2 de julio de 2012

Falta lo que falta.



Nadie somos.
Solos estamos y sólo con nuestra dignidad y con nuestra rabia.
Rabia y dignidad son nuestros puentes, nuestros lenguajes.
Escuchémonos pues, conozcámonos entonces.
Que nuestro coraje crezca y esperanza se haga.
Que la dignidad raíz sea de nuevo y otro mundo nazca.
[…]
Vernos, mirarnos, hablarnos, escucharnos hace falta.
Otros somos, otras, lo otro.
Si el mundo no tiene lugar para nosotr@s, entonces otro mundo hay que hacer.
Sin más herramienta que la rabia, sin más material que nuestra dignidad.
Falta más encontrarnos, conocernos falta.
Falta lo que falta.

Subcomandante Insurgente Marcos.


Son casi las 12 del medio día, había apagado el ordenador pasadas las 6 de la mañana pensando en que dormiría sólo un par de horas para ir a votar; sí, era 1 de julio de 2012. Lamentablemente, eran poco más de las 11, las 11:32, cuando vi el reloj del teléfono móvil cuyo plan tarifario no he podido pagar por enésima vez… pero, esa es otra historia.

«¡Carajo! –me dije–, la cola en la casilla va estar de la chingada» A pesar de la premonición nada extraordinaria: he sido consejero electoral distrital del IFE en dos procesos electorales y conozco de primera mano cómo se ponen las cosas en las casillas especiales, tardé todavía un poco más en acelerar el paso hacia la ducha y, de allí, con un titipuchal de estaciones intermedias, el lugar donde el Consejo Distrital 04 del IFE en Yucatán decidió ubicar la Casilla Especial 51.

En la casilla de los foráneos.

Supongo que pasaban de las 12:00 i.m. cuando dejamos atrás el parque de Mejorada para llegar por la calle 59 a la puerta del Centro Cultural del Niño Yucateco (CECUNY), donde un cartelón escrito a mano decía: «Casilla Especial». No me equivoqué: la fila de ciudadan@s, buena parte de ell@s aguardando desde las 8 de la mañana según su propio dicho, daba vuelta la esquina de la 59 por la 48 hacia el sur hasta la esquina con la 61, donde unos jóvenes médicos, quizás residentes, parecían marcar su final; no era así: la cola continuaba, cruzando el arroyo, sobre la escarpa norte de la 61 hacia la 46.

Aquella era una situación algo extraña; al menos, una que no imaginaba: más que la casilla especial, ésa era «la casilla de foráneos» y, más pronto que tarde, una cierta sensación de extranjería compartida fue rompiendo las resistencias que, por no conocernos un@s a otr@s, nos distanciaban. Así, unos cuantos metros más adelante y media hora más tarde, ya estábamos platicando con el vecino que venía de Chiapas sobre la lentitud del avance y lo curioso de que en los hasta entonces últimos veinte minutos ya nos hubieran ido a contar dos veces para decirnos hasta qué persona formada en la fila podríamos votar.

Otros dos cuartos de hora después habíamos podido cruzar el arroyo de regreso para avanzar hacia el norte por la escarpa poniente de la calle 48. De las 2 a las 4.30 de la tarde pudimos caminar casi todo el trecho de la cuadra oriente de la manzana del CECUNY, mientras los rumores, junto con el marcador del triunfo de la selección española de futbol sobre su similar de Italia de cuatro goles a cero, comenzaron a sucederse entre la oferta y la demanda de chicharrones, kibis, aguas, bolis y raspados: «ya se van a acabar las boletas», «otras casillas especiales ya cerraron y están mandando a todo mundo para acá», «la señorita que está haciendo la captura no muy bien sabe cómo hacerlo».

Con todo, uno de los dos rasgos más significativos para ese momento fue la iniciativa de un par de ciudadanos, un hombre y una mujer, de preguntar cuántas boletas quedaban realmente y, a partir de allí, enumerar con marcador en mano a cada una de las personas que íbamos en la fila. 510 fue el número total; a mí me tocó que me pintaran el brazo, cual prisionero en campo de concentración alemán, con el #459. El otro, fue una especie de pasarela de una pareja de jóvenes donde ella, embarazada, llamaba la atención de todos los presentes gracias a que aprovechando la redondez de su vientre había pintado sobre éste un disco de prohibición cancelando un signo de pesos encerrado todo en la leyenda: «mi voto no se vende».

