(Publicada inicialmente en una versión corta por Milenio-Novedades de Yucatán, el 11 de junio de 2013, bajo el título «Paternidad en tiempos de capitalismo»).
Hace unos días, con motivo de las celebraciones del «Día del Padre» y en vísperas del «Día Mundial contra el Trabajo Infantil», escribía que tres integrantes de Teatro Hacia el Margen y un ex alumno de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán participamos en la grabación de un video que, si no mal recuerdo, serviría para promover el trabajo de asesoría legal y psicológica que una fundación de carácter nacional llamada Paterna realiza, acompañando a hombres que en medio de sus divorcios ven amenazados los vínculos afectivos que tienen con sus hijas e hijos.
Hace unos días, con motivo de las celebraciones del «Día del Padre» y en vísperas del «Día Mundial contra el Trabajo Infantil», escribía que tres integrantes de Teatro Hacia el Margen y un ex alumno de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán participamos en la grabación de un video que, si no mal recuerdo, serviría para promover el trabajo de asesoría legal y psicológica que una fundación de carácter nacional llamada Paterna realiza, acompañando a hombres que en medio de sus divorcios ven amenazados los vínculos afectivos que tienen con sus hijas e hijos.
En lo que a mí toca, la experiencia
grabando para Paterna,
cuyo lema, dicho sea de paso, es «Proveer, Proteger, Procurar», resultó
gratificante porque me sirvió para reflexionar en voz alta y ante la cámara sobre mi propia paternidad, sintiendo, inclusive, que me miraba en el espejo
distorsionado de esos otros papás para los cuales Paterna fue creada cuando asegura que «la
cultura y la sociedad excluyen a la figura del padre [durante el proceso de
separación], dejándolo como un ser insensible [y condenándolo] a no tener una
presencia efectiva en la vida y educación de sus hijos.»
Espejo distorsionado, sí; porque,
creo, decir lo anterior sin el rigor que su complejidad merece puede hacernos
caer en reduccionismos que, además de enfrascarnos en una espiral interminable
de desencuentros legales, económicos y emocionales de los que nadie, ni
nuestr@s hij@s, ni nuestra ex pareja, ni nosotros mismos, saldrá iles@, nos
hagan olvidar que la tasa de crecimiento de hogares monoparentales en nuestro
país es cuatro y media veces mayor a la del resto de las familias y que, en 7 de
cada 10 hogares así, son las mujeres quienes se hacen cargo de la manutención y
el cuidado de los hijos, donde, por si fuera poco, sólo el 32.5 por ciento
de los padres que no viven con sus hijos da pensión alimenticia y de estos nada
más el 15 por ciento participa en su educación.
¿Qué quiero decir con todo esto? Que
si bien entiendo la razón de ser de Paterna, acompañando a aquellos
papás que se enfrentan prácticamente en la soledad a un sistema jurídico cuya
moral nos cataloga como los grandes villanos de la película per se, perder de vista
que dicha carga legal pretende equilibrar un orden de cosas donde son las
mujeres y no nosotros, los hombres, quienes generalmente han sufrido más
violencia de género (las cifras de mujeres golpeadas, violadas y asesinadas por
el simple "delito" de ser mujeres son cada vez más inverosímiles de
tan aberrantes) nos hace ver como nuestras enemigas a quienes alguna vez
quisieron ser nuestras compañeras de vida, sin alcanzar a distinguir que
nuestro verdadero enemigo es un sistema-mundo que nos ha educado en la división y la
confrontación de tod@s contra tod@s.
El sistema-mundo del que hablo ha propiciado que, sólo
en México, 3.2 millones de niñas y niños sobrevivan explotados
laboralmente en medio de la trata de personas, la prostitución, el esclavismo,
los trabajos forzados, el crimen organizado y demás etcéteras propios no sólo
del abandono de quienes salieron huyendo de sus responsabilidades como padres,
sino de la explotación, el despojo, el desprecio y la represión que los arrancó
de sus hogares. Dicho de otra manera, además de la irresponsabilidad de los
hombres que después de embarazar a una mujer la dejan a ella y al hijo de ambos
a su suerte, la miseria ha hecho de muchos hombres que sí desearon ser papás ilegales en el extranjero, carne de cañón para el narcotráfico y,
posteriormente, cadáveres sin nombre en fosas clandestinas o luchadores sociales
ensanchando las listas de desaparecidos políticos.
En su infinita cauda de
contradicciones, el capitalismo, cuya escala de desvalores nos
cancela como papás, nos ha dotado de un paternalismo que no nada más resta
mayoría de edad al ejercicio de nuestros derechos ciudadanos, derechos
conculcados por caciques enquistados en todos los niveles de gobierno y
disfrazados de todos los colores partidistas, también nos ha revestido de un
machismo donde la violencia de género y la ignorancia de quiénes somos en
verdad van de la mano: «Nos
incrustaron desde la más tierna infancia –dice el sexólogo Francisco Delfín
Lara en entrevista con Alfonso Castañeda para SinEmbargo (19/09/2013)–
el chip de la competencia [y] nunca diremos que algo nos falla o nos acongoja,
porque eso demuestra debilidad: somos analfabetas emocionales».
Nuestra tarea es, pues, bastante ardua, ya que la exigencia
implica trabajar con nosotros mismos volviéndonos protagonistas de un proceso íntimo
donde nos convirtamos en sujetos microhistóricos de cambio y renunciemos a
seguir siendo cómplices de nosotros mismos ante cada invitación que la costumbre
y la inercia nos hagan para echar mano de la violencia. Otro mundo puede ser
posible si, de la mano de quienes han caminado desde los feminismos hasta el ecosocialismo,
pasando por la crítica al heteropatriarcado falocéntrico que se hace desde la
diversidad sexogenérica, aprendemos a hacer que también otras masculinidades y,
por ende, otras paternidades sean posibles.
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