No recuerdo que esa tarde
hiciera mucho calor; en realidad, no recuerdo muchas cosas. Mi atención estaba
centrada en una treintena de fotografías y artículos de periódicos, fotocopiados
las unas y los otros, que supongo habían sido pegados en la pared para el
evento de esa tarde. ¿El año?, 1993 ¿El día?, creo que 1 de mayo. El lugar era
una colonia con ése mismo nombre: Primero de Mayo. Habitada en su mayoría por
familias de trabajadores mineros, la Primero de Mayo convive con el tizne en
las paredes y techos del plomo que cae de las chimeneas del complejo
metalúrgico de Peñoles, el ruido del ferrocarril que todos los días a las 2 de
la mañana tiene una salida a la ciudad de México con un viaje de unas 24 horas
de recorrido y las camadas de turistas nacionales y extranjeros que atraviesan
la colonia para subir el cerro del Cristo de las Noas y desde allí mirar el
centro de la así llamada «Perla de la Laguna».
Ahora, ésa colonia debe estar imposible de habitar con tanto
pinche narco hijo de puta.
Bueno, ¿y qué culpa tienen
las putas?
Ya, se me olvidaba que...
Ése no es tema de esta
charla.
Es una charla contigo mismo; todos los temas, son temas de esta
charla y de todas tus charlas...
Pero ése no.
¿No?
No.
Como quieras.
...
Entonces, era el 1 de mayo de 1993 en la colonia Primero de
Mayo...
Ya ni sé si era 1 de mayo ó
15...
¿Podría haber sido el 15?
Podría haber sido cualquier
día.
Sí, bueno, eso es una perogrullada: «podría haber sido cualquier
día»; pero, ¿por qué dices que el 15 y no otro?
Por las fotos y los
artículos de las fotocopias pegadas en la pared. Aunque el evento parecía tener
como tema central el día del trabajo, las fotos y los artículos parecían ser exclusivamente
de manifestaciones de maestras y maestros, y de la represión a que habían sido
sujetos. 1993 fue el año de la lucha de las y los maestros de Monterrey contra
la Ley del Isssteleón, pero el punto álgido de esas manifestaciones no se
alcanzaría sino hasta el mes de octubre. Estaba relativamente cercano en el
tiempo el momento de la ascensión de Elba Esther Gordillo como secretaria del
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el SNTE, cuatro años atrás,
y, por otra parte, la celebración del primer congreso nacional democrático de
la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE, tres años
antes. En 1991 había sido el paro nacional indefinido por aumento salarial y democracia
sindical, en defensa de derechos laborales y contra la "modernización
educativa" neoliberal... aún recuerdo las tardes que trepado en mi
bicicleta llegaba al frente de la casa de campaña que mis maestros habían
instalado en la entrada de la secundaria, en Querétaro, llevando la olla de
frijoles que mi madre había preparado para que les llevara y tuvieran algo qué
cenar... probablemente las fotos eran de aquellos días.
De pronto, sentí que alguien
detrás de mí entraba a esa suerte de capilla de iglesia extrañamente aderezada
con aquellas fotos y textos. Una mujer, bajita de estatura, como metro y medio
de alto o quizás un poco más, con la mirada seria pero en absoluto grosera, se
había parado justo en la entrada del lugar mirándome como preguntando por la
razón de que estuviera yo allí.
─Perdón...
─No,
no te preocupes. Puedes seguir viendo, para eso se pegaron: para que las viera
quien quiera.
─Gracias ─dije; pero la
mirada un tanto cuanto escrutadora no dejó por eso de interrogarme por mi
estancia allí─... Nos invitaron a un acto cultural
para hoy en la tarde... Aquí.
─¿«Nos»? Y, ¿dónde están los
demás?
─No deben de tardar. Ya
deben de venir en camino... Creo que se me hizo un poco temprano.
─No ─dijo mirando su reloj-,
de hecho fuiste puntual. Tus amigos, más bien, ya van a ir llegando tarde.
─Y, ¿se hará el evento?
─Sí que se hará; pero, como
verás, no sólo tus amigos están llegando tarde.
─¿Son maestros? ─dije,
preguntando por las fotos y los artículos.
─Sí, son maestros, y también
maestras.
─Mi abuelo, el papá de mi
papá ─dije a manera de comenzar a tener un tema de conversación con aquella
mujer que no paraba de interrogarme con la mirada quién era yo─, también era
maestro... Bueno, creo que mi abuela también lo era; pero quien ejerció como
tal fue mi abuelo... Mi abuela, aunque era maestra normalista con título y
todo, sólo lo hizo unos cuantos años.
