14 de julio de 2020

1M+2H/1B (IX): El teatro de carpa -5.

Sesión (la de ayer) 39. Día 126 de la pandemia de SARS-CoV-2; 246 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 44 de la así llamada “Nueva Normalidad”.

~ Al cine, de la carpa; a la carpa, de la gráfica popular ~

El Peladito y el amplio desfile de personajes y tipos populares que aparecían en la carpa y/o la revista, como El Teporocho, La Rumbera, El Catrín, El Payo, El Charro, El Fifí, El Genízaro, La Vendedora, La Criada, el Indito, El Licenciado, El Valedor, El Pendenciero, La China Poblana o El Gachupín, y las cómicas y los cómicos que les dieron vida: Roberto “El Panzón Soto” y su hijo Fernando Soto “Mantequilla”, Eduardo “Nanche” Arozamena, Mario Moreno “Cantinflas”, Agustín Isunza, Estanislao “Schilinsky” Bachanska, Manuel Palacios Sierra “Manolín”, José Antonio Espino Mora “Clavillazo”, Amelia Wilhelmy “La Guayaba”, Delia Magaña “La Tostada”, Germán Valdés “Tin Tán”, Adalberto Martínez “Resortes”, Fanny Kauffman “Vitola”; entre muchas y muchos otros, se habían ido incorporando a la industria del cine nacional.

Actrices como Amelia Wilhelmy y Delia Magaña, habían aparecido ya como “La Guayaba” y “La Tostada”, un par de comadres que permanecían siempre en estado etílico, en la zaga de filmes: Nosotros los pobres (1947), Ustedes los ricos (1948) y, si no mal recuerdo, Pepe “El Toro” (1953); sus personajes eran la clásica teporocha que Emilia Trujillo “La Trujis” había hecho famosa junto a tiples como María Conesa “La Gatita Blanca”, recordada por su belleza que admiraban Zapata y Obregón, y reconocida por ser la primera tiple que portaba el águila del escudo nacional en un traje de china poblana; o, Lupe Rivas Cacho “La Pingüica”, precursora de la revista de sátira política, retratada por Diego Rivera, famosa por usar atuendos originales que compraba a borrachos e indigentes para representar a sus personajes. Wilhelmy había sido “descubierta” por Roberto “El Panzón” Soto, quien la invitó a debutar en Así se gobierna, donde vestía de hombre para representar al polémico “Juan Mariguano”, atreviéndose a fumar marihuana en el escenario.

Ése año: 1953, fallecería de una embolia pulmonar la gran Mimí Derba, con quienes Wilhelmy y Magaña habían compartido set de grabación en Ustedes los ricos. Tiple famosa que entre muchas otras cosas fue amante del general Pablo González, autor intelectual de la emboscada en la que cayera asesinado Zapata en 1919, Mimí Derba había fundado Azteca Films y, al tiempo que era actriz de teatro de revista y de carpa, producía sus propias películas con guiones que también eran suyos y, desde 1917, se había convertido en la primera directora de cine en México con el filme La Tigresa.

Dos años más tarde, en 1955, fallecía en la Ciudad de México el actor, director, cantautor, compositor, guionista y otrora cómico de zarzuela, revista y carpa Joaquín Pardavé. Pardavé había llevado a la pantalla grande personajes de la revista y la carpa que estaban emparentados con los zanni mayores o los vecchi de la commedia dell’arte, particularmente con Beltrame (personaje que solía ser un marido engañado, que cree todas las mentiras que le dice su esposa; burgués o comerciante), pero en una versión edulcorada; como Cayetano Lastre (Ahí está el detalle, 1940), Jalil Farad (El baisano Jalil, 1942), Don Susanito Peñafiel y Somellera (México de mis recuerdos, 1943), Don Venancio Fernández (Los hijos de don Venancio, 1944) o Narciso Escalera (El Gran Makakikus, 1944).

Ella Fitzgerald y Louis Armstrong son, ya para entonces, dos abuelos que siguen grabando éxitos que se escucharán a lo largo de muchos más años, y Pérez Prado y Tito Puente ya hacen de las suyas. En el cine, películas como Los olvidados (1950), Susana (carne y demonio) (1951), Él (1952), La ilusión viaja en tranvía (1954), Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965), que se enmarcan en la etapa mexicana de la filmografía de Luis Buñuel, significarán un parte aguas en una industria que prácticamente estaba tomada por peladitos y charros cantores.

En literatura, Keroac, Burroughs, y Salinger van marcando pauta en las letras estadounidenses; Calvino, Matute, Asimov y Bradbury hacen más borrosa la frontera entre la ficción y la realidad, y escritoras y escritores como Goytisolo o Yourcenar habitarán la doble herencia literaria de una Maruxa Vilalta que para esas fechas: 1957, estaba publicando la primera de sus novelas: El castigo. A ella seguirían Los desorientados (1959), que un año más tarde ella misma adaptaría para teatro, iniciándose así como dramaturga y directora, y Dos colores para el paisaje (1961). A partir de allí, salvo algunas cuantas obras de narrativa breve y posteriores artículos periodísticos, Vilalta se decantaría por la dramaturgia casi totalmente.

