dos o tres cretinos, los del día de hoy, que con ínfulas nacionalistas quieran tacharme de “gachupín”. Y, sí, decía: estuve pegado al ordenador… Faltan cuatro minutos para las 12 de la noche; las 00:00… No estuve pegado todo el día, pero es la sensación que me quedó. Estaba trabajando parte de los últimos detalles que me tocaba revisar con miras a la clase masiva… así le decimos, aunque masiva, lo que se dice masiva, fue sólo la clase del 17 de enero de 2015; cuando Kaaxankilil se echó a andar… Falta un minuto para las 00:00 horas… faltaba menos; son las 00:00 del 30 de enero de 2016. En Los hijos de los días, Galeano escribe: «La catapulta. En 1933, Adolfo Hitler fue nombrado canciller de Alemania. Poco después celebró un acto inmenso, como correspondía al nuevo dueño y señor de la nación. Modestamente, gritó: –¡Yo estoy fundando la Era de la Verdad! ¡Despierta, Alemania! ¡Despierta!, y los cohetes, los fuegos artificiales, las campanas de las iglesias, los cánticos y las ovaciones multiplicaron los ecos. Cinco años antes, el partido nazi había obtenido menos del tres por ciento. El salto olímpico de Hitler hacia la cumbre fue tan espectacular como la simultánea caída hacia el abismo de los salarios, los empleos, la moneda y todo lo demás. Alemania, enloquecida por el derrumbamiento general, desató la cacería contra los culpables: los judíos, los rojos, los homosexuales, los gitanos, los débiles mentales y los que tenían la manía de pensar demasiado.»

Tengo sueño. Pero leo a Galeano, en particular lo que escribió para el 30 de enero, y me quedo pensando en el fascismo como consecuencia, digamos, “natural” del modelo de producción capitalista y en la estupidez, en la falta de conciencia, como consecuencia de la ignorancia, la estulticia… el aletargamiento… el anestesiamiento como en el que yo me encuentro ahora. Pienso también en “los culpables” de los que Galeano escribe. Miro mi andar, mi palabra, mi quehacer: soy uno de “los culpables”; por lo menos pertenezco a dos de los grupos sociales que menciona Galeano, y con todos he caminado hombro con hombro siempre que he podido… también con otras, con otros. No, no me vanaglorio de ello. No lo digo por presumir nada; lo digo, simplemente, porque así ha sido y se me hincha la regalada gana decir, escribir, lo que, simplemente, ha sido. No sé bien a bien el porqué; pero, así ha sido… Tengo sueño… No tengo servicio de Internet (con mayúscula inicial; como Estado, como Derecho… digamos que aún me cuesta mucho trabajo faltarle intencionalmente el respeto a esa institución que es la ortografía dictada por la Real Academia Española… ¡Qué rico escribirlo todo en minúsculas: nombres propios, instituciones, siglas, letras iniciales posteriores al punto y seguido o al punto y aparte… todo… como hace, o hacía, no sé, Rubén Ortiz!)… Tengo sueño y pienso que me gustaría poder dejar hasta aquí este pensar, más que en voz alta, en dedos sobre el teclado; pero, como se trata de un apunte para mi bitácora electrónica… sí, me gusta más decirle bitácora electrónica que blog; me vale madres si con ello convoco las risitas burlonas de dos o tres cretinos, los del día de hoy, que… me vale madres. Tengo sueño. Y, más que de mi sueño y de todas las otras pendejadas que he escrito hasta ahora por poco más de media hora, yo quería escribir qué es eso de Tlatulteketke, el nombre con el que he intitulado mi bitácora electrónica en T e a t r o n, en Tumblr y, ahora, en Blogger.

Creo que mejor lo haré mañana… Un mañana que, en realidad, ya es hoy desde hace 30 minutos: son las 00:30, 00:31………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….. 00:32. Y, tengo sueño.

