Sesión (la de mañana) 38. Día 121 de la pandemia de SARS-CoV-2;
241 desde el paciente cero en Wuhan, China, y 39 de la así llamada “Nueva
Normalidad”. Hace dos semanas, el 26 de junio, alcanzamos las primeras 100
horas lectivas de proceso a distancia de este seminario de puesta en escena. Retomando
un poco lo dicho en los apuntes anteriores, nuestra (pro)puesta en escena será,
espero, algo así como un paseo por algunas de las tradiciones teatrales del
siglo XX.
~
A modo de introduición ~
No es la primera vez que abordo un montaje bajo el modelo de lo
que llamo “paseos”; en los dos más recientes, que se corresponden con procesos
pedagógicos en la Escuela Superior de Artes de Yucatán, la idea central fue
generar una experiencia de tradición genealógica para lxs estudiantes de la
carrera que, al ser presentada a público, se permutara en un juguete escénico:
un “paseo –lo llamé entonces–
novoaurisecular”. La estructura, muy parecida a la del teatro de revista (de
allí que haga mención de ello ahora), consistía en un personaje guía que
acompañaba, tanto al público como a lxs mismxs estudiantes-actores/actrices,
por diversas estaciones del teatro áureo.
En Los sueños, ¿sueños
son?, el primero de los paseos novoauriseculares, el personaje guía fue una
sor Juana Inés de la Cruz a quien visitaban el Ríos y el Solano de Agustín de
Rojas Villandrado, en la versión de José Sanchis Sinisterra: Ñaque, o de piojos y actores, para
echarse a andar por textos de distintos momentos de los Siglos de Oro en
español: su Loa al Divino Narciso,
algo de La vida es sueño, otro su
poquito de El Quijote... así. En el
segundo: Fuente Ovejunica, el
personaje guía fue un Federico García Lorca que mientras escribía Bodas de sangre trabajaba en su versión
de la Fuenteovejuna de Lope de Vega
para las Misiones Culturales de la Segunda República española, cuando, de repronto, una compañía de cómicos muy a
lo pirandéllico lo visitan para ensayar ésa su versión y presentar, mientras
tanto, pasos, loas y entremeses diversos; entre ellos una versión queer de la Loa de Los empeños de una casa, de sor Juana.
Esta vez, con Una mujer,
dos hombres y un balazo (1M+2H/1B),
de Maruxa Vilalta, el personaje guía pertenece a la misma obra: Bobby. Bobby es
para Vilalta un estereotipo, casi una caricatura: “un homosexual con peluca
afro que actúa homosexual” (whatever that
means). Para nosotrxs, que sea o no homosexual (que lo es) pasa a segundo
término: es mucho más importante jugar a que de su mente, la mente de un
histrión, de un cómico del siglo XXI, salen los demás personajes de lo que uno
de los actores: Juan José Chacón, muy atinadamente ha llamado desde un
principio del proceso: la metaobra. En conclusión, éste quiere
ser, pues, un nuevo “paseo” que, dada la circunstancia, terminaría siéndolo por
la mente del personaje, de la mano del personaje mismo.
Así, nuestra (pro)puesta en escena de 1M+2H/1B vendría a ser una especie de monólogo mental a varias
voces, cuasi esquizofrénico, donde cada personaje de la metaobra es una expresión de la personalidad del mismo Bobby, que en
nuestra (pro)puesta tomará el nombre del actor que lo encarnará: Andrew: la
directora dictadora y, por ésa vía, empoderada en un mundo de machos; el actor
galán que tiene un romance con ella, llevando a cuestas (muy mal) su
vulnerabilidad machista; el actor-productor que hace de su torpeza habitual su
mayor cualidad, y la actriz joven que contrasta en su bondadosa ingenuidad con
el resto de un reparto de “bellos neuróticos” (Pepe Gordillo dixit).