Serían las 5 de la tarde cuando, a la altura del portón que da al estacionamiento del CECUNY, me desprendí de la fila para ir a ver qué pasaba en la casilla y porqué estábamos avanzando tan lentamente. Aquello era un galimatías sin pies ni cabeza que me recordó cuando nos reportaban los capacitadores-asistentes electorales que en las casillas especiales del IMSS, Las Palmas o Paloma de la Paz, en Cuernavaca, Morelos, los ciudadanos estaban comenzando a llegar a las manos. En todas y cada una de ésas veces, cuidando de no romper el quorum de la sesión de Consejo, siempre hubo un consejero electoral que hiciera acto de presencia para informar a las y los ciudadan@s la situación siempre delicada de las casillas especiales; aquí no sucedió así.

¿Quién organiza toda esta desorganización?

La demanda más sentida, junto con lo que nos parecía una demora que ya se había extendido demasiado, era entonces la falta de información por parte de las autoridades electorales, incluyendo los propios funcionarios de la casilla. Así las cosas, sin pensármelo demasiado, le entré al toro de recordar a quien quisiera oírlo que la ley establecía un máximo de 750 boletas y que la insuficiencia de las mismas no era culpa de los funcionarios de la casilla, sino de la norma electoral que, eso sí, daba facultades a los consejos distritales de decidir el número y la mejor ubicación de las casillas especiales.

Esto de la ubicación no era poca cosa; en el mismo lugar estuvieron concentradas las casillas básicas de la sección 0458 tanto para la votación federal cuanto para la local, cuya afluencia, al mezclarse con el de la casilla especial sin nadie que pusiera un mínimo de orden en el flujo de personas, hacía de la entrada del CECUNY un cuello de botella.

Fuimos l@s mism@s ciudadan@s, con ayuda de un par de representantes de partidos políticos que pronto se tuvieron que deshacer de sus pins que les identificaban como tales, quienes nos organizamos para hacer de aquello algo más transitable: entre las 17 y las 18 horas pasaron por la puerta del CECUNY poco más de 40 personas que sufragaron en la casilla especial; de las 6 de la tarde en adelante el flujo, ya organizado, fue de casi 100 personas por hora: de haber continuado con el ritmo anterior, mismo que entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde permitió el paso de sólo unas 400 personas, en lugar de las 9 de la noche hubiéramos terminado hasta la 1 de la madrugada.

Gracias a la actitud cívica de buena parte de las y los ciudadan@s hacia el final de la jornada, aquello pudo llevarse sin contratiempos mayores a los que ya habían venido ocurriendo. Durante la jornada sucedieron algunas cosas que pudieran haberse considerado a simple vista como delitos electorales, como el hecho de que por lo menos tres vehículos pasaron frente a la fila con propaganda partidista pegada en sus vidrios traseros: dos con propaganda de Enrique Peña Nieto y uno de Josefina Vázquez Mota, de que no faltó quien expresó públicamente la intención de su voto estando aún formado en la fila o de que, a diferencia del presidente de la casilla básica para la votación local, el de la casilla similar para la elección federal no salió a preguntar si quedaban todavía ciudadanos de la sección que estuvieran por votar; pero difícilmente podría haberse consignado algo de eso como una violación al articulado en materia de delitos electorales del Código Penal Federal, dado que, en el primero y segundo casos, no hubo presión objetiva a ningún elector con el fin de orientar el sentido de su voto y, en el tercero, la no consulta no obstruyó la votación de nadie.

Todos son, no obstante, pequeños botones de muestra de una actitud tanto cívica cuanto organizativa de la propia ciudadanía que deja mucho qué desear; como aquellos otros donde algunas personas, las primeras de la fila, se resistían a que pudieran pasar a votar sin formarse otras de la tercera edad que era evidente que apenas y podían andar u otras con alguna discapacidad motriz que esperar lo mismo que quienes no tenían alguna discapacidad evidente les hubiera significado inclusive alguna lesión. Muy diferente, para decirlo en descargo de quien tiene una actitud de respeto y civismo, del señor que habiendo salido de la formación cuando se percató de que había olvidado su credencial para votar preguntó si podía entrar a la casilla porque su turno ya había pasado y, cuando la gente le dijo que no, aguardó hasta que pasara el último de la fila hasta ése momento, o de la señora que perdió su viaje de regreso a la ciudad de México porque no quiso irse sin haber votado.

La organización en torno a las casillas especiales siempre ha implicado para la autoridad electoral un dolor de cabeza; por una parte, los consejos distritales, en tanto organizadores operativos de la jornada, no parecen darse cuenta muchas veces de que en dichas casillas habrá conflictos y de que será necesario que un consejero esté constantemente dando explicaciones a la ciudadanía; por otra, la información con que cuenta el/la ciudadan@ siempre parece carecer de elementos para normar criterios acertados y asertivos que, sumados a la desconfianza para con el Instituto, hacen de todo aquello un caldo de cultivo para la confrontación muchas veces gratuita.