* * *

El día 30 encendí el ordenador para continuar el intento de decir qué es eso de Tlatulteketke; sin embargo, no logré ir más allá: estuve muy ocupado en la realización de la clase masiva de Movimiento Vital Expresivo para Kaaxankilil… Movimiento Vital Expresivo… quizás en algún momento escriba algo sobre lo que entiendo de qué es eso de Movimiento Vital Expresivo… o comparta el vídeo que Alejandro Atocha nos hizo, donde Malky lo explica... o el que nos hizo Luis Ramírez: es, además de muy claro, más sintético. La clase masiva no fue, del todo, de nuevo, masiva: llegaron unas 35 personas a la sesión y otras, no sé, ¿diez?, a tomarse la foto del recuerdo, la de la celebración de este primer aniversario. Así que el ordenador sólo se quedó solo, encendido y solo, nada más: no tuve tiempo de escribir nada. Como terminé con un dolor de cabeza que ni yo mismo me aguantaba, tan pronto llegamos a casa de Sastal, la hermana de Malky, me tiré a la cama de Malky y no supe más de mí hasta que sonó el despertador para alistarme e ir a la entrevista con Wilbert Piña... hasta la tos de perro de los últimos días se apiadó de mí. Malky planeaba ir a ver Mestiza Power, de Conchi León, pero no encontró el mensaje donde la misma Conchi le había dicho la hora y el lugar donde sería la función, así que me acompañó a la entrevista con Wilbert. Una rica entrevista: hablé de mis inicios como actor en Torreón, en el Grupo de Teatro “Compañeros”; de mi cercanía con la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Morelos y, por esa vía, con algunas, muy pocas, comunidades indígenas nahuas… y, de otras cosas, como mi llegada a Yucatán con mi hijo (soy un papá soltero) para trabajar en la ESAY y con el maestro José Ramón Enríquez en su Teatro Hacia el Margen; de la campaña Theatre Uncut que me acercó a Tapanco Centro Cultural, de la temporada de funciones en honor a Juan Francisco Kuykendall Leal; de la primera experiencia de trabajo con Yaaxil (tu Ser, Desarrollo e Integridad, A.C.) y la labor con jóvenes mayas del sur del Yucatán en conjunto con IEPA, A.C., y de Kaaxankilil… pero es en lo de mi encuentro con comunidades indígenas nahuas en lo que quiero detenerme. De hecho, más que en mi encuentro con las comunidades, que se limitó a un par de visitas a Santa Catarina, un taller de periodismo comunitario en Xoxocotla que duró apenas un mes y mi trabajo de observador de un congreso estatal de pueblos indígenas en Xochicalco (que luego me llevó a ser observador de la fundación del Congreso Nacional Indígena y ser integrante del cordón de seguridad en el CUC, en Copilco, donde se hospedó la Comandanta Insurgente Ramona del EZLN), en lo que quiero detenerme es en el momento específico en el que la palabra tlatulteketke, neologismo muosieuale proveniente de dos palabras: tlatul, ‘palabra’, y teketke, ‘trabajador’, llegó a mi vida.

Hay raíces de las que somos conscientes; hay otras de las que no. Yo, por ejemplo, sé que en mis venas corre, por el lado de mi padre, sangre indígena guachichila o huachichila, según la ortografía en castellano que se use, que me viene de dos de mis bisabuelas cuyo lugar en mi árbol genealógico siempre confundo: Juana y Juliana. Las confundo porque siempre olvido de quién fue mamá cada una de ellas: si Juana de mi abuelo Nicolás o de mi abuela Socorro y si Juliana de Socorro o de Nicolás… creo que Juana lo fue de Nicolás y Juliana de Socorro, creo. Sé también que por ése mismo lado genealógico me corre sangre española y francesa (la francesa, del sur de Francia; no sé si de la región euskera o de la occitana, pero creo que lo es de ésta última); me vienen, respectivamente, de Ignacio, quien entiendo fue algo así como un caporal que le hizo una hija a Juliana y luego se desentendió de ambas: de Juliana y de su hija: Socorro, y de Longinos, un hombre que un día se vio enrolado en las tropas francesas que ocuparon el norte de México en tiempos de Juárez y Maximiliano y que, cuando esas mismas tropas se retiraron, desertó para quedarse en donde ahora es el estado de Nuevo León, donde sobrevivió, cuentan las malas lenguas, robando vacas. Por el lado de mi madre, un hilo genealógico que se tiende en el sureste mexicano, me corre sangre también española… al menos eso creo… del lado de mi abuela Jesús, quien tuvo que cambiarse el nombre al de Erika porque su segunda religión, la de su marido, Adventistas del Séptimo Día, no permitió que se llamara como quien dicen es el hijo de Dios (Dios, otra de esas instituciones como Estado e Internet a las que no puedo aún faltarles el respeto ortográficamente hablando), y, se cuenta que también antillana, pues, la madre de mi abuelo Carlos, se dice, llegó a México de Cuba. Se dice también que por ahí en la familia algo hay de sangre alemana, pero creo que eso pertenece a esos pasajes de historia familiar que por un extraño pudor moralista… bueno, todos los pudores lo son… prefiere no contarse. ¿Qué de esos genes se refleja en el Sebastián que ahora soy?, no lo sé. Al parecer, la redonda negritud de mi nariz y de mis nalgas son herencia antillana (el grosor y la longitud de mi pene, con o sin erección, parece que no); así como un cierto impulso vital que se acciona cuando entro al mar o la música de tambores djun djun repercute en mi piel y en mis entrañas. Mi altura, siendo hijo de una señora chaparrita como mi madre, pareciera ser herencia germánica: mi abuelo Carlos, su papá, que parecía alemán, era muy alto. Lo francés, lo occitano o lo euskera, no sé, quién sabe dónde habrá quedado, pero desde niño, sin saber bien a bien el porqué, he soñado con ir por aquellos lares donde Euskadi y la Occitania hacen frontera como quien va a un lugar donde está sembrado su ombligo aún antes de saber que quizás de por aquellas tierras llegó el tatarabuelo Longinos. Lo español, como la mayoría de las y los mexicanos, lo traigo por lo menos en la palabra y, muy probablemente, en el color de la piel (aunque éste, el color, puede ser resultado de una mezcolanza de genes), y el cante jondo me conecta instintivamente a las mismas vitalidades que los cantos yorubas. Lo indígena, lo huachichila o guachichila, según la ortografía en castellano que se use, debe andar por ahí, en la piel, en la mirada; yo suelo decir que lo traigo en la memoria.