─¿Y tu abuelo estuvo en la
disidencia?
Ésa era la pregunta de los
64 mil, como dijera Pedro Ferriz Santacruz. Yo había soltado la confidencia de
que mis abuelos habían sido maestros también para ganarme la confianza de
aquella mujer que, sin duda, era una de las organizadoras del evento de esa
tarde y, de pronto, estaba a punto de ganarme su animadversión. ¿Cómo decirle, después
de que puntualizó que en la lucha magisterial las mujeres habían participado codo
con codo con los hombres para dejar claro un rasgo de radicalidad que va más
allá de la mera lucha de clases, que había soltado la pregunta que iba al
centro de mi genealogía política y que la respuesta era: no?
─Tu abuelo ─dijo
interrumpiendo mis pensamientos como dándome tiempo para pensar mejor mi respuesta─, ¿«era» maestro? ¿Ya no lo es?
─No, murió en 1985.
─El año de los sismos en la
ciudad de México... No murió en los sismos, ¿verdad?
La idea de que hubiera
podido tener un poco de falta de tacto pareció avergonzarla y suavizó su
expresión por un instante.
─No, el falleció, si no mal
recuerdo, en mayo de ése año... Y, no.
─¿No?
Estaba a punto de confiarle
que no, que mi abuelo no había estado en la disidencia porque siempre, o casi
siempre, fue priísta; que, inclusive, había sido uno de los hombres fuertes de Gonzalo
N. Santos en Matehuala, su tierra natal, independientemente de que, como dicen
en la familia de mi padre, el hombre de verdad fuerte de «Don Gonzalo» en la «Perla
del Altiplano potosino» era Pablo Alderete; pero la voz de Adela, saliendo con
toda ella del auto en que recién acababa de llegar junto con Raúl, Manuel y no
sé quiénes más, me cortó la intención.
─¡Sebas!
Tras el grito de mi nombre,
o lo que quedaba de él, vinieron los saludos y las presentaciones, allí supe
que la mujer con quien hablaba también era maestra, y luego vino la preparación
del numerito que presentaríamos. En menos de lo que pude darme cuenta, el reducido
lugar, la pequeña capilla, se llenó con nuestra presencia y la de algunos
hombres y mujeres, vecinos todos, o casi todos, de la Primero de Mayo. Uno a
uno, se sucedieron los numeritos de cada uno de los invitados. Yo di la segunda
función de un unipersonal que había articulado con poemas y canciones de Ángela
Figuera Aymerich, Mario Benedetti, Bertolt Brecht, Gioconda Belli, Daniel
Viglietti y Víctor Jara. Comenzaba haciendo como que llegaba a mi casa, con el
rostro aún maquillado de las supuestas presentaciones de ése día: era un mimo
callejero. Mientras buscaba algo donde calentar un poco de agua para café y me
disponía a comerme un trozo de pan que había conseguido quién sabe en dónde, el
desánimo me llevaba a rezarle-escribirle a Jesús de Nazaret con el texto
homónimo de Figuera; en distintos puntos del rezo-carta, iba intercalando
fragmentos de canciones de Viglietti y Jara con fragmentos de poemas de Brecht
y Belli, para jugar un poco con distintos niveles de patetismo y, casi para
terminar, me decantaba por el rezo con un poema de Benedetti para, finalmente,
cerrar de nuevo con la carta de Figuera.
Poco a poco, todo aquello se
iba cargando de una afectación panfletaria que a Raúl, sobre todos, y un poco
menos a los demás, pero también, le provocó a risa. Sin embargo, yo ya era más
parte de aquél artificio que del ánimo incrédulo de mis amigos y cuando uno de
los compañeros de la maestra nos repartió unas hojitas con la letra de La Internacional para, como acto último,
cantarla entre todos, aunque hice como que también me daba risa lo acartonado
del formato con todo e himno obrero de cierre, no hice sino cantar a voz en
cuello la traducción en español de aquellas letras originales de Eugène Pottier
con música de Pierre Degeyter.
Arriba los
pobres del mundo
En pie los
esclavos sin pan
y gritemos
todos unidos:
¡Viva la
Internacional!
Removamos
todas las trabas
que nos
impiden nuestro bien,
cambiemos el
mundo de base
hundiendo al
imperio burgués.
Agrupémonos
todos,
en la lucha
final,
y se alcen los
pueblos,
por la
Internacional.
Agrupémonos
todos
en la lucha
final.
Ya se alzan
los pueblos ¡con valor!
por la
Internacional.
Sí, más o menos así era la
letra. No lo recuerdo bien. En realidad, no recuerdo muchas cosas.
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