Si a esto aunamos que, en lo operativo, no faltamos l@s ciudadan@s que habiendo cambiado de domicilio o teniendo nuestros pueblos cerca no actualizamos nuestra credencial para votar ni acudimos a nuestra sección para dejar más boletas libres a quienes estando en la entidad por vacaciones, estudios o trabajo decidieran acudir a la casilla especial o que, en lo ideológico, hay quien tiene por consigna descalificar de antemano el trabajo del Instituto entorpeciendo la organización más que ayudando, las causas por las cuales miles de ciudadanos pueden llegar a quedarse sin votar, ora por insuficiencia de boletas, ora por hartazgo de la espera, se multiplican casi exponencialmente.

Y, luego, ¿qué?

Son las 6 de la mañana del día 2 de julio, el ex presidente Vicente Fox debe estar celebrando en casa su cumpleaños y su segundo triunfo, «haiga sido como haiga sido» (Calderón dixit), contra Andrés Manuel López Obrador: los datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) lo colocan, amén de lo que arrojen los cómputos distritales a partir del próximo miércoles, casi 5 puntos porcentuales por debajo de Enrique Peña Nieto; a este ritmo la distancia en el PREP entre uno y otro podrá llegar a ser de entre 6 y 7 puntos porcentuales, acorde con los datos demoscópicos de encuestadoras como Berumen e Ipsos-Bimsa, y no del 13 por ciento que reportó el Conteo Rápido del IFE a partir de las 8 de la noche de ayer, ni mucho menos de los entre 15 y 20 puntos porcentuales que empresas como Mitofsky, Parametría, GEA/Isa o Idemerc-Harris propagaron en Televisa, la cadena de medios en posesión de Vázquez Raña, Milenio y el Financiero, respectivamente.

Será muy difícil que los cómputos distritales y las diversas denuncias ciudadanas declarando que hubo fraude electoral puedan revertir el triunfo del priísta que al frente del gobierno del estado de México y en connivencia con Fox y Calderón mismos, silencio cómplice del perredismo incluido, reprimió con saña y lujo de violencia al pueblo de Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y la Otra Campaña hace seis años. Tocará, pues, a los pueblos, organizaciones y movimientos de todo tipo hacer frente y resistir un sexenio en el que imperarán, por mencionar sólo tres elementos, la represión sistemática contra la disidencia más organizada, la continuación de una práctica económica lesiva para los más en beneficio de los bolsillos de los menos y la consolidación de un modelo educativo que tendrá en Elba Esther Gordillo y el duopolio televisivo de Televisa-TvAzteca sus exponentes por antonomasia.

No me llamo a engaño: quienes siempre dijimos que ganara quien ganara tendríamos que organizarnos porque en medio del table dance que significaron las campañas políticas la única certeza que teníamos era que ningun@ de l@s contendientes acotaría un modelo de producción económica de suyo criminal como el capitalismo y con ésa misma certeza acudimos a las urnas para anular nuestro voto, dejarlo en blanco o anotar el nombre de nuestras demandas en el recuadro de «candidatos no registrados», sabemos que más allá de la política del arriba está una política muy otra, del abajo y a la izquierda.

Hace seis años una campaña, con más cara de fascismo que de democracia, repetía hasta el cansancio que si no votábamos nos calláramos; hoy, a nuestra posición se le tildó de «voto inútil» porque el pragmatismo y los números, y no las ideas y los principios, suelen marcan el actuar de cuando se juega el juego de la política de arriba. No nos abstuvimos, votamos por lo que creíamos; sólo que nuestros sueños de por sí no estaban en sus urnas. Están en la construcción hombro con hombro de los pueblos indígenas en resistencia, en los movimientos sociales que no se dejan cooptar por los partidos políticos, en las organizaciones honestas de la sociedad civil, en l@s trabajadorxs que luchan por democratizar de raíz sus sindicatos, en quienes resisten con dignidad la expulsión económica de sus lugares de origen, en quienes enfrentan día con día el embate de empresas abrigadas en legislaciones que les permiten saquear y contaminar recursos naturales, en quienes hacen del arte y la cultura vasos comunicantes para fortalecer el multimentado tejido social que el capitalismo pulveriza, en quienes no olvidan a sus muert@s de muerte injusta y desaparecid@s ni lo perdonan.

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