Mientras tanto, en el mundo de la carpa que prácticamente se había mudado a la industria fílmica mexicana, uno de sus personajes más emblemáticos, si no es que el que más lo fue, basado en una tira cómica del dibujante Jesús Acosta “Dux” aparecida en el diario El Universal en la década de 1920: “Chupamirto”, estaría comenzando a sentar sus reales con el pantalón debajo de la cintura, una camiseta de dormir de manga larga, el pedazo roto de un chaleco y un pequeño sombrero hecho de papel.

“Chupamirto” inspiró los personajes de cómicos como el “Cuate Chon”, “Periquín Chicote”, “Clavillazo” (quien antes del mote que lo hizo famoso ya había usado los de “Chumiate”, “Pipiolo”, “Polydor”, “Clavo” y “Clavito”), “Resortes (Resortín de la Resortera)” y, desde luego, el mismo “Chupamirtos”, que representaba al ratero de Tepito con sus códigos lingüísticos tan particulares para evadir a la policía con su arte verbal pletórico de albures; un personaje que, más que de la autocrítica, se valdría de la autodenigración, y su gracia no sería su astucia, sino su propia torpeza.

Según cuenta la leyenda, un día enfermó José Muñoz Reyes, quien ya tenía como nombre cómico el de “Chupamirto”; alguien de la compañía recordó que afuera de la carpa un tipo vendía, al parecer, churros y lo imitaba, así que le pidieron que esa noche hiciera de él; el vendedor de churros, se dice, era Mario Moreno. Estanislao Schilinsky, escribe Gabriel Ramírez, recordaba que cuando llegó a la Ciudad de México en 1928, Muñoz Reyes era ya “Chupamirto”; por otra parte, Armando Soto la Marina, “El Chicote”, decía haber trabajado en una carpa por la zona de La Merced, donde una noche sustituyó a un compañero: “Lo que es la suerte; me dijeron que me vistiera de peladito y me prestaron camiseta, chaleco, peluca y cantaba una parodia, la única que me sabía.”

Así, “Chupamirto”, el personaje de las tiras cómicas, hizo de las carpas su caldo de cultivo y proliferó, cada quien usándolo para su propio provecho, cada quien ofreciendo su propia versión. Para comprender el fenómeno detrás de este hecho, quizás sea necesario remontarse a las postrimerías del siglo XIX, donde muchos estudiosos sitúan el nacimiento de la historieta en México, justo con el surgimiento de la prensa moderna. Si la carpa, en una cadena de relaciones, en un principio no fue sino la popularización del teatro de revista que se presentaba en escenarios elegantes; la revista, por su parte, en sus orígenes fue la representación escénica de un quehacer que en el siglo XIX había sido primero muchas veces periodismo, como puede corroborarse en la obra de Ignacio M. Altamirano o Ignacio Ramírez “El Nigromante”; no sería extraño que buena parte de sus primeros personajes surgieran de las tiras cómicas o los grabados de la prensa escrita.

Las primeras imágenes de la gráfica popular son producto de sentimientos como la angustia y la incertidumbre ante lo inexplicable; así como la moraleja tranquilizante y el humor dieron como resultado una especie de elixir liberador para un pueblo oprimido. Al principio, estas expresiones gráficas comenzaron cubriendo fines didácticos y adoctrinadores; pero, pronto se convirtieron en instrumento que documentó y exaltó el sentimiento de identidad nacional. Representó las costumbres, los paisajes y la fisonomía del pueblo mexicano.

Al integrar imagen y palabra como discurso narrativo, la caricatura política y la historieta contribuyeron a definir “lo mexicano”. El lenguaje gráfico fue el retrato vivo de la apariencia física y gestual del mexicano. Los textos escritos mostraron el ingenio de su palabra, coloquial y cuidadosa, siempre en el límite de la picardía y la expresión ingenua. De esta suerte, durante las tres primeras décadas del siglo XX la historieta se ganó un lugar en los diarios capitalinos, como la sección de los monitos, y guionistas y artistas gráficos dieron vida a personajes como Don Catarino y Don Mamerto, que más tarde, encarnados por actores de la talla de un Joaquín Pardavé o un Manuel Medel, llegaron al teatro de carpa.