Este monólogo coral, al desdoblarse en los cuatro cuadros de la
obra de Vilalta, es, a su vez (repito) un paseo por cuatro “estaciones”
referenciadas geográfica y cronológicamente en el cruce de coordenadas de
cuatro teatralidades: el teatro de carpa del México de principios del siglo XX,
el teatro surrealista de la Europa de entreguerras, el teatro del absurdo de la
Francia de los 60’s (quizás con todo y su Mayo Francés) y el teatro musical
estadounidense de finales del siglo XX; cuatro poéticas actorales del teatro
que llamaríamos físico: la comedia
dell’arte, el expresionismo alemán, el clown
y la danza teatro, y cuatro pedagogías escénicas del siglo XX: la biomecánica
de Meyerhold, el teatro ritual de Artaud, el cuerpo poético de Lecoq y el
teatro didáctico de Brecht. Coordenadas que terminan, pues, multiplicándose
geométrica y rizomáticamente en una especie de racimo caleidoscópico, propio de
una buena migraña.
~
El teatro de carpa ~
Pero,
como dijeran que dijo Jack “El Destripador”, vayamos por partes y asomémonos
por ahora a la primera estación: “En Las Lomas, esa noche”, ubicada, decíamos
líneas arriba, en el México de la primera mitad del siglo XX, y que abrevaría
del teatro de carpa.
La
no tan extensa bibliografía sobre el teatro de carpa coincide casi en su
totalidad en diferenciar al teatro de revista, el famoso pero vilipendiado “género
chico”, de la carpa: el lugar de representación de ése mismo género. Entendamos
aquí género como entendemos estilo o, como lo entiende Tavira: tono, para no
confundirnos con la teoría de géneros de Luisa Josefina Hernández.
Otra
coincidencia cuasi generalizada es que la carpa surgió en el llamado México
posrevolucionario, allá por la década de los años 20’s del siglo pasado. Sin
embargo, aquí podemos empezar a hacer una doble problematización (y seguimos
pensando en clave rizoma).
Por
un lado, la de creer que la guerra civil que hemos dado en llamar “Revolución
Mexicana” terminó, en realidad, en la década de los 20’s. Al respecto, lxs
historiadorxs no se han puesto del todo de acuerdo, pues, para algunxs la
“revolución” terminó con el asesinato de uno de los más emblemáticos de sus
personajes: Emiliano Zapata, en 1919; para otros, con el asesinato de quien
protagonizara los nuevos paradigmas jurídicos del Estado mexicano con la
promulgación de la Constitución de 1917: Venustiano Carranza, en 1920; para
otros, muy pocos, con la muerte en prisión (claro asesinato binacional de
Estado) de quien representaba la voz más crítica a la dictadura porfirista:
Ricardo Flores Magón, en 1922; para otros, con el asesinato del “Centauro del
Norte”, último representante de las clases explotadas que se levantaron en
armas contra la opresión burguesa del porfiriato: Francisco Villa, en 1923, y,
para los más, con el asesinato del considerado último caudillo de la “revolución”:
Álvaro Obregón, en 1928. Y, desde luego, no faltan las voces de quienes
consideran que la “revolución” no terminó, pues, fue raptada (José Muñoz Cota)
o interrumpida (Adolfo Gilly), o, bien, se permutó en algo que de no haber
resultado tan atroz sería oximorónico: institucionalizarse y volverse el PRI
que anida en la praxis criminal de la
partidocracia nacional.
Por
otro lado, pensar que la carpa se generó de manera espontánea y no unas décadas
antes del harto cuestionado final de la “Revolución Mexicana”, como resultado
de un largo andar genealógico que ya mostraba sus rasgos más característicos: espacios
montables y desmontables hechos de madera, lona y demás materiales baratos,
instalados a las afueras de las ciudades y pueblos para ofrecer entretenimiento
y diversión a una audiencia que en su mayoría no sabía leer ni escribir, pero
que de esta forma se enteraba de lo que acontecía en el país por decisión de
una clase política a la cual, a falta de mayor poder, solo podía parodiarla y,
como único desquite, burlarse de ella. De allí que haya investigadorxs que (como
la cabaretera Cecilia Sotres que, citando a Alfonso Morales) prefieran hablar
de los 20’s como una etapa de mayor auge y no como una etapa de surgimiento de
la carpa, pues, entienden que la carpa es un punto de inflexión en la tradición
del teatro popular de este país que en los 20’s tiene una doble vertiente hacia
su propio pasado y hacia su propio futuro.
