6 de diciembre de 2011

choro interminable de una crónica teatrohabanera mal enunciada / tres.


el hombre del plato y los ojos amarillos...

el resto de nuestro día iba a ser muy parecido a los anteriores: nadar hasta pasadas las 3 de la tarde, ir a comer a “la roca” (donde, por cierto, el señor del piano nos obsequió con un popurrí de canciones mexicanas –agustín lara, josé alfredo jiménez, armando manzanero, guty cárdenas y no sé cuántos más– que cantamos más que felices) y lanzarnos en busca de los montajes mejor realizados (algo que hacíamos más a ciegas que a conciencia): para la tarde se presentarían oratorio para un país en sombras, de equipo delta-trabajo teatral (argentina); una vida en el teatro, de peter goldfarb (estados unidos); arizona, de la compañía hubert de blanck (cuba); bodas de sangre, cientos de pájaros te impiden andar, una coproducción entre ábrego teatro (españa) y desdelsur teatro (argentina) que me interesaba muchísimo ver, y, durante la noche, nuevamente brasil, finlandia, españa/cuba e italia llevarían a la escena sus respectivas puestas en escena mencionadas líneas arriba. además, una orquesta de cámara china tocaría en el museo nacional de bellas artes y el nederlander worldwide entertainment, de estados unidos, presentaría en la sala garcía lorca del gran teatro de la habana lo que algunos consideraron fue uno de los platillos fuertes del festival: broadway ambassadors. pero, para ser honesto, la verdad es que después de comer preferimos irnos a pasear a la habana vieja con miguel ángel, quien partiría de regreso a méxico al día siguiente muy temprano.
para ir a la habana vieja había tres opciones, dos de ellas permitidas a los turistas: subirse a la guagua o irse caminando; pero optamos por la tercera, que rené pita nos había dicho que también se podía pero no se debía: treparnos a uno de los almendrones, los oldsmobile de los años 40 y 50 que son una de las principales atracciones visuales de la habana. el día de nuestra recepción oficial en el consejo nacional de artes escénicas, rené pita nos explicó qué significaba que hubiera distintos colores de placas para los autos en la habana; seguramente, adis recordará todos los significados y significantes; yo sólo conservé en la memoria (y hasta eso no estoy seguro de ello) que las placas amarillas eran de autos particulares, las azul claro de extranjeros residentes en la habana y las rojas de funcionarios del gobierno. y fue justamente el conductor de un auto con placas rojas quien, cuando íbamos sobre el almendrón, nos pitó para interpelar a miguel ángel por qué estaba fotos de la ciudad: “¿eres cubano?”. miguel ángel apenas respondió que no cuando el conductor aceleró su hyundai blanco, modelo reciente, para rebasarnos por la derecha con evidente enojo en su rostro. nelson y yo íbamos adelante, junto con el taxista, así que no me fue difícil voltear y ver su cara pensando que en ella encontraría algo que me explicara qué estaba pasando; pero nada. otro taxista se nos emparejó con su almendrón e intercambiaron un diálogo un tanto cuanto impersonal sobre cómo iba la chamba, sin aludir al gruñón de las placas rojas y, unas cuadras más adelante, llegamos al centro de la habana vieja a cambio de 3 cuc: 10 pesos mn, c/u.
en bajándonos del taxi, “la realidad cubana” (insisto en dejar entrecomillada esta expresión porque sé que no hay una, sino muchas realidades en cuba y en todos lados) me golpeó. mis amigos estaban tomando fotos al gran teatro de la habana, donde está la sala garcía lorca, cuando un hombre alto y delgado se nos acercó descalzo, la piel oscura ajada, los ojos amarillos alrededor del iris, los labios resecos hasta estar partidos, la mirada vidriosa y un aliento a alcohol en las ropas sucias imposible de disimular. sin disponérmelo, un recuerdo de hace catorce años me asaltó la memoria: mi querido león, hijo de mis igualmente queridos y admirados juliana y josé, recién estaba de regreso en cuernavaca tras haber asistido al congreso de la juventud comunista de 1997; un congreso