9 de febrero de 2016

Buen viaje, don Javier.

Siempre he creído que mi madre y mi padre me durarán toda la vida; quizás por eso cada vez que alguien cercano fallece, aunque le quiera mucho, hago como si no se hubiera ido. Eso es más fácil cuando le sucede a amigos o familiares que no he visto en años: les he extrañado tanto y por tanto tiempo que sus muertes no son muertes sino tan solo mudanzas a tierras lejanas donde la distancia es tanta que por ahora no podré verles. Mi duelo no es entonces por su partida, porque esa partida no la siento; sino por la distancia, la cual me cala hondo porque mi ser querido se ha ido con todo lo que es a un lugar un poco más lejos. Así me pasa, por ejemplo, con dos de mis tías, la tía Elvia y la tía Martha, cuyas partidas no han sido más que distancias que cuando caigo en cuenta de lo que son se me quiebra la voz y se me nubla la mirada, hasta que voz y mirada me llueven desde adentro.

Hoy, 9 de febrero, al final del día, mientras escribo estas líneas me llueve adentro de nuevo. Quien ha partido a otras tierras es don Javier Álvarez, esposo de doña Yolanda Mondragón y papá de Ivonne, Fátima, Diana y Berenice. ¿Por qué me llueve adentro su partida, si no conviví con él poco más de dos o tres fortuitos encuentros? La respuesta es simple, me digo: porque mi lluvia es, de algún modo, reflejo de la lluvia que imagino en sus hijas y en su esposa, a quienes también quiero y extraño; pero, sobre todo, porque don Javier es uno de esos hombres que son raros para su tiempo, un tiempo de hombres que no sabemos ser hombres y a duras penas alcanzamos a ser sólo machos. ¿Que cómo lo sé si apenas lo conocí? La respuesta es, de nuevo, simple: conociendo a sus hijas.

Conocer a Ivonne, a Fátima, a Diana y a Berenice, es saber quién es don Javier. No digo que don Javier haya sido sólo papá, que en estos tiempos de hombres que no sabemos ser hombres no sería poca cosa; pero, ¿no es verdad que se dice aquello de que por sus frutos los conoceréis? ¿Qué mejor fruto de un hombre que su hijo? ¿Qué mejor fruto de un hombre raro para su tiempo, un tiempo de hombres que no sabemos ser hombres, que sus hijas?

Conocí a las Álvarez Mondragón en el segundo taller, el primero de herramientas teatrales, que impartí para Cultura Joven, A.C. El taller se había aplazado porque me dio varicela o viruela, no recuerdo bien, y, valga el oxímoron, terminamos comenzando el 17 de marzo de 1996: mi cumpleaños 21. Ivonne, quien trabajaba entonces en una maquila; Fátima, quien estudiaba inglés y japonés en el Centro de Lenguas de la UAEM; Diana y Berenice quienes estudiaban, no sé, la preparatoria y la secundaria y ayudaban, como las dos más grandes, en el negocio de comida de doña Yolanda frente a Urgencias de la clínica del IMSS; las cuatro, vivían con su papá y su mamá en la colonia Primero de Mayo, en Cuernavaca, Morelos.

Cultura Joven se había formado unos cuantos años antes, luego de que tras el fallecimiento de don Sergio Méndez Arceo la Pastoral Social y, creo, la Pastoral Juvenil (o al verés) se habían desdibujado. Cultura Joven era, pues, una especie de mezcla ecuménica entre las Comunidades Eclesiales de Base que quedaron de pie tras la muerte de don Sergio y las organizaciones de la sociedad civil que, promoviendo la defensa y la protección de los derechos humanos en el estado, se enfocaron en el trabajo con jóvenes. Uno de los lugares donde trabajaban sus profesionales era, justamente la colonia Primero de Mayo; en particular, con las y los jóvenes que se acercaban a la parroquia de San José Obrero.

Cuando uno habla de los seres humanos, uno puede enfocarse en dos cosas: la miseria de su alma, puesta de manifiesto en la mezquindad y la ruindad de sus acciones, o la amorosidad de todo su ser, evidente en todas aquellas y todos aquellos a quienes su vida toca. Hablar de don Javier, a quien probablemente el apócope de “don” le resultaría algo chocante, es, en parte, hablar de su sonrisa; una sonrisa que se proyecta en las sonrisas de doña Yolanda, de sus cuatro hijas y su nieta y su nieto. Hablar de don Javier es hablar de doña Yolanda, una mujer cuya claridad para decir las cosas, heredada a sus hijas junto con el uso de las gafas, no estaba reñida con el brillo en sus ojos traviesos y su sonrisa al escuchar cantar a Óscar Chávez, el lúdico, por simbólico, papá (no tan secreto) de las Álvarez Mondragón.

Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Ivonne y sus manos endurecidas por el trabajo arduo y enternecidas por las caricias a los suyos, de su seriedad de hermana mayor que sabe estar atenta de sus hermanas más pequeñas sin perder la alegría, de su practicidad al hacer las cosas y emprender los proyectos, de su disciplina en el trabajo sobre la escena, de su vocación de defensora de derechos humanos. Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Fátima y su encuentro con otras lenguas y, a través de ellas, con otras culturas, de su rebeldía sesentayochera y zapatista, de su ser Mamá Champiñón (porque don Javier, además de papá, es un amoroso abuelo), de su encuentro con la Filosofía, de su buscarse en otras formas de salud.

Hablar de don Javier es hablar, por ejemplo, de Diana, quizás la que tiene la mecha más corta de las cuatro, de su disciplina en el estudio, de su ser a veces tan cerebral que es difícil seguirle el paso, de su ironía que, como todas las ironías, no es sino reflejo de su aguda inteligencia y de muchas cosas más que yo ya no conocí porque como a Berenice la traté menos del tiempo que hubiera querido. Porque, sí, hablar de don Javier también sería, por ejemplo, hablar de Berenice, la más pequeña de edad de las cuatro, y esa actitud observadora que todo lo analizaba tras el halo un tanto ingenuo y otro tanto caprichoso de ser la más pequeña que se llevó consigo cuando se fue de aquél taller que un día adquirió el también ingenuo y caprichoso nombre de "taller permanente de artes escénicas": el Mitote.

Seriedad, alegría, disciplina, practicidad, capacidad de indignación ante las injusticias, curiosidad por conocer los otros mundos que hay afuera y los otros mundos que hay adentro, rebeldía, ironía, picardía, inteligencia, sabio silencio para escucharlo y mirarlo todo siempre de nuevo; en una palabra: amor. Ingredientes todos que uno descubre en las miradas tras los anteojos de las cuatro Álvarez Mondragón, miradas a las que no se les escapa nada; en las manos que lo rehacen todo de nuevo con cada toque suyo; en las palabras que no se callan, a menos que hieran; en su dignidad que como todas las dignidades es sólo eso: dignidad nada más, pero como todas las dignidades tampoco nada menos. Ingredientes todos de ese ser amoroso que es, porque sigue siéndolo, Javier Álvarez; contagiando de amor a doña Yolanda y contagiado por ella, y, juntos, contagiando de amor y respeto y presencia a sus hijas, a su nieto, a su nieta.

Adiós, don Javier. Que tenga usted un buen viaje a donde quiera que hoy le lleven sus pasos y sus miradas. Muchos hemos sido testigos a la distancia, distancia espacial y distancia temporal, de su caminar en estas tierras, las de este mundo, las de esta otra virtualidad que llamamos realidad, y, aunque poquito, algo le hemos aprendido o, por lo menos, algo hemos intentado imitarle. No le extrañe que un de repente una o varias lágrimas… como ahora… acuda a la cita que nuestro corazón tiene con los ojos nuestros; es porque, como en todos estos años, algunos le seguiremos extrañando un chingo y nos lloverá adentro cada que nos demos cuenta que ora sí va estar cabrón verlo de nuevo.

No le extrañe tampoco si, con esas mismas lágrimas lubricándonos el alma, una sonrisa asoma en nuestros rostros al pensarlo; es porque nos hemos quedado con un montón de muestras de su amor por aquellos lugares y aquellas gentes que en su estar en la presencia usted ha tocado; usted, hombre extraño para su tiempo, que con su partida nos deja un poco más huérfanos en este tiempo de hombres que no sabemos ser.

1 comentario:

  1. Mi papà nos enseñò a bailar, a silbar y soñar despiertos. De su amor y el que nos transmitiò hacia la vida encuentro fuerza para levantarme de la tristeza que nos dejò al regresar a casa. Me enojè pero entendì que cada quien tenemos un ciclo. Yo creo que a mi me faltò màs tiempo para compartir pero èl ya estaba listo para trascender y entendì que estaba siendo egoìsta. Què gran lecciòn de desapego, amor incondicional nos dejò. Gracias hermano por èsta elegìa, por cada palabra, cada letra. Te abrazo desde el alma.

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