~
El teatro de carpa…
antes: una genealogía ~
Hacia
su pasado, amén de Tespis de Icaria, expulsado de Atenas por Solón hacia el siglo
VI a. C., la carpa tiene quizás su antecedente más remoto, algo así como una su
tatarabuela, en la comedia latina cuyo sanion
devendría en el zanni de la commedia dell’arte italiana, acaso su
abuela; pero, entre esta línea de descendencia teatral directa se encontraría el
mester de juglaría como una suerte de
bisabueloa que, por decirlo con cierto anacronismo, “actoralmente” tendría como
exponente al juglar medieval de quien tenemos noticias por primera vez en
castellano a principios del siglo XII. La palabra “juglar” proviene del latín jocularis o joculator, que significan: “bromista” u “hombre de chanzas”, y el
vocablo “mester” viene de “menester”, que a su vez deviene del latín ministerium: “ministerio” u “oficio”.
Del
sanion romano al juglar medieval y de
éste al zanni, la tradición que se
sintetizará en la carpa mexicana hacia el siglo XX en México pasa
necesariamente por el gracioso o figura
de donaire que encarna el cómico de la legua español, contemporáneo del zanni italiano; pero, de alguna manera,
menos famoso que éste a fuerza del culto modernista que tras los Siglos de Oro
imperó en la academia y la escena hispanoamericanas negando y denostando la
propia tradición áurica que en forma de género chico, como la zarzuela,
atravesó el siglo XVIII para llegar al XIX y dar, según aquellos, sus patadas
de ahogada en los umbrales del XX.
En
el autonombrado México Independiente, prevaleció un teatro criollo que cuando
no siguió la veta evangelizadora que se mezcló con las expresiones escénicas
precolombinas, se decantó por un teatro también de múltiples rostros donde
prevalecía, por un lado, la zarzuela, y, por otro lado, el teatro escrito por
periodistas que hicieron de la escena su medio de comunicación. El resultado,
dicho así groseramente resumido, sería un teatro de revista que, como apunta
Eduardo Contreras Soto, constaba de una trama central que en medio de aparentes
inverosimilitudes y absurdos sin coherencia podía tardar toda la obra en
desenlazarse, con un desarrollo donde se hilvanaban todos los pretextos
pertinentes para introducir los episodios más disparatados o arbitrariamente
asociados entre sí, junto a números musicales y/o bailables.
Que
la carpa aparece desde la segunda mitad del siglo XIX y no hasta la década de
los 20’s como aseguraba uno de sus más grandes representantes en la segunda
mitad del siglo XX: el actor, escritor, director y productor Enrique Alonso, es
algo que nos cuenta Alejandro Ortiz Bullé Goyri al explicarnos que durante el
gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada habían comenzado a levantarse en el
centro de la Ciudad de México teatros ambulantes llamados “jacalones” en donde
se presentaban variados tipos de diversiones públicas.
Recordemos
que ya en 1869 Enrique Olavarría y Ferrari había escrito la que para muchos
estudiosos es la primera revista teatral mexicana: Loa patriótica, con música de Manuel Cresj; escrita en colaboración
con Justo Sierra y Esteban González. Eran los tiempos en los que en Chalco,
Estado de México, Julio López Chávez (o Chávez López, dependiendo de la fuente),
alumno destacado de la Escuela Libre de la Razón y el Socialismo fundada por
Plotino Constantino Rhodakanaty y Francisco Zalacosta, encabeza una pequeña
rebelión de poco más de 300 seguidores por la restitución de las tierras a los
pueblos contra las haciendas que le costará la vida; pero, que significará un
antecedente directo de las insurrecciones agrarias que estallarán en la región
unos años más tarde.