emblemático, porque fue el de la conmemoración del 30 aniversario del asesinato del ché. cuba atravesaba por el famoso “período especial” y la pobreza habitaba en todos los rincones de la isla a causa de una crisis que tenía por ingredientes principales el bloqueo económico, la caída del mal llamado “socialismo real” y la burocracia estatal; sin embargo, a decir de león, el ánimo y la voluntad de defender los triunfos de la revolución estaban presentes en las y los jóvenes que habían acudido a la cita, se respiraba una actitud de resistencia heroica a la crisis, la politización de la gente en las calles era evidente y aunque se podía uno topar con gente que te vendiera cosas en la calle una ligera conversación con ella denotaba que sus grados de estudio eran por lo menos de nivel profesional... eso sí, me dijo, no hay nadie mendigando en las calles de la habana.
al salir de mi recuerdo, mis amigos y adis habían huido de aquél hombre; no estaban muy lejos, así que todavía alcancé a lanzarle una mirada a mi hijo que supe entendió de inmediato al detenerse y sentarse en una de las bancas de aquella plaza. despreocupado por él, con su permiso, me quedé a escuchar a aquél hombre cuyo aspecto era para mí una bofetada al romanticismo revolucionario y pequeño burgués de toda mi vida. algo así como un guardia acompañado de un perro se nos acercó parando oreja de lo que el hombre me decía:
-¿tú crees que yo pueda hacerte daño?
-sí, sí creo que puedas; pero no creo que quieras hacerme daño.
no sé si me sonrió con la mirada o si más bien eso era lo que yo quería ver; pero, ante mi respuesta, la tristura en la ictericia de sus ojos se despojó de una suerte de velo, como máscara, propia de esas actuaciones tan caras a quienes, cual personajes brechtianos, buscan conmovernos para timarnos en la ópera de los tres centavos.
-bien... entonces, no voy a pedirte nada... y no porque no quiera: no he comido en todo el día... tampoco mi hijo ha comido.
¿acaso ése hombre imaginaba siquiera lo que sus palabras hacían en mi alma?
cuando trabajaba en reintegra conviví con cientos de hombres y mujeres de todas las edades como él; algo en mí quedaba de aquellos días tan dolorosos como maravillosos y la alerta de que quizás había podido vernos a adis y a mí bajar del almendrón, tenido tiempo para detectar que éramos hijo e padre y articular en sus adentros el discurso mendicante que me recetaría, se accionó casi automáticamente y supuse que decidió no cejar en su intento de obtener alguna moneda; pero igual mantuve mi capacidad de escucha por su improbable (que no imposible) historia.
intercambiamos un par de miradas que, según yo, le sirvieron para medir mi reacción.
insistió de nuevo, o al menos lo intentó: sacó de debajo de su brazo un pequeño plato tan amarillo como sus ojos que cabía justo en la palma de su mano abierta y me lo mostró; pero, antes de que pudiera decirme nada, le dije:
-quiero saber cómo llegaste hasta aquí.
podía haberme dicho cualquier cosa que siguiera en la lógica de querer vencer mi corazón de pollo para conseguir su moneda; pero sólo me miró, devolvió el pequeño plato al hueco de su axila, dio la medio vuelta y se alejó por en medio de la plaza sin decirme más nada.
el guardia con el perro se me acercó y por mirarlo distraje mi vista del hombre de los ojos y el plato amarillos; devolví la cabeza hacia donde se había ido casi instintivamente para confirmar mi preocupación de haberlo perdido. no me di cuenta cuando el guardia con el perro se fue también; pero eso me importaba mucho menos... más bien, nada.
-era yo... dije para mí mismo con ésa seguridad que tiene uno cuando se vuelve melodramático y traduce su vida en códigos de telenovela mexicana o tango argentino.
adis se puso de pie; con el rabillo del ojo pude ver que me veía preguntándome con la mirada si ya había tenido suficiente. dio la vuelta y caminó lentamente hacia nuestros amigos; tan lentamente como para poderlo alcanzar antes de llegar a donde estaban ellos tomando fotos al garcía lorca, y darle un abrazo.

