El 3 de marzo de 2012, con las artes escénicas como trinchera, seis jóvenes creadores daban inicio a una aventura heroica: abrir un espacio de encuentro que, a través de una cartera de servicios culturales, propiciara la reflexión, el análisis, la experimentación y el intercambio de experiencias escénicas entre distintos grupos artísticos y sus potenciales públicos.
Las notas periodísticas sobre la inauguración de aquel barco que al zarpar fue bautizado con el nombre de Tapanco dan cuenta de dos acontecimientos que aún hoy siguen marcando el faro del proyecto: el estreno del espectáculo Tribu Hair, original de James Rado y Gerome Ragni, bajo la dirección de Francisco Solís, y la presentación, la noche de la víspera, de un ensayo general de su puesta en escena a la comunidad de vecinos del propio centro cultural.
Plumas como las del maestro José Ramón Enríquez dieron cuenta de la significación que ambos hechos entrañaban y saludaron el nacimiento de Tapanco, coincidiendo en que los dos grandes retos a enfrentar, tanto por los socios cuanto por sus públicos y compañeros de oficio, serían «la afluencia de un público que acompañe [su] energía creadora y los apoyos tanto públicos como privados» que les permitan mantenerse a flote de cara a una realidad económica que no ha dejado de amenazarlos (Reforma, 9/03/2012).
Proyectos como Tapanco son, pues, bajo este escenario de necroempoderamiento, oasis de resistencia biopolítica desde la escena. Lo mínimo que podemos hacer es seguir acompañándolos el tiempo haga falta.
Por lo pronto, enhorabuena por este
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