Dos
años después, en 1871, mientras Rhodakanaty y Zalacosta, junto a Santiago
Villanueva y Hermenegildo Villavicencio, refundaban “La Social”, el
entonces coronel Porfirio Díaz había lanzado por segunda vez su candidatura a
la presidencia de la República; pero, el residente de Palacio Nacional: Benito
Juárez, había decidido reelegirse una vez más. En nuestra entrega de mañana
hablaremos un poco de ello, partiendo de que este material quiere responder un
poco a la metodología de análisis comparativo del texto dramático; por lo que
mientras estemos hablando del teatro de carpa el racimo/rizoma nos lleve a
decantarnos a pensar... o, por lo menos hablar, del contexto histórico y
político que le atraviesa; así como de la música, el cine, las letras... (¿qué
se yo?) de la época.
Para ello, a modo de acompañamiento al cuadro “En Las Lomas, ésa
noche”, de 1M+2H/1B, bordearé
grosera…
(por sintética e
incompleta) …mente
la poética en que
inscribiremos la (pro)puesta en escena de dicho cuadro: la carpa del México
de principios del siglo XX. Algo así como nuestra “Estación 1”.
~
La “pauxa” porfiriana ~
La muerte de Juárez el 18 de julio 1872 permitió que Sebastián
Lerdo de Tejada, titular de la Suprema Corte de Justicia, fuera quien ocupara
La Silla del Águila, no Díaz, cuya “Revolución de la Noria” contra su mentor se
vería frustrada, por lo que el otrora héroe de la Guerra de Reforma y de la
Segunda Intervención Francesa tuvo que regresar a su hacienda para vivir una
vida de crisis económica que lo obligó, inclusive, a vender La Noria misma.
Cuenta la leyenda que al entonces coronel Díaz le iba tan mal que siendo
diputado por su estado quiso un día defender en tribuna cierto proyecto de ley
para apoyar con subvenciones a los militares que después de haber peleado por
eso que eufemísticamente algunos llaman “La Patria” vivían, como él en la
miseria, y que lo más que pudo hacer fue soltarse a llorar en medio de las
burlas de los demás legisladores que de chillón no lo bajaron.
Mientras tanto, los teatros ambulantes
fueron incorporándose al paisaje y la vida cotidiana de los suburbios de la
ciudad constituyéndose en una alternativa para las clases populares que no
podían pagar su entrada a los grandes teatros de la capital. Las
compañías que llevaban las carpas de un lado a otro, nos dice Cecilia Sotres,
eran numerosas: contaban con cuarenta o más personas, entre ellas había
músicos, actores, actrices, bailarines, guionistas, cómicos e incluso magos,
acróbatas y otro tipo de artistas. Algunas veces eran familias biológicas y
viajaban juntas de forma similar a los circos: rentaban trenes o camiones y se
iban por todo el país. Llegaban a poner la carpa y a actuar para el pueblo.
Según Sotres, cuando estos espectáculos se presentaban en los teatros,
principalmente en la Ciudad de México, era cuando se les llamaba teatro de
revista, en tanto que la carpa era un espacio mucho más popular y con menos
recursos; de allí que sea común que los términos “carpa” y “revista” se
utilicen indistintamente y se mezclen en mucha de la literatura al respecto.
Por su parte, en el escenario político las cosas se iban
poniendo “color de hormiga”: al concluir su cuatrienio, Lerdo de Tejada anunció
sus intenciones de reelegirse, igual que como había hecho Juárez en 1871; en
respuesta, Porfirio Díaz se lanzó por tercera ocasión como candidato
presidencial (igual que como había hecho frente a Juárez). Pero, resultó no ser
el único suspirante: José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte de
Justicia, también expresó su deseo de sentarse en La Silla del Águila (igual
que Lerdo de Tejada, frente a Juárez). La historia parecía repetirse y todo
apuntaba a que sería Iglesias, y no (otra vez) Díaz, quien despacharía en
Palacio Nacional; así que Porfirio aderezó su tercera candidatura con un
levantamiento en armas bajo el llamado Plan de Tuxtepec y cercó a un Lerdo de
Tejada validado (of course) por el
Poder Legislativo, pero (obvio) no por el Judicial.