Lo mismo sucedió con “Chupamirto”; sin embargo, nos dice Ramírez, Mario Moreno experimentó por esa época una metamorfosis con la que inició su prodigioso y sorprendente ascenso: “Había estado en tareas absorbentes y poco gratificantes de pequeño y relegado comicastro carpero; pero, en el Salón Mayab de la Plaza Garibaldi encontró su estilo: el lenguaje incongruente e intrincado donde las palabras no lograban ordenar con suficiente rapidez lo que cruzaba por su mente. La noche que tuvo que salir del paso e improvisar fue la noche: tartamudeó, dijo cosas ininteligibles y la respuesta del público definió al personaje que se volvió su segunda piel.”

Opacado por la trayectoria de “Cantinflas”; pero, a decir de muchxs, mucho mejor que él, Manuel Medel tenía 16 años cuando comenzó su trayectoria artística, en 1922. Ligado desde siempre a la carpa y al teatro popular, en la década de los 20’s Medel comenzó a llamar la atención con su caracterización de “Don Mamerto”, que traía un sombrero grande y pistolas; algo así como Il Capitano, de ser un vecchio, o un Scapino, de ser un zanni. Con una trayectoria sólida y exitosa, en los 30’s Medel pasó a formar, junto con “Cantinflas”, la pareja cómica del momento, estelarizando cintas como ¡Así es mi tierra! (1937), Aguila o sol (1938) y El signo de la muerte (1939). Pero, si bien la relación con “Cantinflas” fue en su momento provechosa, después de eso Medel nunca pudo sustraerse del todo de la sombra de su colega; así que después de esa relación, Medel hizo radio y se volvió empresario teatral: en 1947 se asoció con el italiano Américo Mancini en el Teatro Tívoli, que en esos años se erigió, junto con el Follies, en una de las catedrales del espectáculo popular en la ciudad.

Caso distinto fue el de Germán Genaro Cipriano Valdés Castillo, mejor conocido como “Tin Tan”; quien comenzó de barrendero, mandadero y ayudante en diversas tareas en la XEJ, radiodifusora de Ciudad Juárez. Una ocasión, según cuenta la leyenda, Germán tuvo el encargo de arreglar un micrófono y para probarlo se puso a improvisar e imitar a artistas consagrados de la época: los 30’s; ello le ganó que el dueño de la XEJ, Pedro Meneses, lo contratara como locutor. “El barco de ilusiones”, programa radial en el que trabajaba Germán haciendo del marinero Tobías, era todo un éxito cuando Meneses le pide, ya en 1938, representar un mexicano que se encuentra en Estados Unidos: “Topillo Tapas”; para lo cual don Pedro le compró un traje de pachuco de esos que Germán conocía perfectamente de más joven. Así lo conocerán Jorge Maulmer y su medio hermano, Edmundo Hernández Gijón, mejor conocido como Paco Miller, con quienes hará una gira que no le reportará ganancias ni éxito.

Empujado a tener que adoptar otro nombre artístico para no tener conflictos con otra pareja de cómicos: “Planillas” y “Topillos”, Germán aceptará a regañadientes bautizarse “Tin Tan” para el programa que se estrenaría el 5 de noviembre de 1943 en el Teatro Esperanza Iris, donde compartirá cartel con Agustín Lara, Tata Nacho, María Victoria, el trío Los Calaveras y Meche Barba; entre otros… reparto al que se integraría unos días después “Cantinflas”. De allí, la carrera de “Tin Tan” subió como espuma y comenzó a trabajar en la XEW, el Follies Bergere y el centro nocturno El Patio, junto a Marcelo Chávez, su carnal Marcelo.

Más pronto que tarde, “Tin Tan” y “El Carnal” Marcelo se trasladaron al cine, aunque no por ello dejaron de coquetear con los espectáculos nocturnos; pero, curiosamente, muy distinto a lo que se podría pensar, su carrera como actor de revista fue relativamente corta y, aunque se le considera uno de los grandes cómicos de carpa de los 40’s no hay referencias claras de que se le haya visto trabajar en alguno de aquellos jacalones que terciaban con los teatros afrancesados de la época. En cambio, en el celuloide la historia es otra: dejó más de 100 películas; además de 11 discos grabados, dos cortometrajes y dos doblajes para Walt Disney: el oso Baloo, para The Jungle Book (1967), y el gato O’Malley, para The Aristocats (1970).

En ese mismo 1970, en otro plano de la cultura, Maruxa Vilalta era galardonada con el Premio Juan Ruiz de Alarcón y el premio a la mejor obra en el Festival de Las Máscaras, celebrado en Morelia, Michoacán, por Esta noche juntos, amándonos tanto; obra de teatro en la que Vilalta retrata una pareja de casados, acaso ancianos, que ya no se soportan pero que, sin embargo, tienen como principal entretenimiento leer juntos una serie de recortes de noticias ya viejas en las que se alaba a los regímenes totalitarios, fascistas y “comunistas”, del siglo XX. El mismo premio, el Juan Ruiz de Alarcón, lo obtendrá dos veces más acompañado de otros muchos galardones por Nada como el piso 16 e Historia de él.

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