afiches de martí...

del garcía lorca pasamos enfrente del capitolio, que estaba cerrado por remodelación; al final de su escalinata, un hombrecito regordete, vestido de verde militar y negra la piel, miraba sentado en lontananza lo mismo que el lincoln del national mall, en washington. nos adentramos a la habana vieja por una calle, creo que teniente rey, donde había unos andamios tomados por largas enredaderas que, al parecer, sostenían un edificio que está eternamente por venirse abajo. como guía de turistas yo sería un fracaso: no puse atención a los nombres de ninguna de las calles ni memoricé lo escrito en sus placas alusivas a los acontecimientos y residentes de otros tiempos; sólo veía, como si estuviera en estado de shock, los rostros de las personas, me asomaba hacia el interior de las tiendas de abastecimiento, las farmacias, las ferreterías, las escuelas... en una de ellas, una primaria, creo, pregunté si tenían un cartel de josé martí... “afiche”, me corregían amistosamente miguel ángel y gabo... que me pudieran vender: el nombre del héroe independentista y escritor era el mismo de la escuela, y yo llevaba días preguntando en todos lados por un cartel... “afiche”, me corregían de nuevo... de martí sin que nadie pudiera ni supiera darme razón de él.
después de algunas vueltas llegamos a la esquina de un hotel donde, dicen, se hospedó hemingway: el ambos mundos. el hombre que nos lo dijo era delgado, vestía limpio, traía puesto uno de esos sombreros que puedes doblar y metértelos en los bolsillos y era poseedor de una labia ágil, propia para encantar a turistas. “enredó” a mis amigos para que subieran a conocer el hotel y la supuesta habitación del escritor estadounidense; a mí, de no haber sido porque adis cayó igual en su verborrea, no hubiera podido subirme al ascensor del edificio... que, por cierto, era hermoso... para ver por fuera y de pasada el cuarto del autor de ¿por quién doblan las campanas? seguramente fue nelson quien le dijo cómo me llamaba... no lo sé; el caso es que el hombrecito con facha de dandy regresó y me llamó por mi nombre. en un instante, ya todos en el hotel, desde el ascensorista hasta el bartender, me llamaban por mi nombre. la vista, a qué negarlo, era fascinante desde la terraza del hotel: el banco de no-sé-qué, la iglesia de qué-sé-yo, la fábrica de puros no-me-acuerdo-qué... “aquella estatua arriba de la cúpula es mercurio”... “ése edificio de más allá es de la primera estación de radio en la habana, con un alcance de onda de frecuencia modulada que bla-bla-bla”... “por allá, con el techo rosa, el cuartel del ché y, a un lado, su casa”... “unos te venden ron, otros puros, aquél otro mujeres, el de más allá droga; yo te vendo mi país, ¿quién vende más?”...
-oye, leo –dije animándome a romper mi mutismo, sin por ello deshacer mi cara de mamonería largamente ensayada–, ¿sabes dónde puedo conseguir un cartel... “afiche”... de josé martí?
el hombrecito del sombrerito paró de hablar por primera vez... recorrer la habana es como andar una larga exposición de los rostros de los personajes más emblemáticos de la revolución pintados en las paredes junto a lo que se suponen fueron o son sus consignas más célebres. no llevé la cuenta, pero estoy casi seguro que de todos los rostros y frases el primer lugar lo tiene el ché, y se lo disputa martí. siguiéndoles, no muy de cerca, el tercer personaje en la preferencia de los propagandistas murales de la revolución es camilo cienfuegos. el cuarto lugar lo tiene fidel y, cosa curiosa, el quinto se lo “pelean” más o menos por igual raúl y “los cinco”. y sólo vi una sola alusión a frank país. ¿estatuas? una de maceo, otra de no sé quién, algunas alegorías y dos o tres a martí... seguramente hay muchas más, pero esas son las que vi; amén del john lennon que está sentado en una de las bancas de la plaza del mismo nombre custodiada por un señor con todos los años del mundo y cuyo trabajo parece ser el de velar por las gafas del músico inmortalizado en bronce; destacan los bustos por todas partes de martí. y, sin embargo, cuando preguntas por afiches, en particular los afiches políticos, sólo hay del ché y de fidel... el hombrecito del sombrerito paró de hablar por primera vez; la seguridad que había ostentado hasta ése momento se diluyó y se fue por la tangente: “allá, que es la plaza de armas, vas a encontrar libros de viejo de lo que quieras; del ché, de fidel, de martí...”
-¿y afiches?
-y afiches.
-¿de martí?
-de martí.
en saliendo del hotel ése, la noche cayó sobre la habana. pasamos por enfrente de la catedral. un hombre nos hizo sendas caricaturas a cambio de una cachucha del tin. nos tomamos fotografías frente a “la bodeguita del medio”. abordamos otro almendrón para regresar al vedado. rodeamos el hotel donde nos hospedábamos para no toparnos con un chulo que no dejaba de joder a miguel ángel pidiéndole una pullover (que a final de cuentas le dio baje con un suéter). pasamos la noche platicando con un parquero estatal (especie de viene-viene con licencia). y nos dieron las 4 de la mañana, hora en la que llegó la guagua a por miguel ángel... había llegado la hora de comenzar a hacer las maletas... pero, antes, a dormir aunque sea un poco.