Porfirio, jugando sus cartas de estratega militar, había
modificado el manifiesto del Plan de Tuxtepec reconociendo a Iglesias como
presidente interino; así, Iglesias solo vio a Lerdo de Tejada como su único contrincante.
Sin embargo, una vez derrotado Lerdo de Tejada, Díaz se desmarcó de Iglesias autonombrándose
presidente provisional, y a punta de bala entró con sus tropas a la Ciudad de
México el 21 de noviembre de 1876; estaba dispuesto a conseguir por la vía de
las armas (su vía) lo que no conseguiría por el camino de las urnas o el de la
ley.
Cercado militarmente en Guanajuato, Iglesias optó por aquello de
“lo perdido, lo ganado” y a cambió de la gubernatura de su estado natal:
Michoacán, dejó de “echarle mosca” a las ambiciones de un no tan joven Díaz de
46 años de edad que haría de Palacio Nacional su lugar favorito por 34 años. Así,
el 5 de mayo de 1877 comenzaba el largo período conocido como Porfiriato, en el
que Díaz sería presidente hasta 1911, con la excepción de un breve período de
cuatro años, entre 1880 y 1884, en el que su compadre Manuel “El Manco”
González ocuparía la jefatura del Poder Ejecutivo y el mismo Porfirio sería su
Ministro de Fomento.
Durante las tres décadas que duró el Porfiriato, la mayoría de
los diversos grupos políticos que antes lo confrontaban, fueron incorporándose
poco a poco al gabinete presidencial o eran designados al frente de los
gobiernos estatales; el progreso de orden capitalista, por su parte, había
impulsado la ciencia, la cultura y la tecnología, al tiempo que reprimía a
sangre y fuego a obreros, pueblos originarios o militantes de los clubes
liberales como el “Ponciano Arriaga” que posteriormente crearían el Partido Liberal
Mexicano (PLM). Justamente por su fórmula que iba de la
negociación-conciliación a la represión-opresión para mantener el orden, a esta
época se le llamó también de pax
porfiriana.
En un lado de la moneda, estaban el inicio de la industria
extractivista, de la agricultura para exportación, de la inversión extranjera;
de la creación de redes de ferrocarriles y el tendido de redes de telégrafo y
teléfono, o el fortalecimiento del sistema de correos; de la creación de la
industria energética, de las primeras refinerías del país y de la industria de
la transformación, creando la primera siderúrgica, y estaban también la
reconciliación con la Iglesia católica y el reinicio de las relaciones
exteriores con Estados Unidos e Inglaterra, que incluyeron el pago total de la
deuda que México tenía con estos países.
En el otro lado de la moneda, estaba el control de la prensa y
buena parte de la intelectualidad nacional, el sofocamiento de las rebeliones
de quienes querían ocupar La Silla del Águila, como la rebelión lerdista en
Veracruz por la que Díaz diera aquella orden de: “¡Mátalos en caliente!” al
gobernador Mier y Terán, en 1879; la comandada por Heraclio Bernal en Sinaloa,
en 1886, o la de Ramón Corona en Jalisco, en 1889. También, desde luego, la
represión a las rebeliones de pueblos originarios: los raramuris, en Chihuahua,
en 1891; los yaquis, en Sonora (que significó su exterminio casi total después
de haber sido enviados a Yucatán como esclavos), en 1896; la Guerra Social Maya
(la mal llamada “Guerra de Castas”) en la Península de Yucatán, considerada
oficialmente terminada en 1904, y, como cereza en el pastel, la represión, por
un lado, a las huelgas de obreros en Cananea, Sonora, en 1906, y Río Blanco,
Veracruz, en 1907, y, por otro lado, la ilegalización y persecución de toda
forma de organización partidista.
Y, en medio, como argamasa, el control pleno del aparato
político que, por una parte, le permitió modificar la Constitución para,
primero, en 1879, impedir la reelección inmediata de González, y después, en
1887, conseguir su propia reelección inmediata e indefinida en 1888, 1892, 1896
y 1900, y, por otra parte, el apoyo y fortalecimiento de los caciques
regionales a cambio de su debilitamiento en la arena nacional.
