16 de septiembre de 2012

Pensando en el curso de Teorías Teatrales de la ESAY-Teatro.

Richard Wagner



















La próxima semana estaremos llegando al final de las primeras dos de cuatro unidades que conforman el programa de la asignatura de Teorías Teatrales que se imparte en la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (a partir de ahora, y para siguientes apuntes, ESAY-Teatro).

El programa consta de 32 horas lectivas, distribuidas de la siguiente manera:

Unidad 1. El siglo XIX y los albores del siglo XX, del Gesamtkunstwerk al Wort-Ton-Drama: 8 horas.
Unidad 2. El surgimiento del director de escena: De los Meininger a los Teatros de Arte: 8 horas.
Unidad 3. Ruptura y vanguardia: 6 horas.
Unidad 4: Teatro Épico, vanguardia y performance: 10 horas.

En realidad, los temas son tan deliciosamente complejos que las horas designadas para abordarlos a fondo resultan insuficientes. Sin embargo, el curso puede constituirse como un buen compendio de poéticas escénicas del siglo 20; un paseo por las ideas, necesidades, exigencias y circunstancias-problema a que se enfrentaron distintos creadores de la escena, en particular directores, durante el siglo pasado.

Es curioso, pero Teorías Teatrales se parece mucho a la materia de Historia del Teatro que impartía (o imparte, no lo sé) el maestro Mauricio Rodríguez en el Centro Universitario de Teatro de la U.N.A.M. El curso, según mi pálida memoria, constaba de dos momentos: en el primero, hacíamos un repaso a vuelo de pájaro de las dramaturgias nacionales, digamos, más representativas del teatro "occidental" (donde se colaba no poco del teatro que para facilitar taxonomías llamamos "oriental"); en el segundo, pasábamos revista a las poéticas de los directores-pedagogos, también por decirlo de alguna manera, más determinantes de la escena universal durante el siglo 20.

Recuerdo ambos momentos como una experiencia bastante rica que coronamos en una suerte de ejercicios cuyas impresiones aún me son significativas. Por ejemplo, para el primer momento, que se correspondía con el tercer semestre de la carrera, articulamos una especie de pasaje performativo que arrancaba con un Prometeo encadenado a las piedras del espacio en honor a Julio Castillo, en el Centro Cultural Universitario; ese Prometeo sería liberado como parte de un ritual báquico cuya embriaguez se antojaba más a las Antesterias de la antigua Atenas rural que a las Grandes Dionisias de la Atenas urbana y, por ende, tardía. En su huida, se iba permutando en un Segismundo a quien de lejos veían pasar Clarín, Arlequín y Colombina; mientras, a un costado de la Sala Nezahualcóyotl, un par de kawaramono de kabuki, ambos onnagata, transitaban por el pasillo que lleva de ésta al CUT convirtiéndolo en un hanamichi harto sui generis, en medio de una respiración cuya parsimonia a mí me parecía más cercano al aristocrático teatro noh que a su par de carácter popular. Segismundo, seguido por los cómicos áureo y dell'arte, terminaría llegando por azares del destino al oscuro paraje en que tres fatídicas hermanas le augurarían su ascenso al trono, que lo mismo podía ser el de Polonia que el de Escocia. La trama se cerraba, creo, con Prometeo-Segismundo-Macbeth encadenado-preso-muerto entre las cadenas que colgaban, porque de por sí allí cuelgan, justo enfrente de las ventanas de la oficina del director.

El siguiente semestre, el más parecido a esto que es la asignatura de Teorías Teatrales de la ESAY-Teatro, concluyó su mar de sesiones teóricas con una serie de ejercicios de "dirección escénica" en los que, más que intentar dirigir como suponíamos que lo hicieron los grandes maestros del arte escénico del siglo 20, intentamos bordar a grosso modo una especie de esbozo de poética personal que dialogara con las poiesis vistas en el curso que más nos hubieran atraído. No ha mucho, Jaime Chabaud e Ilya Cazés habían arrancado el proyecto de Paso de Gato. Revista Mexicana de Teatro, cuyo (para mí, histórico) número cero tuvo como dossier la guerra y por "estreno de papel" Devastados, de Sarah Kane; ése sería el texto del cual partiría para hacer mi propio ejercicio. No recuerdo nada acerca de cómo fue el proceso de "dirección", seguramente ni lo hubo; pero tengo muy presente lo que fue el resultado: en el aula más pequeña del CUT, después de ubicar lo que yo quería que fuera una suerte de coro griego integrado por compañeros del entonces primer año, entre quienes se encontraban Javier Oliván, Paty Madrid, Marco Navarro, Edurne Ferrer o Catarina Mesinas, el público se sentó apretujado en el suelo pudiendo recargar su espalda sobre la pared. Todo el salón era el pequeño cuarto de Hotel al que Ian (Ricardo Hech) había llevado a Kate (Jessica Cortés).

No era la obra completa, sólo algunas escenas... y un texto más al principio de creación mía que, queriendo ser una síntesis de la historia de la humanidad, recordaba lo mismo a La Orestiada que al Antiguo Testamento y hasta al Popol Vuh; casi diez años después usaría ese mismo texto a manera de prólogo para la puesta en escena de Orestes o dios no es máquina, de Miguel Ángel Canto, traducido al maya por Socorro Loeza. Las actuaciones, así lo pedí a mis compañeros, apuntarían cierta estética expresionista y ninguno diría sus diálogos, pues, estos estarían leídos por tres coreutas que, por ende, serían los corifeos. Buena parte de la utilería fue realizada con unicel, de modo que parecían juguetes, y otra parte, como la vajilla de la comida, la charola en que ésta venía y las sábanas de la cama, serían más que naturalistas realistas... o hiperrealistas, como los orines del Soldado (Carlos Cruz), que luego de caer sobre la vajilla salpicaba a las personas del público más próximas. José María Mantilla, quien por entonces estaba dando clases de teatro a maestros de secundaria o preparatoria, algunos de los cuales estuvieron aquél día entre el público, me contó que para muchos había sido la experiencia más desagradable que jamás habían vivido: nunca hubo algo amable ni entretenido, mucho menos divertido, se quejaron. ¿Qué esperaban?, era la guerra... era Sarah Kane.

Me gustaría mucho que al final de este que parece ser un curso introductorio a lo que bien podría convertirse, en un futuro quién sabe qué tan lejano, un posgrado en dirección escénica, mis compañeros estudiantes quieran (los dos o tres que sueñan en convertirse directores de escena) cerrar con alguna especie de ejercicio en el que dialogaran desde la praxis con las poéticas que estaremos estudiando... se los voy a proponer.

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