miramar...

el despertador del teléfono móvil sonó a las 7 de la mañana; el sueño me doblaba, pero tenía que hacer algo antes de regresarme a méxico. me di una ducha más para despertarme que para limpiarme, me puse unos hotpants y una playera y me llevé a mí mismo a la calle. cuando subimos al almendrón que nos llevó a la habana vieja el día anterior, nelson le pagó al taxista con un billete de 5 cuc y recibió cambio en pesos mn; de regreso al vedado, fue miguel ángel quien pagó el taxi y entonces nelson le repuso un poco lo que había gastado con esos mismos pesos mn; antes de irse, miguel ángel me dio los pesos mn para que yo no batallara tanto con los gastos de adis: en total eran 60 pesos mn, algo así como 3 cuc. al salir del hotel me topé con el señor parquero que nos hizo charla en la madrugada, así que le pregunté por qué sería mejor para ir a miramar: tomar una guagua o un taxi.
-¿por qué tú quieres ir a miramar?
-tengo que ir a la embajada mexicana.
-ya.
-además, quiero aprovechar para ver las casas...
-¿quieres ver cómo viven los amigos de fidel?
-sólo sus casas.
-¿y además a la embajada de méxico?
-...
-hay una guagua que te puede llevar, y el taxi te puede costar unos dos cuc de ida y otros dos de vuelta.
-4 cuc.
-...
-...
-si quieres, y si no necesitas ir a la embajada o puedes ir mañana, yo te puedo llevar sin que te bajes del coche por un cuc.
-¿sin que me baje del coche?
-sí; ¿no dices que sólo quieres ver las casas? yo puedo llevarte a que mires nada más las casas y nos regresamos.
-¿por un cuc?
-un cuc de ida y otro de vuelta.
-ó 40 pesos.
-no, cuc; 2 cuc.
miramar es, para decirlo pronto, otro mundo; por lo menos, otro país. fue como ir de la santa fe, en el d.f., con unidades habitacionales del seguro social; al santa fe de slim. lo que se había quebrado el día anterior desde el encuentro con el hombre de los ojos y el plato amarillos, en miramar terminó por hacerse añicos. y, melodramático que es uno, lloré.
el señor parquero entendió que ya no podría ver más y, sin decir nada, emprendió el camino de regreso. unos quince minutos después, si no es que menos, estábamos de vuelta entrando al estacionamiento junto al hotel. bajé del almendrón y le tendí un billete de 3 cuc; al darme el cambio le dije que se quedara con el vuelto y replicó:
-no, ya habíamos quedado: 2 cuc.
-...
-...
-gracias.
-...

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