No obstante, no todo era miel sobre
hojuelas para Díaz, quien ya para entonces era: Don Porfirio. En el plano
internacional, la crisis económica del modelo de producción capitalista hacía
cada vez más agua y, en el plano nacional, a cada reelección la crisis política
se venía acentuando. Inclusive, sus aliados más cercanos, que desde 1890 lo
mantenían a flote, llamados “Los Científicos” porque afirmaban que su propósito
era abogar por la dirección científica del gobierno y el desarrollo científico
del país, habían comenzado a hacer planes para su relevo.
El primer intento fue postular en 1900 a su
Ministro de Hacienda, José Yves Limantour, principal artífice del orden
económico que mantenía a Díaz en el poder; pero, el general Bernardo Reyes,
otrora gobernador de Nuevo León y militar muy cercano al presidente, también
lanzó su candidatura y les dificultó la empresa. “Los Científicos” y Reyes
pactaron que Limantour se quedara con la presidencia y Reyes con el Ministerio
de Guerra; pero, más sabe el diablo por viejo: aludiendo que la Constitución
solo permitía que fueran candidatos a la presidencia los hijos de mexicanos por
nacimiento, Don Porfirio rechazó la candidatura de Limantour por ser hijo de
franceses.
En 1904 vendría el segundo intento para
quitar a Díaz de la presidencia desde adentro de su propio gabinete. Don
Porfirio recurrió a su vieja estratagema de la elección anterior; pero, viendo
que no sería suficiente, aprovechó que entre Reyes y “Los Científicos” se había
roto la alianza de cuatro años atrás para crear la figura de la vicepresidencia
y nombrar en ella a Ramón Corral, un hombre impresentable de tan nefasto,
poseedor de toda la confianza de Limantour; con ello, “Los Científicos”
calcularon que solo bastaría esperar la inminente muerte del viejo dictador
para subir al poder e instaurar su propia forma de gobierno, así que aceptaron
la reelección de Díaz, quien por su parte, quizás pensando en que ya no tendría
más ases bajo la manga, alargó el período presidencial de cuatro a seis años.
Los preparativos para las celebraciones por
el centenario del inicio de la Guerra de Independencia y los 80 años de vida
del dictador ocurrían, pues, en medio de un escenario nacional de lo más
agitado donde ya se respiraba, también, el final del Porfiriato. Así, cada vez
más presionado, Díaz declaró en una entrevista al periodista James Creelman
para The Pearson’s Magazine que
México había alcanzado la mayoría de edad para entrar a la democracia y que
permitiría a la oposición la creación de partidos políticos para contender por
los distintos puestos de elección popular; incluyendo, por supuesto, el que él
ostentaba.
Algunos de esos partidos ya existían, no
era necesario crearlos, bastaba con dejar de considerarlos ilegales; es el
caso, por ejemplo, del PLM, cuyo germen había sido el Primer Congreso Liberal
celebrado en 1901 en San Luis Potosí, y el Partido Nacional Antirreeleccionista
(PNA), fundado por Francisco I. Madero en 1909 tras separarse del PLM por no
coincidir con el radicalismo de las ideas anarcosindicalistas de uno de sus
líderes más destacados y perseguidos: Ricardo Flores Magón.
El teatro durante todo ese período había
tenido sobre todo dos rostros: el costumbrista, variante de la zarzuela, cuyo
argumento se enfocaba a enaltecer los valores nacionales por medio de trajes y
escenarios típicos y folclóricos, y personajes populares como charros, chinas
poblanas o indígenas, y el frívolo o sicalíptico, cuyo contenido era sensual y
erótico, muy criticado por los moralistas e intelectuales de la época. Estos dos
géneros, no contenían crítica política alguna debido a la falta de libertad de
expresión durante la pax porfiriana.
Las carpas, ya como pequeños teatros instalados provisionalmente en las plazas
públicas que iban de manera trashumante por toda la ciudad, eran el lugar
predilecto de gente deseosa de olvidar sus problemas.
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